“Ni te cases ni te embarques”. Así decían las abuelas en la época de mi infancia. Esta especie de creencia urbana era aplicada al pie de la letra por novios y viajeros.
Por alguna razón que no conozco, el número trece era —y es— considerado como el número de la mala suerte.
No solo por gente del campo, también por personas de la ciudad o por profesionales de la construcción de edificios de propiedad horizontal, pues no existe el piso trece: del doce pasan a denominar el siguiente como piso catorce.
Poco a poco, esta creencia ha ido perdiendo credibilidad. Quizás muchos todavía la sigan aceptando.
Para muchas otras personas, el «domingo siete» tenía una significación parecida.
Hay mucha gente cuyas creencias urbanas tienen un significado especial y se aferran a ellas con vehemencia. Por ejemplo, había quienes en Semana Santa no se bañaban en el mar por temor a convertirse en pescado. Creo que en la actualidad nadie piensa así.
Sobre creencias urbanas se ha escrito mucho. Incluso aquí les dedicamos una carta en alguna ocasión. Las empleadas del campo traían esas leyendas desde los lugares donde vivían. Recuerdo a «La viuda del tamarindo» y «La dama del cementerio», bella por detrás, que atraía a los borrachitos, pero que de frente tenía rostro de calavera. Hoy han perdido credibilidad; son parte del recuerdo de los tiempos antiguos.
No conozco nuevas leyendas urbanas o campesinas. Si las hay, espero que mis lectores me las hagan conocer.
Justo hoy, con un par de amigos, lo recordábamos. Si quieres comprobar si esto es cierto o falso, compra la Lotería Nacional con números que terminen en trece.
¿Y la mariolatría qué?