25 junio, 2025

El ego deformado de los gobernantes

Pongamos en contexto el tema, que observo tanto en estados con democracias como en estados dictatoriales del mundo: en la Comunidad Europea, en la región latinoamericana y, naturalmente, en Ecuador.

¿Por qué la mayoría de los gobernantes que llegan al poder con altísimos índices de aceptación ciudadana, cuando no pueden dominar su ego, terminan sus periodos desinflándose o proponiendo reformas «noveleras» que causan más recesión económica y pobreza?

Por ejemplo, en Ecuador, los presidentes desde León Febres Cordero, Correa, Moreno, Lasso y Noboa hablaban o hablan muy poco sobre la inseguridad ciudadana, que es el tema que más preocupa a los ecuatorianos.

Y la respuesta es que, guardando los tiempos y las personalidades, es sencilla de responder: te hablan de todo, pero sin profundizar en nada. Y, a veces, teniendo decenas de problemas por resolver, no tienen un plan de política pública penal integral. Su ego les impide comunicarse con el pueblo en territorio, o en algunos casos, no tienen nada bueno que informar.

Los políticos con bajo nivel de consciencia y ego desmedido esconden o minimizan los problemas.

Defienden su ego en lugar de aceptar y atender los problemas. Además, suelen descender de nivel de consciencia cuando toman el poder.

Lo hemos visto en la mayoría de los estados y gobernantes. Cuando eso sucede, el problema no solo no se resuelve, sino que empeora.

El ego de los políticos es el principal obstáculo para la paz, el desarrollo económico, el desarrollo social, la democracia, las libertades individuales y los demás temas de interés público.

Desde mi punto de vista jurídico, y sin sesgos ni filiación política, el ego —a nivel general— es una presencia constante en nuestra existencia. Es como una sombra que nos sigue a donde vamos. Es nuestra consciencia.

El ego, per se, no es un enemigo ni un intruso. Es parte de los gobernantes, es parte de nosotros. Es una voz que nos susurra en nuestros pensamientos, que se esconde en nuestras palabras. A veces nos protege, a veces nos traiciona, pero siempre está presente en todas nuestras acciones, moviendo los hilos invisibles de nuestras emociones y decisiones.

A veces nos engañamos creyendo que lo estamos controlando, pero el ego es astuto. Miren el ego en nuestros dos líderes más influyentes de estas dos últimas décadas, nos gusten o no: me refiero a Correa y Noboa. A veces se visten de humildad cuando quieren engañar.

Se disfrazan de altruismo cuando solo buscan reconocimientos. Se esconden tras la modestia o la mentira, pero siempre están a la vista. No se marchan cuando creemos haberlos vencido —como en el caso de Correa— simplemente cambian de forma, cambian de uniforme, utilizando otro sastre con el dinero del pueblo.

¿Pero qué es realmente el ego? No es solo orgullo o vanidad, no es solo la creencia de ser mejores o más importantes. Se creen más inteligentes que la media de los demás humanos. El ego deformado les hace preguntarse:

—¿Por qué no me valoran como yo los valoro?
—¿Por qué mi esfuerzo no da los frutos deseados?

El ego es el que nos dice que debemos proteger nuestra imagen, que mostrar nuestra vulnerabilidad es un riesgo. Nos obliga a construir máscaras para engañar al electorado o a un pueblo con ignorancia cultural.

El ego es el villano de nuestra historia. Es un maestro disfrazado de obstáculo, una lección envuelta en desafío.

Cuando dejemos de buscar afuera la validación que solo puede encontrarse dentro de nosotros mismos, el ego empezará a perder poder y se podrá gobernar para la gente, con visión de país, dejando de lado los reconocimientos y las reformas noveleras.

Recuerden, gobernantes con ego deformado: somos la calma detrás de la tormenta emocional. Sin el abuso de la inteligencia artificial, de ustedes y de nosotros depende encontrar la libertad de ser, libertad de amar y libertad de existir sin miedo, para gobernar para la gente, no para los políticos.

Ver mi análisis vinculante con este tema en la web desde mi Trinchera de Guayaquil: «El miedo a la libertad aterra».

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