23 abril, 2024

Motivación

Hace unos días recibí la invitación de la doctora Karyna Arteaga de Abad para formar parte de los articulistas del diario digital Desde mi Trinchera, reconozco que la recibí con inmensa alegría. 

El primer requisito era que me gustara escribir, de lo cual estoy segura; lo segundo, que sepa hacerlo, esto solo podrán juzgarlo ustedes, estimados lectores. Debo confesarles que, después de entregar los cuentos para mi tesis (de eso hace algunos meses), dejé a un lado la creatividad literaria para atender situaciones de salud, responsabilidades dentro del hogar y con la familia, tareas que requieren otra clase de imaginación.

Dudé unos segundos antes de aceptar la propuesta, ya que no me gusta hacer las cosas a medias, y escribir requiere tiempo. Concretar una idea, estructurarla, proponer un estilo narrativo que diferencie a un autor de otro, no es algo que deba dejarse al azar, siempre hay que tomar en cuenta la suspicacia de un buen lector. 

Luego de la fase emotiva vino el miedo, ese miedo de afrontar un reto más, de esos que conforme realizas van dando a la vida cierto grado de satisfacción. 

«¿Qué vas a escribir ahora que no te sientes motivada?» pensé en los días previos a teclear estas palabras. 

Una de las mayores inquietudes que tenía era de dónde iba a sacar esa fuerza necesaria para sostener cada una de las ideas y trasladarlas al papel, recordé entonces mis inicios en la escritura, el incentivo que me llevó a crear esos relatos que con paciencia fueron escritos, para lo cual fue imprescindible desgarrar un poco el alma.

Todos tenemos una historia que contar, o visto desde otra manera, todos somos una historia. Cada uno carga el peso de sus desaciertos, cada uno oculta un lado oscuro que lo hace impredecible, así también, cada uno es responsable del bien y el mal que hace mientras está de paso en este mundo.

No estoy exenta de lo uno ni de lo otro, ya sea de manera consciente o inconsciente, pero llega un momento en el que llevar a cuesta la culpa propia y ajena, asfixia, y el alma debe ser depurada con urgencia. Me aferré a la escritura como una catarsis emocional, porque ningún agobio debe ser eterno y sigiloso. Sacudí el recelo primigenio y confirmé mi colaboración a la doctora Arteaga, le agradezco por su confianza. 

Una vez enviado el mail con los datos requeridos cerré los ojos, respiré hondo e invoqué a alguna divinidad que tenga compasión de este espíritu decaído, atrapado por la ansiedad y desesperanza, porque no puedo negarles que solo con leer algún medio para mantenerme informada, se activa mi sensibilidad. Gran parte de mi desánimo es debido a esa indiferencia social ante los acontecimientos en el país y el mundo: guerras, crímenes, asaltos, secuestros, corrupción, ambiciones desmedidas y otros hechos nefastos. Esa indiferencia puede ser peligrosa, es una manera de aceptación. Normalizar lo malo no debe permitirse. 

Atravesamos por una gran recesión moral que debe ser erradicada con premura, pero la insensibilidad nos ha paralizado. No veo a nadie con las virtudes esenciales para tomar el timón del barco a la deriva. 

Considero que la mejor forma de medir el «estado de salud» de un país es ver la reacción  en las calles, en la gente que cada día se levanta a trabajar dignamente, es por ello que cuando debo transportarme en un taxi escucho las anécdotas de los choferes, quienes funcionan como antenas receptoras: «Hay gente mala, niña, muy mala» expresó uno de ellos descontento. No pude refutar su percepción, yo también siento lo mismo, a pesar de ello, sigo depositando mi fe en el despertar de las personas buenas que aún existen y tratan de limpiar la inmundicia que el mal deja a su paso. 

Escribir estas líneas me ha devuelto la motivación. Gracias por darme la oportunidad de hacer lo que me gusta: escribir… Desde mi Trinchera.

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