17 abril, 2024

Los motivos del Lobo

Félix Rubén García Sarmiento nació en 1867 en Metapa, hoy Darío en honor a él, Metagalpa, Nicaragua. Es el principal representante del modernismo literario español. Conocido como el Príncipe de las letras castellanas.

Aunque su padre era de apellido García, su familia paterna era conocida por generaciones como de apellido Darío. Vivió su primera infancia en León con sus tíos abuelos materos de apellido Sarmiento a quienes consideró sus verdaderos padres, tanto que en la Escuela se llegó a firmar como Félix Rubén Sarmiento. Fue alumno de los Jesuitas. Tuvo muy poco contacto con su padre, a quien llamaba Tío Manuel y con su madre, quien después de su separación definitiva con su padre se fue a vivir con su nueva pareja en Honduras.

Lector precoz, empezó a escribir también muy temprano. A los catorce años ya escribía en el Diario El termómetro y poco después en la Revista El ensayo.

Entre sus varias obras en prosa, destaca Azul y de sus varios poemas destaco “A Margarita Debayle”, uno de sus poemas más tiernos, “Sonatina”, su descripción de la Calumnia y Los Motivos del lobo, poemas que pongo a continuación.

Los motivos del lobo, relata uno de los milagros atribuidos en vida a San Francisco de Asís, Santo de extraordinarias virtudes, de quien se decía que hablaba con los animales y que convirtió por un tiempo a un enorme lobo que asolaba el pueblo de Gubbia, matando el ganado e incluso a los pastores, en un manso galgo.

Vale la pena leer estos preciosos poemas:

La Calumnia

Puede una gota de lodo
sobre un diamante caer,
puede también, de ese modo,
su fulgor oscurecer.
Pero aunque el diamante todo
se encuentre de fango lleno,
el valor que lo hace bueno
no perderá ni un instante
y ha de ser siempre diamante
por más que lo manche el cieno.

LOS MOTIVOS DEL LOBO

El varón que tiene corazón de lis,
alma de querube, lengua celestial,
el mínimo y dulce Francisco de Asís,
está con un rudo y torvo animal,
bestia temerosa, de sangre y de robo
las fauces de furia, los ojos del mal;
el lobo de Gubbia, el terrible lobo,
rabioso ha asolado los alrededores,
cruel ha deshecho todos los rebaños;
devoró corderos, devoró pastores,
y son incontables sus muertes y daños.

Fueron cazadores armados de hierros
fueron destrozados. Los duros colmillos
dieron cuenta de los más bravos perros,
como de cabritos y de corderillos.

Francisco salió;
al lobo buscó
en su madriguera.
Cerca de la cueva se encontró a la fiera
enorme, que al verle se lanzó feroz
contra él. Francisco, con su dulce voz,
alzando la mano,
al lobo furioso dijo: “¡Paz, hermano
lobo!”. El animal
contempló al varón de tosco sayal;
dejó su aire arisco,
cerró las abiertas fauces agresivas,
y dijo: “¡Está bien, hermano Francisco!”.
“¡Cómo! exclamó el santo ¿Es ley que tú vivas
de horror y de muerte?”.
“La sangre que vierte
tu hocico diabólico, el duelo y espanto
que esparces, el llanto
de los campesinos, el grito, el dolor,
de tanta criatura de Nuestro Señor,
¿no han de contener tu encono infernal?
¿Vienes del infierno?
¿Te ha infundido, acaso, su rencor eterno
Luzbel o Belial?”.
Y el gran lobo, humilde: “¡Es duro el invierno,
y es horrible el hambre! En el bosque helado
no hallé qué comer y busqué el ganado,
y a veces comí ganado y pastor.
¿La sangre? Yo vi más de un cazador
sobre su caballo, llevando el azor
al puño, correr tras el jabalí,
el oso o el ciervo; y a más de uno vi
mancharse de sangre, herir, torturar,
de las roncas trompas al sordo clamor,
a los animales de Nuestro Señor.
¡Y no era por hambre que iban a cazar!”.

