El triunfo de Noboa era esperado por el peso específico de su presidencia, pero además porque esa real mayoría no deseó en Carondelet a nada remotamente parecido a Correa. Otros vencedores fueron los votos nulos, blancos y Andrea, quien con una campaña austera y sin entreguismos a los poderes fácticos, pulverizó electoralmente a la vieja guardia política, constituyéndose en referencia vanguardista.
Noboa, ejerciendo un poder in extremis autoritario, lideró la tendencia por no caer en las garras de un correísmo preocupado apenas por liberar a Glas, abrir la vía de la desdolarización, permitir el impune regreso de su máxima figura al país y gobernar con discrecionalidad estatizante. De hecho, en campaña, los candidatos peones fueron incapaces de calificar a Maduro como dictador y el propio Correa fácilmente se descompuso al ser inquirido sobre temas de su seguridad personal. Estos detalles dejaron de ser marginales, cultivaron el hartazgo ciudadano, por primera vez provocando un castigo electoral a un movimiento que continuó apostando por los menos capaces, pero más fieles, porque algún otro membrete de su nomenklatura podría, al interno, guillotinar políticamente a Correa.
La sociedad se convirtió a priori vencedora, pero con marcados desafíos. Su futuro inmediato continúa dependiendo del fenómeno Noboa, pero con el reversible apoyo de aquellos votos nulos y blancos, y los de Andrea. Empero, una victoria de Luisa conllevaría una corrida bancaria el mismo 14 de abril. El país del mediano plazo ni siquiera existe.