8 julio, 2025

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El nacimiento de la Banca en Ecuador fue condicionado para poder constituirse. Gabriel García Moreno exigió que para funcionar debía prestar fondos a su Gobierno desesperado por financiar el déficit presupuestario. Fue el inicio de una relación fatal entre Gobierno e instituciones financieras, que duró más de 60 años e involucró a 21 jefes de Estado, relación que tendría devastadoras consecuencias en décadas siguientes.

En efecto, García Moreno autorizó la fundación del Banco Luzarraga y la del Banco Particular, porque los principales accionistas accedieron a hacer préstamos; se trató de un chantaje que no beneficiaría a ninguna de las partes. En el caso de Luzarraga, la condición fue tener a disposición una línea de crédito permanente de 250.000 pesos. En los primeros meses y años de vida de esas instituciones financieras, García Moreno pescó a río revuelto y puso a pujar a las instituciones financieras. La misma práctica usarían posteriores presidentes y jefes de Estado. García Moreno, que recurrió a Luzarraga para conseguir fondos, en carta a Roberto Ascázubi, se expresa del primero en los siguientes términos: “Por una casualidad se ha descubierto que el viejo Luzarraga fue natural de la misma población en que se cree que nació Poncio Pilato, quien, como Usted sabe, fue español de las provincias vasgongadas. Y yo juzgo muy probable que no sólo el primero fue paisano del segundo sino su propio descendiente».

Juan. P. Navarro, uno de los escritores de mayor prestigio en época de García Moreno, describió la forma como García Moreno se aprovechaba de las pugnas entre los dos mencionados bancos:«…el Gobierno prefiere dar su atención a los Bancos, no para interponer su autoridad y oponerse a que se levanten empresas que amenazan a la seguridad pública, sino para sacar dinero de uno de ellos por salvar una dificultad, y luego por salvar la dificultad de pagarlo, recurrir al otro [Banco Particular] que se prestaba de muy buena voluntad…»

Para febrero de 1863, Luzarraga reclamó a García Moreno por la falta de transparencia del Gobierno,«…Habiéndose admitido en las oficinas del Estado billetes en circulación del Banco Particular contra lo estipulado con el que suscribe…que las deudas serían satisfechas con los pagos producidos de los derechos de importación… PROTESTO una, dos, tres y cuantas veces el derecho permita contra el fisco de la nación…»

Así nació una relación de presión y chantaje entre gobernantes y banqueros. El primer conflicto cuyo final fue terminar en quiebra, fue el Banco de Quito, primero en operar en las provincias de la sierra. Fundado en 1869, para 1884 cerraba sus puertas por emisiones de billetes sin el debido respaldo, en parte por acciones tomadas por los gobiernos. Al respecto, el ministro de Hacienda consideraba que el Gobierno no tenía que intervenir, alegando: “No era legal cerrar de hecho esos establecimientos, ni la prudencia permitía hacerlo, en circunstancias en que el papel circulante de los Bancos era casi el único medio representativo para los cambios”. Esta actitud de cómplice fue diferente a la tomada cuarenta y un años después contra el Banco Comercial y Agrícola (BCA) en 1925.

Los historiadores de izquierda, particularmente los quiteños, jamás han comentado sobre esta quiebra, ni la del Banco de la Unión, segundo Banco quiteño en operar, hechos que comentaré posteriormente. Se limitaron a atacar al BCA y hacerlo responsable de todas las desgracias del país. Cuando entró en liquidación el Banco de Quito, el Gobierno autorizó al Banco Internacional de Guayaquil, de reciente constitución, a tener sucursal en Quito, siempre que se haga cargo de los activos y pasivos del primero. Fue un error que costaría muy caro.

La relación fatal entre gobernantes y banqueros no terminó en las primeras décadas de la banca. El Banco de la Unión (BDU), segundo en establecerse en Quito, corrió igual suerte que el Banco de Quito, tuvo una vida muy corta y llena de conflictos. Constituido en 1880, para 1895 se declaró en quiebra. El nuevo Banco fue bienvenido en la capital, que tenía decenios de escasez de medios de pago; no había progreso material por la falta de créditos. La inestabilidad gerencial reflejada en frecuentes cambios de gerentes, el otorgamiento de créditos de recuperación dudosa y las emisiones de los billetes sin el suficiente respaldo en metal precioso, en parte presionados por los gobiernos para conseguir préstamos, llevaron al BDU a suspender nuevas operaciones de crédito y comenzar a recoger sus billetes que se encontraban en circulación, en 1887. Desde esta fecha hasta 1895, la situación se fue deteriorando, llegando a un total estado de iliquidez. Los rumores de que no se aceptarían sus billetes en las oficinas públicas, causaron pánico y el respectivo retiro masivo de los pocos depósitos que le quedaban. El golpe de gracia fue la orden que emitió el poder Ejecutivo de que no se aceptaran esos billetes en las oficinas públicas.

Para evitar la quiebra, el Gobierno autorizó al BCA, recién constituido en Guayaquil, a abrir una sucursal en Quito siempre y cuando se hiciese cargo de los activos y pasivos del BDU. Sobre esta transacción, el 23 de septiembre de 1895 los accionistas del BDU publicaron una noticia bajo el título de Plausible Nueva:«…nos cumple noticiar al público que es una realidad la fusión de nuestro Banco con el ‘Comercial Agrícola’, que acaba de establecerse en Guayaquil, con el cuantioso capital de cinco millones de sucres. La Comisión enviada á Machachi, compuesta de los señores socios Víctor Gangotena y Manuel Jijón Larrea, para arreglar por el telégrafo estos importantes asuntos, acaba de regresar trayéndonos tan halagüeños resultados».

En el siglo XIX hubo un caso excepcional de un banco no aceptar ordenes de jefes de Estado. En 1883, como el gerente del Banco del Ecuador se negó hacer un préstamo de 130.000 pesos al dictador Ignacio de Veintimilla, éste envió a la tropa para tomarse por asalto la citada institución. El gerente la esperaba preparado con un notario y cónsules de las principales potencias del mundo de la época, quienes atestiguaron el atropello, quedando notarizado.

Hasta terminar el siglo XIX, los escándalos bancarios se dieron en bancos no guayaquileños. Ninguno de los del principal puerto perjudicaron a los depositantes, unos fueron absorbidos y otros liquidaron sin quedar debiendo a nadie. De estos hechos históricos, los historiadores de izquierda han guardado sepulcral silencio.

Al comenzar el siglo XX, la banca estaba en manos de los bancos de Guayaquil, no existían en Quito, ni en Cuenca. El inglés Marcus Kelly constituyó el Banco Anglo Ecuatoriano en Manabí, pero lo abrió en Guayaquil. Esta hegemonía financiera de tener la casi totalidad de los depósitos del país concentrados en instituciones financieras guayaquileñas crearon resentimientos que se fueron acumulando con el transcurso del tiempo. Para la primera década del siglo XX, Guayaquil era un emporio económico, la ciudad contaba con numerosos millonarios, proliferaban las empresas y por el enorme ingreso de divisas, el dólar y libra esterlina no fluctuaban de valor, fijados desde 1898 a 2 sucres por dólar y 10 sucres por libra esterlina, cuando Ecuador ingresó al sistema monetario Patrón Oro en 1898. El sucre era estable, símbolo de fortaleza.



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