De chica me gustaba jugar a hacer obras de teatro y bailes junto con mi hermana Rafaella y mi prima Irene. También jugábamos a las cogidas, al cuarto oscuro y a las escondidas.
Mi juego favorito eran las barbies. Tuve el privilegio de nacer en una casa donde siempre pude jugar libremente, porque sí que es un privilegio.
Recuerdo que tenía muchísimas de estas muñecas, la barbie sirena, la embarazada, las de colección y un pocotón más. A parte a mi prima y a mí nos encantaba armar sus hogares, la casa con ascensor, la casa de playa y el carro casa. A Rafaella, en cambio, no le gustaba mucho ese juego. Siempre nos dejaba botadas, diciendo “mi barbie está enferma” y dejaba la muñeca desnuda sobre una cama. Hasta el día de hoy nos reímos de esto.
Me encantaba jugar, jugué hasta los 12 anos, a los 13 llegó la adolescencia y dejé de hacerlo. ¿Por qué? Tal vez porque nos dijeron que era lo que teníamos que hacer. Recuerdo que me costó dejar de jugar para introducirme al mundo de los adultos. Simplemente deje de hacerlo.
Hace unas semanas atrás me encontraba de viaje en Miami con mi cuñada, esposo e hijo. Decidimos ir al museo de los globos. Mi cuñada Maria Gabriella es profesora, ella ama jugar, siempre lo hace. Cuando la vi disfrutar tanto con los globos, algo en mí se contagió y me dije “tengo que volver aprender a jugar”. Entonces comencé hacerlo y sí que me divertí, sumándole todos los beneficios que brinda el juego sin importar la edad que se tenga.
Salí feliz, y le agradecí porque fue un ejemplo para mí en ese momento. Y porque me recordó lo maravilloso del juego. Jugar no es solo para niños, jugar es necesario, es importante y no debemos permitir que nada ni nadie nos quite ese derecho.