Hace unos días, mi hijo de 5 años me hizo una de esas preguntas importantes de la vida:
—Mami, ¿la gente se acaba? ¿Qué pasa cuando se acaba?
Era muy claro: se refería a la muerte.
Me quedé callada un par de segundos mientras sentía algo viscoso bajando por mi garganta. Al mismo tiempo, su pregunta era una señal de que mi hijo está creciendo y que el tiempo pasa volando.
Con naturalidad le respondí, aunque por dentro sentía que casi me hacía pipí del susto, mientras una nostalgia inmensa me hacía querer llorar.
Le dije:
—Todos vamos a morir, mi amor. Eso quiere decir que todos, en algún momento, nos acabamos.
Entonces vino otra pregunta:
—¿Y qué pasa luego de que morimos o nos acabamos?
Justo en ese momento, mi esposo entró a la habitación y me apoyó diciéndole que, cuando morimos, él creía todo se termina, pero que de lo único que estábamos seguros es que la gente que nos ama nos va a extrañar mucho.
Con una lágrima en el ojo, me di cuenta de que mi hijo se sintió tranquilo con una respuesta sencilla y honesta.
Cada familia es un mundo. Por eso, es importante saber qué decir —y qué no— ante este tipo de preguntas. Prepararnos, hablar de temas incómodos con naturalidad, es necesario. Siempre respetando las creencias, costumbres y si hay —o no— una religión en casa.
Criar a nuestros hijos es un trabajo diario. Pero lo más importante es hacerlo desde el amor y el respeto. Saber que existen límites que no se deben sobrepasar.
La hiperconectividad nos aleja de lo sencillo, de lo sano, de lo esencial. Buscar espacios, personas y cosas que nos acerquen a la verdadera consciencia es vital.
Todos vamos a morir, y a muchos nos aterra pensarlo.
Esta es una invitación a enfocarnos en vivir con verdadera plenitud.