Francisco responde: “En el hombre existe
mala levadura.
Cuando nace, viene con pecado. Es triste.
Mas el alma simple de la bestia, es pura.
Tú vas a tener
desde hoy qué comer.
Dejarás en paz
rebaños y gente en este país.
¡Que Dios melifique tu ser montaraz!”.
-“Está bien, hermano Francisco de Asís.”
-“Ante el Señor, que todo ata y desata,
en fe de promesa tiéndeme la pata.”
El lobo tendió la pata al hermano
de Asís, quien a su vez le alargó la mano.
Fueron a la aldea. La gente veía
y lo que miraba casi no creía.
Tras el religioso iba el lobo fiero,
y baja la testa, quieto le seguía
como un can de caza, o como un cordero.

Francisco llamó a la gente a la plaza
y allí predicó.
Y dijo: “He aquí una amable caza.
El hermano lobo se viene conmigo;
me juró no ser ya vuestro enemigo,
y no repetir el ataque sangriento.
Vosotros, en cambio, daréis su alimento
a la pobre bestia de Dios” – “¡Así sea!”
contestó la gente toda de la aldea.
Y luego, en señal
de contentamiento,
movió testa y cola el buen animal,
y entró con Francisco de Asís al convento.

Algún tiempo estuvo el lobo tranquilo
en el santo asilo.
Sus bastas orejas los salmos oían
y los claros ojos se le humedecían.
Aprendió mil gracias y hacía mil juegos
cuando a la cocina iba con los legos.
Y cuando Francisco su oración hacía,
el lobo las pobres sandalias lamía.

Salía a la calle,
iba por el monte, descendía al valle,
entraba en las casas y le daban algo
de comer. Mirábanle como a un manso galgo.
Un día, Francisco se ausentó. Y el lobo
dulce, el lobo manso y bueno, el lobo probo,
desapareció, tornó a la montaña,
y recomenzaron su aullido y su saña.
Otra vez sintióse el temor, la alarma,
entre los vecinos y entre los pastores;
colmaba de espanto los alrededores,
de nada servían el valor y el arma,
pues la bestia fiera
no dio tregua a su furor jamás,
como si tuviera
fuegos de Moloch o de Satanás.

Cuando volvió al pueblo el divino santo,
todos le buscaron con quejas y llanto,
y con mil querellas dieron testimonio
de lo que sufrían y penaban tanto
por aquel infame lobo del demonio.

Francisco de Asís se puso severo.
Se fue a la montaña
a buscar al falso lobo carnicero.
Y junto a su cueva halló a la alimaña.
“En nombre del Padre del sacro universo
conjúrote dijo ¡Oh lobo perverso!,
a que me respondas: ¿Por qué has vuelto al mal?
Contesta. Te escucho.”
Como en sorda lucha, habló el animal,
la boca espumosa y el ojo fatal:
“Hermano Francisco, no te acerques mucho.
Yo estaba tranquilo, allá en el convento;
al pueblo salía,
y si algo me daban estaba contento
y manso comía.
Más empecé a ver que en todas las casas
estaban la Envidia, la Saña, la Ira,
y en todos los rostros ardían las brasas
de odio, lujuria, infamia y mentira.
Hermanos a hermanos hacían la guerra,
perdían los débiles, ganaban los malos,
hembra y macho eran como perro y perra,
y un buen día todos me dieron de palos.
Me vieron humilde, lamía las manos
y los pies. Seguía tus sagradas leyes;
todas las criaturas eran mis hermanos,
los hermanos hombres, los hermanos bueyes,
hermanos estrellas y hermanos gusanos.
Y así, me apalearon y me echaron fuera.
Y su risa fue como un agua hirviente,
y entre mis entrañas revivió la fiera,
y me sentí lobo malo de repente;
más siempre mejor que esa mala gente.
Y recomencé a luchar aquí,
a me defender y a me alimentar,
como el oso hace, como el jabalí,
que para vivir tienen que matar.
Déjame en el monte, déjame en el risco,
déjame existir en mi libertad;
vete a tu convento, hermano Francisco,
sigue tu camino y tu santidad.”

El santo de Asís no le dijo nada.
Le miró con una profunda mirada,
y partió con lágrimas y desconsuelos,
y habló al Dios eterno, con su corazón.
El viento del bosque llevó su oración,
que era: “Padre nuestro, que estás en los cielos…”

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