Los últimos presidentes, incluyendo el actual, han tenido la oportunidad de realizar sus sueños de gobernar, pero no han podido positiva y sustancialmente cambiar el rumbo del país. Quien mayores oportunidades tuvo, tanto por el tiempo en Carondelet como por el nivel de ingresos del erario, fue Correa, siendo por tanto el gran responsable de la debacle nacional y el único todavía con vitalidad política a pesar de su condición criminal. Moreno, discapacitado físico e intelectual, jamás podría haber llegado al solio presidencial sin el manipulador apoyo de Correa para derrocar a Lasso en el CNE. Pérez, finalista en 2021, cedió su espacio con la anuencia del CNE y venia de Correa a favor de Lasso, un rival aparentemente más accesible para Aráuz en la segunda vuelta. Lasso fue una farsa política, aniquilando la tendencia y sometiendo al país a la ingobernabilidad. Noboa extrañamente venció en 2023, convirtiéndose en el supuesto baluarte anticorreísta del poder político nacional.
Nada ha cambiado en el CNE, ni siquiera sus personeros, que haga presagiar la fidedigna promulgación de resultados electorales en 2024. El nivel de institucionalidad del país es el principal detonante para una debacle que no será fácil de corregir por la falta de compromiso e intereses en conflicto de todos los actuales actores electorales con poder de coerción política. Está claro que el país no desaparecerá, pero su desintegración es la conclusión de un disputado botín político que aún no está definido ante un todavía manipulable CNE.