El debate Trump-Biden aceleró el desahucio político del mandatario. Trump fue él, no necesitó de tanta alharaca y venció. El tren partió sin Biden y los patriarcas demócratas recurrieron a una sucesión de ultranza como un verdadero gambito de dama para salvar la Casa Blanca. Harris, refugiada como segundo de a bordo y sin luz propia, pasó de incógnita alternante a expectante sucesora ante el reto de un descarrilado Partido Republicano.
Un burdo show business para una materia de tan alto riesgo dio pie al segundo round. Trump, aportando nada nuevo, subestimó e intentó minimizar a Harris refugiándose en su propia retórica de suprema autosuficiencia e incuestionable sabiduría. ¡No solo América lo necesitaba, el mundo también! El enigma Harris fue revelándose al punto de convertirse en más que una simple retadora y aspirante presidencial. Harris sorprendió, fue contundente en su comunicación activa y pasiva, embargó los intereses personales de Trump, ridiculizó sus primitivas posturas y subyugó sus tesis a los hechos.
Los debates no son necesariamente concluyentes, pero útiles para descifrar el carácter de los contendores. Un gran comunicador enfrenta la realidad, emite criterios, maniobra las turbulencias y transmite esperanza. Harris hizo lo suyo, pero igual acumula debilidades que solo un gran político podría capitalizar. Al final, la paniaguada calidad de los candidatos marca un claro declive en la otrora fortaleza del bipartidismo estadounidense y en los macro resultados socioeconómicos de todo un país.