Ella fue una devastadora enfermedad hasta la segunda década del siglo XX; no sólo se dio en países tropicales, también hubo muertes en los del norte, Estados Unidos y Europa. Durante las sesiones de Las Cortes en España, a octubre de 1813, José Mejía Lequerica falleció sorpresivamente, era considerado el más importante diputado hispanoamericano. La fiebre amarilla se lo llevó joven, 36 años.
Vicente Rocafuerte estaba de gobernador en la provincia de Guayaquil, cuando en septiembre de 1842 comenzó la peste y se extendió poderosa y destructiva entre octubre y diciembre, declinando los primeros meses de 1843, dejó 4.400 personas fallecidas, representando cerca de 10% de la población de la Provincia de Guayaquil (Guayas, Manabí, Los Ríos y El Oro). La mitad de la población, más o menos diez mil, salieron de la ciudad por temor a ser contagiados. En otras ciudades costeñas no causó grandes estragos y en algunas no hubo epidemia. Si quisiéramos poner la cifra de los fallecidos en perspectiva, con el tamaño de la población actual de esas provincias, equivaldría a que en 2019 hubieran perecido no menos de 400.000 personas.
La primera vez que Rocafuerte se refirió a la epidemia fue en carta del 5 de octubre, 1842, cuando le comenta a Juan José Flores: “Para aumento de males, se ha declarado aquí una fiebre biliosa de un carácter maligno, unos médicos dicen que es contagiosa, la han caracterizado por la fiebre amarilla, que hacen tantos estragos en Filadelfia y Baltimore, y otros niegan que sea tal enfermedad, en medio de estas inquietudes la población está llena de pavores, y para calmar el terror pánico que se ha aprovechado de todo, la facultad médica ha aconsejado a la gobernación de establecer en la Sabana grande detrás del cerro un hospital provisorio, para curar allí a todos los pobres que están atacados de este mal que es muy violento y se lleva, cada 20 horas, al enfermo al otro mundo”
En la próxima carta del 19 de octubre lamentó el óbito de sus mejores amigos y familiares íntimos: «…después de la muerte de Luken (prestigioso comerciante americano, socio de Sweetzer y casado con una sobrina de Rocafuerte), [..].mi hermana Rosario está en gran riesgo[…]en estos días han muerto el doctor Vicente Espantoso (prócer de la Independencia), la mujer de José Felipe Letamendi (Tesorero del Consulado), Juan Pereira (acaudalado agricultor), Enrique Reinke (comerciante alemán), Auberto, Bayén, Aragundi y otros muchos que no son tan conocidos[…] no hay casa en donde no se encuentren seis a ocho enfermos». En la misma comunicación Rocafuerte agregó: «Luzarraga con su familia y las personas principales han salido de la ciudad y han ido a los campos a buscar alguna esperanza de escapar a la muerte. Todo está paralizado, las tiendas están cerradas, las oficinas desiertas, nadie paga, nada se cobra y el tesoro está exhausto…» Olmedo también se encontraba fuera de la ciudad.
Frente al pedido de varias personas para que saliera de Guayaquil y así evitar morir, en carta a Flores del 2 de noviembre escribió: “…me aconsejan que me aleje de ese desgraciado lugar, pero yo he nacido aquí, mi deber exige que muera en servicio de la patria y en alivio de los pobres, y este ejemplo de desprendimiento y de perfecta consagración a la causa de la humanidad es el servicio más importante que pueda hacer en el curso de mi vida, el sacrificio de mi existencia, en caso de sucumbir, lo que es muy probable”. Estas palabras reflejan la imponente personalidad de Rocafuerte, indiscutible líder en todas las circunstancias. Nunca tuvo temor a nada, las prisiones por difundir ideales liberales, no le quitaron el sueño.
Mientras tanto, la epidemia de fiebre amarilla seguía cobrando vidas. Por la ola de decesados, en carta del 9 de noviembre a Flores, Rocafuerte le escribió que tenía apenas un solo empleado en la gobernación: «Solo me ha quedado un dependiente en la secretaría, y no me alcanza el tiempo por falta de brazos auxiliares. Santistevan, el tesorero, está en cama[..] todos los guardas de la aduana, están igualmente atacados de la epidemia. Benítez está igualmente enfermo. J. V. Martin, que es tan útil en las rentas internas, está bastante enfermo, de modo que estoy solo, solito […]Hay escasez de agua, de aguateros, lavanderas y de todo cuanto se necesita”. Le hizo referencia a los enormes gastos de los hospitales: Militar, Caridad, Sabana y el de la cárcel. También le comunicó que había provisto de transporte para trasladar los muertos al cementerio y por las noches había patrullas a caballo. Le comunicó que en caso de incendio los soldados manejarían las bombas. En la misma carta le expresó, que había creado la Junta de Beneficencia, la primera en Ecuador y había levantado dinero entre los comerciantes y profesionales para distribuir el dinero entre los pobres; diariamente se ayudaba a 100 familias.
¿Cómo revivimos a estas personalidades entre nuestros dizque «funcionarios públicos»? Fue y seguirá siendo ejemplo de civismo, entrega hacia los demás, en pleno conocimiento de lo qué es ser un funcionario público. Hoy van a robar, a asegurarse su «confort económico», a pretender perennizarse en el ejercicio público. Cuánto se ha cambiado en cerca de dos centurias.
Don Guillermo Arosemena hace muy bien recordándonos a seres privilegiados por el ejercicio cierto de la ética y de la moral. Gracias.