10 noviembre, 2025

¿Quiero dejar de beber?

Pongamos en contexto el tema, como siempre, partiendo desde mi propia historia.

Uno de mis pecados de la carne —y viene de familia— es la ingesta de licor por cualquier pretexto, lo que nos lleva a tomar decisiones equivocadas y casi siempre en contra de la misma familia, del prestigio profesional y, como vivimos del “qué dirán” de la sociedad, el problema se vuelve adicción si no ocurren dos situaciones:

  1. Reconocer que tenemos un problema de salud con el alcoholismo (lo mismo sucede con otras adicciones).

  2. Que suceda algo extraordinario para dejar de beber: o te mueres, o sales de este flagelo de vida.

Quiero contarte mi historia. Desde aproximadamente los 16 años —hoy tengo 76—, en forma ininterrumpida hasta un poco antes de la pandemia del COVID, no he parado de beber. Como dicen mis supuestos amigos, era un bebedor social o semanal.

Es decir, nunca me había preocupado por mi salud física ni mental, a pesar de que sigo ejerciendo algo la profesión de abogado —con persecución de los gobiernos incluida— y de escritor frustrado en varias páginas web y redes sociales, con una gran cantidad de seguidores… pero que no dan de comer. Más bien, si me equivoco en la creación de contenidos, la crítica es dura, implacable, aunque a veces necesaria.

Fumaba, comía lo que fuera y pensaba: “de algo hay que morir”.

Hasta que un día, después de varios intentos de someterme a tratamientos médicos en instituciones públicas y privadas, con el consiguiente gasto en farmacología y terapias sin resultados visibles, y con los achaques propios del envejecimiento, un médico me dijo una frase que me hizo replantear la vida:

“Si sigues así, Manuel, no vas a ver crecer a tu nieta.”

Ese fue mi punto de quiebre. Estoy poniendo empeño en dejar la copa (no para beber en vasos). No, en forma definitiva. Pierdo amigos, me aíslo del mundo, pero estoy siguiendo cuanto tratamiento soporta mi cuerpo y lo aplico con cierta disciplina y fuerza de carácter que antes no tenía.

Ya puedo decir “no”, y parece que en pocos meses más empezaré a recuperar energía, vitalidad y una paz que nunca había sentido.

Y con el tiempo, recuperé la energía que creía perdida por haberme retirado de los deportes.

Podré correr detrás de mi nieta en el parque, en las tiendas, en los paseos, en la escuela. Puedo estar presente en sus cumpleaños, puedo reír, jugar y disfrutar de esos momentos que no se compran con dinero, porque además no lo tengo: estoy quebrado financieramente. Pero sobreviviré.

Hoy me doy cuenta de que los milagros sí existen, y me parece que esa fue la verdadera abundancia que siempre busqué. Porque sin ella, no hay riqueza que valga ni sueño que se disfrute.

Y ese milagro, mi nieta —la única en la familia—, se llama Amelia (Melly).

Te cuento mi historia para que empieces tu propio cambio.

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