2 mayo, 2024

La Habitación de Ricardo

Hace unos meses, me enteré que tengo una herencia.

Hace más de un año que no escribo. Recuerdo los últimos versos escritos en mi estadía en Estados Unidos, mientras escuchaba sueño con serpientes de Silvio Rodriguez. Siempre, me interesó la Literatura y siempre quise decir que las letras, los libros son un mundo en un mundo de subjetividades, por ende se puede deducir, cuestionar, criticar y porque no fantasear.

Hace un tiempo, mis 2 hijos tenían 1 y 3 años y por ende buscaba realizar actividades didácticas y por ello asistía todos los días a un parque de mi barrio. Recuerdo que solía ver a un muchacho de unos 50 y largos llegar en bicicleta de competición con su pelo atado y rizado y se instalaba en la piscina comunitaria. Resulta ser que comencé a seguirlo con mi visual. Pensaba que si algún día llegaba a cruzarlo de frente no sabía cómo iba a comunicarme, no sabía si era latino o norteamericano. Sin embargo pasaron meses y esto continuó sucediendo sin novedades.

Un buen día José, de nacionalidad Peruana, a quien conocí en el mismo parque cuando me escucho hablar castellano con mis hijos, se acercó y me dijo: tu eres Argentino? Le contesté, si. Y nos pusimos hablar de Filosofía, de Messi. En esa oportunidad me invitó a su casa a festejar su cumpleaños en la semana entrante. Como buen hijo de vecino y la necesidad de estrechar una conversación con gente de tu palo, era lo más deseado por esos momentos. Asi que acudimos con Cassiana y mis hijos.

De no creer, había unas pocas personas, entre ellas, este muchacho de pelo largo de la bici. Me lo presentan, me dice: Hola, ¿cómo estás?, le respondo: excelente. Hablábamos la misma lengua aunque un poco bastante distinta su tonada.

Fueron pasando las horas de la tarde, los vinos de distintos colores, aromas y gustos seguían corriendo sangre por nuestras venas. Entró en José, Ricardo y yo todo el fulgor de una tarde necesitada del habla y la escucha, en donde cada uno, sin darnos cuenta, íbamos contando historias, relatos y sucedidos de nuestros países; como con esa necesidad de sentirnos parte de….¿una Cultura?, ¿un sistema?, lo cierto es que estaba José de Perú, Ricardo Chileno y yo de Argentina en un país totalmente diferente al nuestro, Estados Unidos. 

Quizás por eso todo sucedió tan natural, no sé si fue producto del vino, la emoción de por un ratito volverte a tu país, mostrando de donde sos, de donde venís, cargado de una historia, de una vida previa. Quizás fue un instante pintorezco de renunciar o sentir por un momento que no existía más nadie, ni mis hijos, ni los hijos de Jose ni los hijos de Ricardo, ni las catas australianas que tenía en su patio en una jaula, que por cierto en más de una oportunidad dudé en liberarlas. Quizás en ese momento, nosotros estábamos enjaulados, del sistema, del idioma, las costumbres que nos imponía un País y que era parte del juego, procesar la información para vehiculizar un nuevo rumbo. Parte de ello y como otras cosas más, siempre y en cada reunión, repetíamos los temas y terminábamos en las mismas discusiones, de política, de fútbol, de religión, de música, de escritores.

Las anécdotas que recuerdo es la que Jose nos contaba sobre como hizo para dejar de creer en Dios, en realidad no es que no cree en Dios, sino más bien no practica la fé por motus propio. La vida lo llevo a cuestionar sus creencias, sus mandatos familiares, puuuuffff. Me contaba su admiración por un sacerdote Peruano de apellido Huberlancier y sus ideas revolucionarias y reformistas de la Iglesia; me acuerdo de Claudia Naranjo sobre la mente patriarcal y sobre su admiración por Nietzsche.  

Ricardo nos contó su relación frustrante con su padre producto de que de niños, tuvieron que exiliarse en México durante la dictadura de Pinochet, ya que era compatriota de Salvador Allende. Ricardo era un físico, historiador, una persona con muchas vidas, producto del universo de Libros que lo rodeaba. Es así que su compañera María, también Latinoamericana, Brazuca, nos contó, que Ricardo tenía una biblioteca enorme en su casa y justo estaban en plena mudanza y era un caos.

Pero la anécdota que más recuerdo es la que contó Ricardo que cuando murió su madre de una enfermedad genética muy poco frecuente, muy rara y no común, tuvo que ver que iba a hacer con la herencia. La herencia que le había dejado su madre fue una biblioteca. 

Después de unos dos meses cuando nos volvimos a juntar, Ricardo nos contó con mucho pesar que su hermana había fallecido de la misma enfermedad de su madre. Entonces el dilema de Ricardo y María era en que harían con los libros de su madre y los numerosos libros que su hermana, también había dejado como herencia.

