8 diciembre, 2024

Diplomacia y resaca poselectoral en Venezuela.

Del dicho al hecho hay un gran trecho, es un proverbio que pudiera aplicar muy bien, al campo de las relaciones internacionales. Después de los monótonos resultados del pasado domingo, queda una resaca generalizada que afecta no solo a Nicolás Maduro y al resto de los participantes en ese  prefabricado y tedioso proceso comicial, sino igualmente a la mayoría de los países que integran el continente americano, así como a aquellos otros fuera de él con peso e influencia en la geopolítica mundial.

El aviso dado en días pasados por algunos países del área encabezados por los Estados Unidos, de desconocer las elecciones venezolanas por considerarlas ilegitimas, se ve ahora confrontado por el efecto postelectoral que significa la relección de Maduro para un nuevo periodo, después de haber sido proclamado ganador de aquellas con más de seis millones de votos, no obstante la altísima abstención que quedó reflejada en las instantáneas tomadas por la prensa internacional en algunos de  los principales centros de votación de la región capital y de otras ciudades del país.

Si bien la declaración de Buenos Aires efectuada al día siguiente de conocerse los boletines del CNE  por Argentina, Canadá, Chile, Estados Unidos, México e incluso Australia, fuera del marco del G-20, que se encuentra allí reunido, es una ratificación de aquella primera advertencia con visos de amenaza, no tiene mayores consecuencias diplomáticas  mientras se mantenga en el ámbito de la retórica. Como tampoco la tiene la posición asumida por el Grupo de Lima en un sentido similar, o la del Secretario General de la OEA, mientras no se acuerden medidas concretas y en bloque, algo nada fácil de concertar.

Llamar a consulta a sus embajadores o reducir el nivel de sus relaciones diplomáticas con el gobierno de Maduro, es algo tan genérico y vago como el mensaje del Secretario General de la  ONU que acaba de decir que “toma nota” de lo ocurrido en Venezuela. Y aunque las acciones, mayormente financieras, emprendidas por los Estados Unidos son más específicas, tampoco conllevan en la práctica a un desentendimiento del evento electoral del domingo veinte de mayo, pues ya se venían tomando desde hace tiempo contra el régimen de Maduro por otras razones no tan diferentes, como por ejemplo la corrupción o violación de derechos humanos por parte de determinados funcionarios y dirigentes del régimen, así como el desconocimiento de la Asamblea Constituyente electa inconstitucionalmente en el 2017; un caso, por cierto, similar al de ahora, sin que haya pasado nada trascendente.

La realidad es que países como Colombia que ya ha marcado posición con el gobierno de Santos, o bien España, cuyo canciller se ha referido a las elecciones venezolanas como afectadas  por “deficiencias democráticas fundamentales” y “graves irregularidades”, no van a iniciar ninguna acción oficial de desconocimiento de dicho proceso comicial, mientras no sea el producto de un consenso de los miembros integrantes de la OEA o de la Unión Europea a la que pertenecen respectivamente. Y lo mismo pudiera decirse de los diferentes bloques estratégicos de Estados que constituyen el amplio y variado mosaico de las relaciones multilaterales. Que la OEA como organización decida no reconocer la reelección de Maduro y sancionar a su gobierno, es algo más que improbable. Nada digamos de la UE o la ONU, donde la presencia de potencias como Rusia o China, que ya han felicitado a Maduro por su triunfo, gravita de manera imperativa; algo de lo que ya tuvimos una muestra, en los casos de Honduras en el 2009 y de Crimea en el 2014.

Desconocer los resultados electorales, diplomáticamente hablando, conlleva a la deslegitimación del próximo gobierno de Maduro que comienza en enero del 2019 y, por ende, a su calificación de gobierno de facto, al margen de la ley; una posición difícil de asumir en los actuales  momentos en los organismos internacionales ya mencionados, donde las relaciones bilaterales a veces se imponen a las multilaterales.

Maduro sabe que necesita un poco de tiempo y los siete meses que aún le faltan para cumplir su actual mandato podrían darle un respiro. Con elecciones en Colombia el domingo 27 de mayo, aunque Petro lo tenga difícil, y también en México en menos de cuarenta días, donde el candidato de la izquierda López Obrador, luce mucho más cómodo, algunos cambios en las relaciones bilaterales pudieran favorecerlo. Sobre todo, si Macri no es reelecto en el 2019, la izquierda vuelve a ganar en Uruguay y la justicia brasileña saca a Lula de la cárcel antes de fin de año.

 

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