4 mayo, 2024

Confesiones

Cada vez entiendo menos. También me pregunto menos cosas. Ya no me atormentan tanto las dudas. Ni siquiera me preocupan. Sólo transito. Camino. Obedezco. Siento. Actúo. 

Tampoco me urge hablar demasiado. No tener las respuestas acertadas. Ni las palabras justas. La mayoría de las veces, sólo con el silencio alcanza. Lo voy descubriendo de a poco.

Todo lo que aprendí, de repente no era tan así. Es más, ni siquiera a Dios puedo alcanzar a interpretar. Es un misterio. Es demasiado grande. 

Cada persona. Cada historia. Cada corazón tan único. Sólo lo conoce su Creador.

Cada vez entiendo menos. Amo más…nada más. Me toca esa parte. Escuchar. Abrazar seguido. Hacer una cama. Sentarme al lado del que sufre y darle la mano.

Dejar la mediocridad. Ser menos religiosa. Más sencilla. Más genuina todos los días. 

A veces llorar y despojarme de mis propias ansiedades. De querer salvar a alguien. Estar en paz. Confiar en que Dios se nos adelanta, siempre. Es su característica personal. No deja tirado a nadie. Ni se olvida del que lo necesita.

Cada vez entiendo menos. Y yo pensé que sabía. Me creía que «la tenía re clara», pero me equivoqué. Es al revés.

Igual me siento mejor. Menos exigida. Más tranquila. Sin un dedo acusador que me señala, ni el propio que señala a otros.

Sigo siendo vulnerable. Tengo mis luchas. También reconozco mi cobardía. Es una materia con la que lucho, a veces me siento «Valiente» y otras «el Patito feo», pusilánime y floja.

Cada vez entiendo menos. Será que era al revés, la estructura que me armé de repente no era la única. Hay mucho más por conocer, hay mucha gente que no entraba en mi esquema pero está llena de sorpresas, de tesoros. Ya no me impactan las luces, ni me atraen los aplausos. Me siento mejor al lado del que pasa desapercibido, del que es feliz con lo que tiene. Del que se ríe de sí mismo. Del que no anda ostentando nada. Del que no se cree mejor que Dios…o que por profesar una religión está a un nivel mayor.

Cada vez entiendo menos. Hoy estoy, mañana tal vez no (no soy pesimista, sólo acepto que tengo un fin).

Disfruto más la soledad. Me uno al club de los que no obedecen todo lo que escuchan sin pensar. Intento que me influya menos la mirada del otro, aunque todavía me cuesta, está en mi lista de espera.

Busco a Dios en otros lados, donde es más fácil encontrarlo. No encerrado en cuatro paredes.

Cada vez entiendo menos, me llevo mejor con algunos que están catalogados como «fallados», se pueden llegar a sorprender de la riqueza que se halla en la fragilidad de esas personas.

Quizá debería saber más…pero a medida que pasa el tiempo, debo confesar… que entendiendo menos. 

Analía Duo

 

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En cierta ocasión asistí a un retiro espiritual donde escuché a un sacerdote decir: “A veces, por atender las cosas de Dios, nos olvidamos del Dios de las cosas”. Aquellas líneas se grabaron muy dentro de mí ese día y hoy, a ratos asaltan mi mente para volver a escribirse, como si las leyera por vez primera, adquiriendo nuevos significados antes ignorados. El Dios de las cosas. Y las cosas de Dios. ¿Cuáles son esas? Para aquel sacerdote, atender las cosas de Dios es perdonar las almas contritas, ofrecer un pancito mojado en vino santo, narrar las historias de un Dios humano. Para la viejita que va a misa de ocho o de seis todos los días, atender las cosas de Dios es dirigir el canto, recoger la limosna, orar a solas. Para la monjita del convento, atender las cosas de Dios es desayunar sacrificios, amasar el pancito sagrado, orar por un mundo doliente.

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