26 julio, 2024

Mi encuentro con Mark Twain

Qué raro… Sí qué raro, de repente estar en Hartford (Connecticut), este octubre  de 2023, en la casa de Samuel Clemens, construida en madera con una sencillez casi escandalosa…Duelas grandes y pequeñas empatadas, con retorcidos  clavos,  unas con otras formando paredes y techo…Una casa con la expresión de un tiempo prisionero de los días  ya idos, pero de mucha sobriedad moderna. Una casa hermanada a la esquiva personalidad de su dueño… 

Sorpresa, además de encontrarme casi frente a frente de quien había creado Las aventuras de Tom Sawyer por las que, en mi niñez,  estuve de golpes con los que se reían de mi preferencia. ¡Puñete va y puñete viene! Con el tiempo y aunque fui creciendo con mi adolescencia, seguí leyendo junto con las aventuras de Sandokan de Salgari, otros escritos de Twain. Imposible no seguir  Un yanqui en la corte del rey Arturo, Las aventuras de Hucklebery Finn, El príncipe y el mendigo… No eran traducciones excelentes. Pero, qué caramba, en cada una había ¡una magia maravillosa! 

Y un día supe, sin quererlo, como son casi siempre las cosas que no se esperan, que Mark Twain era solo un seudónimo de Clemens. Nombre que lo tomó de los barqueros del Misisipi, cuando gritaban: “¡twain!  ¡twain!” al encontrar el calado mínimo de las dos brazas para navegar. Solo informalidad había en su vida y en este vivir remozaba día a día su existir. Hizo de todo lo que le venía al paso para sobrevivir. Fue minero, piloto de barcos a vapor, soldado de la Confederación y aprendiz de imprenta, que le gustaba sobre todas las cosas. Esto de escribir y publicar le fascinaba, aunque los editores no estaban a su mano ni interesados en su temática. ¡Al diablo con todos! Twain quería escribir y simplemente lo hacía!

Casado y con algunos hijos, a quienes sobrevivió, no dejó jamás de soñar con las aguas del gran Misisipi, en cuyas orillas descansaba de sus problemas. La época en que vivió fue dura, la pobreza estaba enseñoreada de sus días y la esclavitud racial dictaba la razón de ser o no ser. Los negros seguían siendo vendidos y eran sacrificados al menor intento de ser libres…, pese a las advertencias de Abraham Lincoln. Suceso que ayudó, quizás, a fortalecer el sarcasmo y la ironía con que Mark Twain impregnaba sus ideas. En la literatura americana su presencia es algo así como un punto y aparte. Para el gran James Joyce es Twain, por quien sentía serio respeto,  más, mucho más que el inicio de la literatura americana… 

Decía Twain entre risas y seriedad, “La edad sería más feliz si naciéramos a los 80 y alcanzáramos los 18”, “La fuente secreta del humor no es la alegría, sino la tristeza”, “Cuando pesques para el amor, usa de cebo el corazón y no el cerebro”, “Un hombre nunca es más veraz sino cuando se reconoce como mentiroso”, “No olvides que el coraje es el dominio del miedo”.    Murió como a los 70 años, cuando en su criterio ya no había nada serio que hacer ni pensar… Nada serio para quien la verdad valía un comino… Como que el sarcasmo para Mark Twain fue su compañero hasta el último día… 

 

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En una mesa redonda siete comensales ricos sentados comiendo dinero. Miles y miles en billetes, montones de billetes nuevos, rosados. Perfumados a riqueza, con el signo de su abundancia; listos y ordenados para ser devorados por la poderosa avaricia. La riqueza del dinero en papeles amontonados en todos los sitios del lugar. Regados en el piso, sobre la mesa, debajo, colocados sobre los escritorios. Bailando en el aire, pegados sobre el tumbado de mármol, en forma de columnas dividiendo las paredes y las paredes llenas de dinero sosteniendo las distancias y el tiempo, de los enriquecidos sin límites. Sentados sobre sillas de oropel y pergamino, en una mesa formando un abismo negro de oro para ser ingeridos por los siete exclusivos millonarios reunidos, quienes al no saber qué hacer con tanta riqueza en vida, han resuelto gastarlo todo comiéndoselo, tragándolo, sin importarles cuánto ni porqué ni para qué. Porque es lo único que hasta ahora nadie había intentado hacer y ellos decidieron lograrlo: sentarse a comerlo hasta morir. Del plato a la boca, sin mediar nada más, sin importar la digestión ni algún malestar que pueda ocurrir. Es más: morir comiendo dinero, eso es lo que quieren, eso es lo que van a hacer, eso es lo que están haciendo. Nada más les ha importado en la vida: hacerlo, ganarlo, multiplicarlo, quedárselo, guardarlo y ahora ya viejos y exóticos, sintiendo la ironía de la muerte cerca y al no poder vivir para siempre, ante la imposibilidad de ordenar que les metan su ambición en el cofre mortuorio y llevárselo al más allá, para contarlo y volverlo multiplicar, entonces morirán comiéndolo, para que a nadie les sirva, para no repartirlo, para que se pudra con ellos.

3 comentarios

  1. ¡Qué linda visita! Gracias por compartir la esencia humana de Twain, que muchos intuimos en sus escritos pero que no conocíamos.

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