27 julio, 2024

Por Guayaquil

A propósito de la reciente celebración de las fiestas de mi bella ciudad, fue placentero luego de muchos años ver al presidente de la República asistir al acto organizado por el Municipio de Guayaquil, en conmemoración de sus 482 años de fundación.

Finalmente, se rompió el hielo y a pesar de los rezagos odiadores y comentarios contrarios de algunos practicantes del correísmo, vimos reunidas a dos importantes autoridades de nuestro país. No ganó el uno, ni perdió el otro, ganaron la ciudad y el país. Fue muy claro, lógico, feliz y articulado el mensaje del presidente. Nuestra ciudad se merece esto y más. ¡Bien señor presidente! Me dio mucho gusto escucharlo.

Guayaquil es una ciudad de actividad comercial imparable. Su puerto, aeropuerto y la cercanía geográfica con el sector agrícola y acuícola de nuestro país, le dan una característica muy particular; no en vano es llamada el motor económico del Ecuador.

Mi ciudad está siempre con sus brazos abiertos para recibir a visitantes de diversas latitudes. Ciudad de oportunidades para locales y extranjeros, que ha ido creciendo y desarrollándose con el esfuerzo diario de sus habitantes. Es básico que se continúe en la línea del diálogo, que se tiendan puentes donde la anterior administración los quemaba.

Obviamente, falta mucho por mejorar, no todo es perfecto, pero debemos reconocer que al menos tenemos la sensación de que avanzamos. Le viene bien al presidente consolidarse a nivel nacional y justo donde encontraba sus flancos más débiles, iniciar el fortalecimiento. No van a faltar los que objetarán todo tipo de acercamiento con cualquier otra tienda que no sea la de ellos, sin embargo, estos personajes tienen cercana su fecha de expiración. No pueden mantenerse vigentes quienes figuran solo cuando el resto es opacado.

Para muestra un botón: fijémonos quiénes fueron los grandes ausentes en estos encuentros e identificaremos a los odiadores que se opondrán a toda costa a cualquier proyecto de unión y diálogo que rompa con el totalitarismo que pretendían implementar. Bien por el país y mejor por mi ciudad.

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Guayaquil abre sus fiestas julianas y yo la siento amarrada con una soga que termina en un nudo gordiano. Desde hace 44 años que vivo con curiosa intensidad este periodo que se extiende desde julio hasta octubre, meses durante los cuales la ciudad se percibe o percibía diferente al resto de sus otras ciudades hermanas. Esto se reflejaba en el rostro de sus gentes que exhibía con pletórico orgullo esa expresión de sentirse libre e independiente sin ayuda de nadie sino de su propia idiosincrasia.

¡Cuantas veces exalté en mis columnas el inicio de julio, y saludé gozoso durante esos meses de vacaciones libertarias! Está bien que seamos una sola república, me decía, pero no por ser parte de ella dejemos de ser nosotros y dejemos de exaltar las diferencias con las que enriquecemos a esa misma república.

El gran clavo no es la política, sino los políticos.

El Diccionario razonado de legislación y jurisprudencia, escrito por el jurista español Joaquín Escriche a fines del siglo XVIII, define política como: “el arte de gobernar, dar leyes y reglamentos para mantener la tranquilidad y seguridad públicas y conservar el orden y las buenas costumbres”.

Esa definición ya nada tiene que ver con lo que vivimos hoy como política, llenas de escándalos, falseos y desplantes de legisladores borregos faltos de idoneidad, gobernadores chambones y dirigentes de convicción salarial.

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