25 abril, 2024

La corrupción vence a todos, centrismo incluido

Los consensos o acuerdos son bastante raros de producirse cuando existen marcados desbalances en la representatividad ciudadana al interior del legislativo y más aún cuando los intereses personales destruyen la presunta racionalidad que debería primar entre quienes constituyen el poder político. Los resultados económicos obtenidos por la sociedad a través de una plétora política desde el populismo hasta la derecha y la izquierda en diferentes niveles de gravitación ideológica son muestra de una irresponsable conducción del Estado ejercida desde el retorno a la democracia.

Todas las tendencias han fallado y nadie lidera hoy electoralmente alguna vertiente verdaderamente filosófica. Así, situarse políticamente en el centro podría constituirse en una posición capaz de construir mínimos acuerdos de gobernabilidad. El tema no deja de ser controversial, sin embargo, porque dicho centro es apenas una postura, quizás de concertación, pero que no necesariamente representa una determinada filosofía política. Ese centro podría ser demasiado amplio en algunos casos y muchísimo más reducido en su competencia en otros. Quien se autocalifique como centrista, finalmente ¿qué mismo defiende?

Donde no debería existir divergencias conceptuales es en la identificación de la corrupción, gravitante tema de inflexión en el que los miramientos políticos están demás. Sin embargo, mientras los corruptos no lleguen judicialmente a prisión o políticamente se libren de ella, nada nos hará presagiar un país con justicia y porvenir para todos.

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Cada vez que veo a Correa en la televisión me pregunto: ¿Que hace metido en pleito ajeno y por qué no está trabajando para nosotros en lugar de perder su tiempo tratando de solucionar problemas de otros?

Los ecuatorianos no le pagamos el sueldo para que se la pase viajando y buscando arreglos a los líos de otros países y peor si en estos, el principio de la libre determinación de sus propios pueblos exige que nadie intervenga.

Este falso heroísmo solo camufla la intensión de figuretear para estar en la mira de la atención internacional.

Para su desmedida vanidad, el Ecuador ya resulta chico y ahora su hipertrofiado ego necesita el reconocimiento universal para así calmar sus ansias de querer ser como Bolívar, autoproclamándose el paladín de la democracia latinoamericana.

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