9 diciembre, 2024

Hermanarse, tarea impostergable

Aun cuando suene quimérico, el propósito, además de verdadero, es necesario: hay que trabajar y bastante por la fraternidad para sanar al mundo, y todos los que ya se han involucrado en éste, independiente de ser una tarea que no excluye a nadie, sino más bien compele a la universalidad humana, merecen reconocimiento y aplauso sonoro.

En días pasados se celebró el 53 Congreso Eucarístico Internacional, bajo el sugestivo lema “Fraternidad para sanar al mundo”. Quito fue designada sede por el papa Francisco en homenaje a los 150 años de consagración del Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús. Este Congreso es el evento eclesial mayor a nivel mundial de la Iglesia Católica y fue la primera vez que se efectuaba en el país. Congregó a unas 5.000 personas, con delegaciones de 50 países, y enfatizó en la importancia de pasar del sueño a la materialización “más allá de las diferencias de ideas, lenguas, culturas, religiones, razas y más”, en aras de buscar y encontrar la paz que el planeta requiere con urgencia.

Refrescante y esperanzador resulta un encuentro así. Son tantos los hechos truculentos en los que el mundo se mueve, que hacer una pausa es obligatorio y sanador. Hacerlo para poner en evidencia que cada día se entroniza más la práctica de la ruptura, la herida, la indiferencia, la migración, la organización criminal, la corrupción, la guerra, el egoísmo, la injusticia, el daño ambiental, el abandono de la espiritualidad y la maldad en general, es imperativo porque al tiempo de llamar a la reflexión se convierte en un gran estímulo para cambiar de “chip” en cada ser humano, provocar estremecimiento e ir a la búsqueda y encuentro de la hermandad, de la unidad, que destierre el odio y la violencia que sellan, qué pena, la vida actual.

El sumo pontífice es reiterativo en la trascendencia de lograr fraternidad que “nazca de la unidad con Dios”, lo que, sin duda, es vital. Pero, hay que decirlo, no es sólo tarea para los creyentes, porque los acercamientos, el compañerismo, la amistad, no excluye a nadie, y por eso el mismo Francisco exhorta a todos a ir a la práctica de acciones que conduzcan a la sinodalidad que, para el efecto, no es otra cosa que adoptar una forma de obrar y de vivir para conseguir la reconciliación, una paz duradera, permanente. ¿Acaso esta es una tarea exclusiva para los creyentes? Para nada, lo que hace la Iglesia Católica en un evento como al que se alude, es convertirse en vocero y amplificador de una realidad, muy triste, por cierto, que debe cambiar. Por eso allí se dijo: la fraternidad es el desafío de nuestro siglo. No es verdad que se trate de una utopía, es, más bien, una gran oportunidad de ir a su conquista.

Comenzar desde el propio hogar, los sitios de trabajo, los establecimientos educativos, la práctica de la “fraternura”, como se oyó decir en el Congreso, será un gigantesco paso. La buena utilización de los dones y talentos gratuitamente recibidos por gobernantes y pueblos, son fundamentales en el propósito de construir mejores y más solidarios ciudadanos del mundo. Y, nosotros ¿qué estamos haciendo y qué vamos a hacer al respecto?

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