Para calmar un poco este clima triste, yo les contaba mis peripecias y mis trabajos diurnos en Estados Unidos, las conversaciones que tuve conmigo, las horas de desvelo intentando ser más amable con las cosas, con la vida, con mi experiencia. Paseábamos y yo presumía a Borges, a Cortázar, les contaba de mis dilemas existenciales luego de leer el Existencialismo es un Humanismo de Sartre y que no lo recomiendo si no estás dispuesto a tambalear. Les contaba de lo hermoso que es el puente Carretero y la vida que te puede llegar a dar si miras el atardecer tomando un mate en la vera del Río Dulce en Santiago del Estero, les contaba de la tierra y el rezabaile del patio del Indio Froilán.

Un buen día Ricardo me dijo pasa por casa que quiero mostrarte algo. Accedí. Luego de varios intentos fallidos, por los hijos, el trabajo, me presenté en su casa una mañana fría.

Recuerdo haber entrado, su casa de techo alto, olor a nueva, sus escaleras de alfombras recién estrenadas, el sahumerio en plena ebullición, un lugar como para meditar por días. Subí las escaleras un tanto dubitativo. Me dice te quiero mostrar esto. Una biblioteca con más de mil libros. Quede estupefacto. ¿Qué podría leer? ¿Por dónde se supone que debes empezar a hurgar? Y mágicamente, sacó un libro como una Biblia de Roberto Bolaño 2666 y de Los Detectives Salvajes, sus obras maestras. Me mostró casi todas sus obras, sus poemas y quedé anonadado de tanta vida en ese minúsculo lugar secreto, en una parte del mundo que guardaba Ricardo. Yo estaba a punto de mudarme a Argentina, Ricardo quería prestarme su libro pero no tenía chance de llegar a terminar a leerlo, por lo que dije que lo iba a buscar y tratar de comprar en Argentina.

Ricardo quedó con un poco de culpa, porque nuestro encuentro se había pospuesto por unos meses y yo estaba próximo a marcharme.

Al volver a mi casa, pensaba en su historia, en si su escritor por admiración Roberto Bolaño, también chileno, no sería su favorito por la historia, la historia similar con el poeta quien tuvo que exiliarse en México.

Quede apesumbrado, pensando en los relatos, los mundos, los libros, las anécdotas como una manifestación poética del ser y estar en el presente. Quede pensando en las cosas inconscientes que hacemos y como elegimos sin darnos cuenta, pero que andamos ahí, cerquita, transitando, quizás, caminos similares, tratando de vivir lo más amable para con lo que nos rodea, ni siquiera decir de  la felicidad porque no creo que exista siempre sino como un momento repercutido de situaciones emocionales marcados por algún acontecimiento.

Ricardo me dijo, cuando vayas a Argentina, me pasas una dirección y yo te envío algo de Roberto (lo trataba como su pariente o mejor amigo). No le creí mucho, a lo cuál respondí no es necesario Ricardo, lo voy a buscar estando allá, seguro lo consigo.

Después de casi 3 meses que pasaron de este episodio y que fué la última vez que vi a Ricardo, me escribió un sms pidiéndome la dirección de Santiago del Estero. Me dije, hombres de palabra que pocos hay en este mundo, le dije, Gracias, ya lo conseguí. Era mentira, me daba cosa que se tomase el tiempo de su tiempo para mandarme un libro desde Estados Unidos cuando quizás yo lo conseguía a cuadras de mi domicilio.

Después de esto, hace dos meses atrás para ser más preciso, me mandó un mensaje mi amigo José desde Estados Unidos, acongojado, contándome que su amigo Ricardo, a quién yo también había adoptado como un hermano y amigo, había fallecido de manera violenta y rápida. Ricardo contrajo la misma enfermedad de su madre y de su hermana, genéticamente transmitida. Quedé mudo, no contesté luego de unas horas.

Ahora estoy escribiendo esto, con mi libro 2666 en la mano, en honor a Ricardo y pienso en la herencia, la forma de comunicarnos a través de la lectura: Ricardo me había regalado su habitación, su tiempo, su lugar en la vida, su mundo interno, sus deseos, donde quizás, él supo guardar los más profundos anhelos y desdichas y que sin darse cuenta, estaba dejando en mi parte de su herencia.



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4 comentarios

  1. Un buen amigo es el tesoro mas grande que se tiene hay que disfrutarlo nunca sabe cuanto Dios nos lo prestara en esta vida

  2. Lindo escrito; me encantó leerlo. Pienso que 2666 dejará en Ud., una sonrisa de nostalgia. Un brindis por Ricardo y la amistad de Uds.
    Abrazos

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