26 julio, 2024

En el juego político del debate

La  palabra nos diferencia. Pero también nos convoca. Toda convocatoria incluye, por cierto, algún tipo de relación de posiciones. Casi siempre, por cierto, la discusión fragua los resultados. A favor. O en contra. Lo importante, sin embargo, es establecer el diálogo. Pues con el diálogo es cuando la palabra valoriza su presencia. ¿Para qué, en cambio, si gira en monólogo sobre sí mismo? Todo dialogante, incluso, transforma  su gestión, al confrontar su expectativa de expresarse  en un proyecto, lleno de planes, propuestas, decisiones, prospectivas. Pero, además, dialogar es enriquecer, con mucha frescura, no únicamente la cosmovisión  de cada interviniente. También, y es de extremada importancia,  permitir la confrontación de   sus convicciones…

Hay que reconocer en el diálogo una fuente mágica de mutación personal. Mutación espiritual o intelectual de la que  siempre saldrán fortalecidos los criterios que insuflan más vida a la personalidad, al carácter, al temperamento. Pues que dialogar, en muchas ocasiones, significa poner  en el juego de la duda  el mundo en que cada quien vive  encerrado. ¿Qué tanto, sin embargo, semejante evento debe restringir  un diálogo que pueda  descubrir las  flaquezas humanas o, simplemente, sociales? Solo aquel que sea presa de la alcahuetería de un fanatismo, de una mentira cuajada en una consciencia deformada, claro que vive el miedo de quedar al desnudo… Y es que este desnudo no es tan natural. Es, quizás, algo así como sentirse perseguido por una culpa inconfesable.

Las cosas para que sean conocidas, las ideas para que sean apreciadas, los hechos para sean aceptados deben, siempre, ponerse a prueba. Sufrir  serios escrutinios y saber, por fin, luego de serias contrastaciones, saber hasta qué punto tiene sentido o no su vigencia. Por el diálogo, el debate, la confrontación, es posible lograr la certeza sobre la realidad de algo. Es posible, igualmente, comprender las razones  por las que  “tal suceso”, del que tanto se habla, no posee ninguna significancia. O, al contrario, hay que tenerlo pendiente de estudio, de análisis, de observación continua. Con el debate, por el ir  y venir de preguntas y respuestas, el descubrimiento de lo que ayer era un enigma, un  misterio, un secreto hoy está en las calles de boca en boca. Sea mentira o sea verdad la discusión sobre el problema lo puso en boga. Nadie quiere ser engañado. Quien más quien menos pretende  vivir en una sociedad en que la verdad sobre los hechos, las cosas, las ideas fluya sin bloqueos, sin mordazas, sin miedos…

Una democracia sin debate es una sociedad de miedos, mentiras y engaños.

Debatir es estar listo a poner las cartas sobre la mesa sin esperar a ser obligado… Debatir es decir las cosas, tal cual son y tal cual valen, sin temor al que dirán… Debatir  es usar la simplicidad y no los embrollos en la expresión de las ideas… Debatir es algo propio de la entereza y seriedad de las personas, que no tienen porqué ocultar ni su vida ni su imagen… Por eso, Una democracia sin debate es una sociedad de miedos, mentiras y engaños.

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La Prensa y la Iglesia

Todos estamos interesados en lo que dice la prensa. Esto puede ser bueno o malo, dependiendo del punto desde el que lo queramos ver. Hemos observado, a lo largo de estos años, la pelea entre el Gobierno y la prensa, porque la prensa escarba y cada vez que encuentra algo, lo publica, porque esas noticias – denuncias, llaman la atención y venden los periódicos, revistas, o cualquier medio de prensa escrita, o aumenta la sintonía de la radio o la televisión. Al ser humano le gusta comentar y ser el primero en llevar el chisme o comentario a los demás. Al Gobierno, cada noticia que muestra un acto corrupto, lo perjudica, no necesariamente porque quiera encubrir pillerías de algún funcionario, sino porque afecta la imagen del Gobierno, que pretende seguir gobernando en éste y otros períodos más. La mala imagen, afecta sensiblemente a credibilidad del pueblo.

Con la Iglesia pasa lo mismo. La prensa, que normalmente busca vender su medio de comunicación, destaca las noticias que más llaman la atención, sean o no escandalosas, y lógicamente, mientras más escandalosas son, más venden. Esto ha llevado a que los escándalos provocados por los actos de homosexualidad, de robo y divulgación de noticias secretas, o de actos económicos inmorales, hayan sido publicadas y comentadas con éxito de venta. Nuestro Papa Benedicto XVI, en un acto de humildad sin precedentes, ha preferido la semana pasada, dejar el puesto para que venga otra persona que pueda, luego de que se calmen las aguas, volver a la normalidad a la gran grey católica y salvar el buen nombre de la Iglesia. De nada ha valido hablar y demostrar que otras Iglesias tienen un mayor porcentaje de escándalos similares. El daño ya está hecho.

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