5 octubre, 2024

J'accuse (Yo acuso)

Los medios de comunicación han sido gestores de grandes denuncias que han alertado al pueblo o las autoridades de grandes hechos negativos.

Si Émile Zola, en París, el 13 de enero de 1898, no hubiera escrito su famosa carta: J’accuse (Yo acuso), publicado por L’Aurore (luego de una campaña en Le Figaro) el capitán Alfred Dreyfus se hubiera podrido en prisión y su apellido quedado sumergido en la ignominia.

Literalmente: Existen, al menos, diez millones de listas con decenas de procederes inapropiados denunciados por los comunicadores. La aviación no sería tan segura si no se hubiera puesto en la vista pública prácticas de mal mantenimiento.

No habría conciencia social sobre la contaminación y las muertes que causan. Muchas medicinas continuarían afectando la salud; embaucadores vendiendo parcelas en el cielo y captando inversiones fraudulentas.

Nadie se hubiera enterado que la explosión de ciertos tipos de vehículos o sus volcamientos eran atribuibles a malos diseños o cicateras costumbres de producción.

En Ecuador hay muchos casos famosos de corrupción: la “venta” de nuestra bandera; las muñecas de trapo; el del arroz con gorgojo; la compañía petrolera mexicana Permargo para la exploración de gas en el golfo de Guayaquil; el aún fresco caso de la empresa Flores y Miel…

La corrupción en las altas esferas del sistema político gubernamental ecuatoriano nació con la república y no es fenómeno de las últimas décadas. Sociológicamente hablando, la corrupción política es fenómeno inherente a toda sociedad que funciona mediante el abuso y terror del poder; causa directa de la corrupción.

El caciquismo del poder materializa la corrupción en sus manifestaciones más usuales: Soborno, concusión, extorsión, tráfico de influencias… Apropiación indebida de fondos y una serie de violaciones a las leyes.

Una revisión de las complicidades de nuestros mandatarios con estos actos delictivos demuestra que la corrupción es frecuente y las excepciones contadas.

El venezolano Juan José Flores, “Padre de la Patria”, primer Presidente, entró a la vorágine de las luchas intestinas entre los jefes militares de la Gran Colombia para repartírsela en despojos. Se quedó al mando de la República del Ecuador fundada el 13 de mayo de 1830, inaugurando una larga página de la corrupción en nuestra historia republicana. De la cual sólo nos enteramos por las peleas de compadre surgidas con su Ministro de Economía quien, como es acostumbrado, al ser separado del cargo devuelve acusaciones con acusaciones.

Varios compatriotas que insistieron en denunciar los hechos fueron asesinados cruelmente y colgados sus cadáveres en las calles por cuestionar al abusivo Presidente con sus interrogantes de: ¿cómo “un hombre que subió desnudo a la Presidencia descendió con algunos cientos de miles de sucres”?

Años más tarde Rocafuerte denunció los angurria y abusos de Flores con sus famosos “Manifiestos a la Nación” que, desde el exilio en Lima, difundía indignado.

El ilustre guayaquileño deja estampada su histórica definición del primer mandatario ecuatoriano: ”…Voraz sanguijuela os chupará toda la sangre ¡oh pueblo del Ecuador! Si tardáis más tiempo en arrancarla de vuestro seno y arrojarla con indignación a las playas de Puerto Cabello, de donde salió para vuestro tormento, y para transformarse en verdugo de vuestra Independencia y asesino de vuestra Libertad…”

Las denuncias hechas por Ralph Nader de la falta de cinturones de seguridad en los vehículos, del alegre diseño del Corvair; el caso “Watergate” (y muchos otros ”…gates”); la venta de leche en polvo contaminada envasada en China; el affaire del arrendamiento a familiares de departamentos subsidiados en Paris; permisos de “tráfico” de droga en Cuba (siempre negado); las horrorosas torturas en las cárceles de Irak…

Tienen un común denominador: Se conocieron y trataron porque hubo una Prensa, un medio informativo ¡Libre!, que los denunció. Claro que costaron políticamente mucho ponerlos después en el Limbo del gran borrego.

Por pelea entre compadres, por intereses competitivos, sentirse traicionados… los casos llegan a ser denunciados.

La diferencia del efecto radica en que se conozca la denuncia públicamente o se la mantenga callada. Nada mejor para ello es una dictadura y una buena Ley Mordaza.

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