10 noviembre, 2025

Discurso: El delirio de grandeza

Señoras y señores:

Pongamos en contexto un fenómeno preocupante que se repite —una y otra vez— en nuestra región y, por supuesto, en nuestro propio país, el Ecuador. Me refiero a ese extraño pero persistente mal que aqueja a ciertos gobernantes, sean de izquierda o de derecha, y que podríamos denominar, sin eufemismos, el delirio de grandeza.

Un mal que se manifiesta con fuerza en tiempos de incertidumbre, cuando algunos líderes empiezan a creerse predestinados, enviados por la historia o por alguna fuerza superior, para gobernar en nombre del pueblo. Y no como servidores públicos, sino como salvadores, como mesías.

El delirio de grandeza hace que el sujeto se sienta superior, infinitamente por encima del resto de los mortales. Y lo más alarmante: son pocos los que escapan a esta enfermedad mental incurable, que se disfraza de convicción y se esconde detrás del carisma.

Ernest Hemingway, lúcido como siempre, lo advirtió con claridad:

“El poder afecta de una manera cierta y definida a todos los que lo ejercen.”

Decía que, al alcanzar un puesto de autoridad, muchas personas comenzaban a perder el contacto con la realidad. Como si incubaran una enfermedad, desarrollaban síntomas inquietantes: la necesidad constante de halagos, la certeza de ser indispensables, la creencia de estar cumpliendo una misión trascendental… hasta terminar creyéndose por encima del bien y del mal.

¿Qué es el delirio de grandeza?

Podemos definirlo, según el contexto cultural y clínico, de varias maneras:

  • Es una confusión mental caracterizada por alucinaciones, pensamientos absurdos e incoherencia en la personalidad.

  • Es una creencia falsa o inusual, muchas veces acompañada de paranoia, misticismo extremo y una desconexión significativa con la realidad.

  • Es, también, la convicción irracional de tener poder eterno, una inteligencia descomunal o una superioridad incuestionable sobre sus seguidores.

¿Cuáles son sus síntomas?

Veamos un caso concreto: cuando una persona, pese a haber perdido unas elecciones, sigue creyéndose presidente, exige obediencia y actúa como si aún gobernara… claramente, no estamos hablando solo de ambición política, sino de síntomas graves de salud mental.

En política, este delirio se traduce en actitudes de superioridad, en líderes que se autoproclaman iluminados, y en movimientos que no admiten crítica alguna. Pensemos, por ejemplo, en lo que ocurre dentro del movimiento RC5, donde cuestionar al líder es traición y quien se aparta del dogma es estigmatizado.

Este síndrome atenuado de la paranoia —mezcla de egolatría, persecución, suspicacia y agresividad— es típico en líderes que han llevado a sus países al abismo, pero que siguen imponiendo sus caprichos como si fueran leyes divinas.

No es nuevo. Es un patrón antiguo. Ocurre, sobre todo, en regímenes semidemocráticos o con tintes autoritarios. Gobiernos donde se deja de gobernar con la razón y se empieza a gobernar desde el ego, como el gobierno de Noboa.

Y estos líderes, escuchen bien, nunca rectifican. Están dispuestos a todo para mantenerse en el poder. No les basta un período; necesitan eternizarse. Para ellos, el poder no es un encargo temporal, sino una cruzada personal.

Manipulan constituciones, desmantelan parlamentos, intervienen la justicia. Destruyen la institucionalidad con la complicidad de medios de comunicación acríticos, que se vuelven corresponsables de las crisis.

Una advertencia necesaria

No hay democracia que resista al delirio de grandeza.

Ningún gobierno debería irrespetar el equilibrio de poderes, abusar de consultas populares o forzar asambleas constituyentes para tapar errores, saldar cuentas personales o, peor aún, perpetuarse en el poder.

Cruzar esas líneas rojas, esas fronteras éticas y legales, tiene consecuencias. Y esas consecuencias, tarde o temprano, las paga el pueblo.

Por eso, hoy más que nunca, debemos alzar la voz y recordar con firmeza una frase que nos convoca a no olvidar:

“No dejen que se apague la memoria y se entierre la justicia.”

Muchas gracias, ecuatorianos.

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