9 diciembre, 2024

Mi abuela materna

Mucho se habla en la actualidad sobre la importancia de la abuela materna en la vida de las personas, sobre todo, en la vida de las mujeres, en la continuación del “linaje femenino”. Se dice que la relación con la abuela materna tiene un impacto en la manera en que las mujeres nos relacionamos con el mundo, nuestras emociones y como enfrentamos distintas circunstancias. Al parecer se heredan de la abuela materna las emociones que ella experimento con sus vivencias. Sobre todo, cuando estaba embazada de tu mamá, es decir de su hija. La abuela materna es quien dio la vida a tu madre y ese vínculo va a repercutir en los nietos, más en las nietas. 

En mi caso yo tuve una relación más cercana con mi abuela paterna, pero sin lugar a dudas, mi abuela materna fue alguien muy importante en mi vida. Me hubiera gustado darle más atención, estar más para ella, pero bueno, hice lo que pude en el momento en que nos tocó vivir a las dos, en este mundo.

De lo que se contaba en las reuniones familiares, cuando mí abuela estaba embarazada de mi mamá, no la pasó muy bien, inclusive el parto fue bastante difícil. Era el año 1944, en una hacienda cercana a Chone, Manabí, llamada El Bejucal (El Bejuco). Lo que había era parteras, no los especialistas y las modernas técnicas de hoy para traer al mundo a los hijos. Mi mamá nació media muerta, y como estaba muy mal, mis tías abuelas le rezaron a la Virgen del Socorro para que le salve la vida. Por eso uno de los tres nombres de mi mamá es: Del Socorro. El caso es que sobrevivió. Mi abuela no le dio de lactar, lo hizo una nodriza. Luego de eso mi mamá vivió los cinco primeros años de su vida con su abuela materna, la mamita María. La mamita María murió y mi mami pasó a vivir con sus padres hasta los nueve años de edad, cuando mi abuela decidió enviarla a un internado en Quito, en el cual estaría hasta graduarse de bachiller, cuando tenía diecisiete años. Mi mami se casó a los diecinueve años, así que vivó solo dos años en casa de sus padres, quienes en esa época residían en Guayaquil. En pocas palabras, la convivencia entre mi mamá y mi abuela fue mínima y su relación distante. Pero eso se iría transformando con los años. 

Cuando mi abuela enviudó y luego se puso muy mayor, fue a vivir a la casa de mi mamá. La vida se encargó de regalarles el tiempo perdido, para que compartieran vivencias que eran necesarias para ambas. Me parece que más para mi mamá, quien con devoción se dedicó a cuidarla y a amarla hasta el último minuto de su vida.

Cuando yo era pequeña le tenía miedo a mi abuela, ella era muy severa. Sin reparos podía decirme: niña tonta, o niña malcriada. Ella se caracterizaba por decir lo que pensaba pues no tenía “pelos en la lengua”. Yo veía que el asunto de ser tan severa era más conmigo que con mis primos o mis hermanas. Parece que el motivo es que ella decía que mi abuela paterna me “engreía” mucho. 

Cuando fui adolescente nuestra relación mejoró. Mi abuela fue quien financió mis estudios de inglés y francés. A veces la acompañaba a sus reuniones para rezar, en las que pedía a Dios por mi mami, quien estaba pasando momentos díficiles. También yo solía ir a su casa para ver la novela del momento, cuando se dañaba mi televisor, vivíamos relativamente cerca. 

Pasó el tiempo, me casé, fui mamá y tuve la dicha de que mi abuela conociera a todos mis hijos. 

Mi abuela fue perdiendo la memoria, un proceso lento, pero se mantenía como buena conversadora y con ánimo, aunque al final de sus días no nos reconocía. La menor de mis hijas es muy parecida a mi mamá, cuando mi abuela la miraba le decía: “hace tiempo conocí a una niña igualita a ti.”

En mi casa le celebramos los noventa años, ella murió a los noventa y uno. A todos nos dejó un ejemplo de trabajo, honestidad y sobre todo de fe. Era una mujer muy devota, profundamente creyente en Dios y fiel a la iglesia católica. Fue una “maestra” (profesora titulada) de las más reconocidas de su tiempo. Aunque no necesitaba trabajar para mantenerse, ya que mi abuelo le daba todo, ella era una mujer independiente y no le gustaba mucho estar como se dice “metida en la casa”.  Amó a su familia, a su esposo, a sus hijos y a sus nietos, a unos más que a otros, según yo sentía, pero lo importante es que a todos nos amó. 

Es interesante esa hipótesis del linaje materno. Los conocedores del tema plantean como sanar muchas situaciones, haciéndolo a partir de esa relación con la abuela materna, siendo agradecidos con ella, pues, a fin de cuentas, por ella estamos aquí. Yo la recuerdo con mucha claridad, su presencia física, el tono de su voz, su sonrisa que siempre era espontánea y sincera. 

Le agradezco a Dios por la abuela materna que me dio y espero que ella, a donde esté, se sienta feliz de la mujer que soy ahora. Bastante imperfecta, pero cada día con la determinación de ser un poco mejor persona y dar lo que pueda a los demás, sobre todo, a los seres que amo.


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