26 abril, 2024

El día que conocí al diablo…

Un nefasto evento ha hecho retornar mis recuerdos de cuando trabajé para mi padre en sus haciendas. Una gran experiencia que incluyó la oportunidad de una noche “conocer personalmente” al Diablo.

Las relaciones con los empleados eran excelentes y fueron mis maestros en múltiples cosas que me obligaban a pensar y respetar la sabiduría de ellos en su relación con la naturaleza.

Un día mientras visitaba la zona conocida como el estero Pital, cerca de la Carrera Sucre, que era mi deleite porque su producción de cacao superaba en por lo menos tres veces las otras adyacentes, me encontré con Teófilo Sánchez.

Saludamos muy cordialmente y me dice: don Antonio ya la muerte me está rondando. Vamos Teófilo, me parece que te golpeaste con una de las botellas. No don Antonio, todas las noches me levanto a las tres de la madrugada y cuando miro hacia allá (señalando a unos treinta metros) huelo algo raro y se ven llamaradas que iluminan toda la zona.

Mira Teófilo, el Diablo no existe y más aún tú eres buena gente. Cree en Dios y te basta; además, lo más poderoso es hacerse la Señal de la Cruz. Jugamos un ping-pong verbal que sí, que no, que ya lo he hecho, todo unido a: Se lo juro, repetidas veces.

Le dije: Mira Teófilo, tú dices que es a diario así que está noche vendré a ver qué pasa (machísimo).

Cerca de la hora 0, me vestí y tomé mi revolver (¿para qué? ¿Contra el ‘diablo’?) Me encaminé al lugar, paré y dije estaré un rato y mañana gozaré a Teófilo. Mientras tramaba las cosas… ¿uuups que veo? Fuego que a momentos se intensificaba. Recurrí a toda mi fe en Dios y me acorde de los rezos que jamás antes había rezado… Y las llamas seguían.

Se ha borrado de mi mente cómo baje del vehículo, ridículamente alisté el revólver (mucho me serviría ante el Diablo), caminé muy lentamente en dirección a las llamas mientras pensaba en la manera de zafarme con honor del lío en que me había metido.

Unos 20 metros más cerca, sudando en la noche fría, escucho una voz que me dice: don Antonio …patrón… ¿Qué hace por aquí? Identifiqué, mientras me volvía el alma al cuerpo, la voz de Valentín Mercado, amigo y colaborador de trabajo.

Me invitó a un café, de aquellos que se hacen a diario recién pasado, y nos pusimos a platicar. Valentín tenía un problema con una muela (más que con ella con el temor de ir al dentista).

Durante el día se calmaba el dolor masticando las hojas de una planta; por supuesto, en la noche, pasadas las horas el malestar retornaba y el salía a ‘curarse’ y mientras esperaba el efecto fumaba un puro hecho en Esmeraldas, estos tienen la peculiaridad de no ser tratados ni envueltos bien, eso justificaba el olor y cuando la hoja se separaba tenía una intensa combustión que era la llamarada.

Ya me quedé de largo trabajando, con mi dignidad y ropa sin manchar y le pude garantizar a Teófilo que no se iba a morir.

Hoy he investigado más sobre el Diablo. En:

“¿Existe el diablo?

Silverio Zedda, SJ (La problemática demonológica nella Bibbia), sostiene que la tradición viva de la Iglesia es quizá el argumento más fuerte en favor de la doctrina sobre el diablo. Afirma que dentro de este contexto es donde trabaja el intérprete bíblico, e intenta una síntesis entre los resultados de sus estudios y la enseñanza tradicional.

Dada la frecuencia con que, ante todo la Escritura y luego los Padres de la Iglesia, hablan del diablo, no es extraño que sus afirmaciones en este campo entraran a formar parte de la enseñanza oficial de la Iglesia.”

El primer Concilio que tomó posición solemne y decidida sobre el Diablo fue el de Braga, en 561, en una declaración contra los priscilianos, los cuales creían que el diablo no había sido creado por Dios.

Inocencio III, el IV Concilio de Letrán (1215) reafirmó esta doctrina contra el dualismo, repitiendo que “el diablo y los otros demonios fueron creados buenos por Dios y que se hicieron malos por culpa propia”, y puso a “la humanidad bajo la cautividad del diablo, que tenía poder sobre la muerte, además afirma que la misión de Cristo fue la de reducir a la impotencia con su propia muerte al que tenía poder sobre la muerte.”

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