Parafraseando al Dr. José Joaquín de Olmedo, poeta y político ecuatoriano, diré:
“El misil horrendo que en fragor revienta y sordo, retumbando, se dilata por la inflamada Siria, proclaman al presidente Trump el árbitro de la paz y de la guerra.”
También controla el estrecho de Ormuz, de 32 kilómetros de ancho, por donde sale el combustible para los demás países de Oriente y Occidente, de suerte que, por ejemplo, México —cuya presidenta comunista es aliada de Siria— se queja de que no tiene combustible. De ahora en adelante tendrá que comprarlo a los EE. UU., cuyas minas de petróleo están en el subsuelo y lo extraen para luego refinarlo.
Tal es el éxito del presidente Trump en su apoyo a Israel, que 18 diputados demócratas lo han felicitado. Entendería que el presidente D.N.A. también lo ha hecho.
En Irán, gobernado por el ayatolá Jameneí, quien es un fanático religioso enemigo de los EE. UU., han construido un búnker a 50 metros bajo tierra para fabricar bombas nucleares y misiles de largo alcance. Sin embargo, sostienen que son para uso civil, lo cual nadie cree. Solo los EE. UU. tienen los aviones invisibles, que no son detectados por los radares iraníes, ya que vuelan a 15 kilómetros de altura y lanzan bombas que no explotan en la superficie, sino a 50 metros de profundidad.
El presidente Trump ha declarado el término de la guerra y ha pedido que dialoguen las partes en conflicto.
Así están las cosas: a poner las barbas en remojo aquellos países que se creen con derecho a apoderarse de territorios ajenos.