28 marzo, 2024

El cielo en la tierra…

Recuerdo que era muy joven e inmaduro. Estaba asustado y no comprendía la inesperada responsabilidad de ser padre.

Mi hija había nacido y no estuve presente cuando lo hizo. Al llegar a la clínica me dieron la noticia de que había nacido y me llevaronal cunero para que la vea.

No sabía que hacer o cómo actuar.

Lo que si estaba seguro es que actuaba de cualquier manera, menos de la correcta manera.

El falso machismo que culturalmente traía imbuido en mí conducta, me hacía sentir desencantado por la noticia de que había sido una mujer, el hijo que había esperado.

Las cortinas del cunero estaban cerradas; yo estaba petrificado de miedo.

Súbitamente alguien las abrió y había una ventana devidrio que me separaba de la pequeña cuna donde estaba mí gorda.

Lo que vi cambió mi vida.

Ese instante fue el más trascendental de mi existencia

Envuelta en sus pañales,  se encontraba el ser más hermoso que había visto en toda mi vida.

Lo que experimenté fue la sensación más grandiosa quehasta ese momento había tenido.

Se me desbordó el instinto materno que celosamente guardaba.

Me embargaba un sentimiento insólito y desconocido, peroque me otorgaba una felicidad que jamás había podido concebir.

En esa fracción de tiempo una cosa sí quedó muy clara para mí.

No existiría nada en el mundo que me pudiera separar un solo instante de la vida de ese pequeño cuerpecito que todavía no comprendía cómo podía ser mío y sin embargo cambiaba radicalmente para siempre mi existencia.

La sensación de que esa mujercita era mi hija y la convicción de que llevaba mi sangre, hacía que ese pedacito de gente se convirtiera en la razón más importante de mí existencia.

Antes de ese día solo me importaba lo que yo quería. Pero cuando tuve en mis brazos a ese frágil angelito, todo dejó de ser importante para mí y lo único que era importante, era lo que podía ser importante para ella.

Ese mismo sentimiento lo sentí cuando tuve a mi segunda hija.

Cuando nació fue como si naciera dios.

Desde que la vi supe que ella era diferente.

Apenas la cobijé entre mis brazos descubrì que debía protegerla por el resto de mi vida.

Experimenté los sentimientos más hermosos que ni siquiera había imaginado que existían. La felicidad que me daba ese frágil cuerpecito sedesbordaba por mis poros para transmitirla a todos los que me encontraba. Con su nacimiento también reconfirmaba el hecho de que tampoco podría pasar un solo día de mi vida, alejado de esa negrita que tanto estremecía mi vivir.

Recuerdo que cuando nació mi tercera hija los sentimientosde amor fueron todavía más intensos.

Me encontraba viviendo en el exterior.

Todos los que me acompañaron en su nacimiento estaban desanimados porque había nacido mujer.

Sin embargo yo me desbordaba de emoción.

En los brazos de mi hija más chiquita se inventaron las estrellas.

Con su nacimiento estaba más feliz que nunca porque había tenido la suerte de tener otra mujer.

Desde el día que nació la vi más como la mujer màs hermosa que haya conocido.

Me deslumbraba con su radiante energía como si me iluminara el sol.

En ese instante supe que se fraguaba en su interior un carácter que le otorgaría una determinación que jamás la haría claudicar.

Cuando nació yo saltaba, reía y festejaba de alegría, mientras los que me rodeaban estaban contentos, pero desilusionados porque fue mujer.

Con el nacimiento de mi Sambiruca las cosas volvieron a estar más claras que nunca.

No habría nada en el mundo que me pudiera separar ni unsolo instante de la vida de mis tres mujeres.  

Mis hijas han sido mi supremo logro y la explicación de la razón del propósito de mi existencia.

La felicidad que me han otorgado es inconcebible de concebir.

Las he bañado, peinado, vestido, alimentado, cuidado y acompañado en cada uno de los días en todas las etapas de su vida.

El privilegio de haber podido estar junto a ellas ha sido la bendición más grande que el creador me ha otorgado.

La alegría que cada una de ellas le ha proporcionado a mi vida es inenarrable, inconmensurable.

Es muy difícil entender para mi escasa inteligencia, la concepción de felicidad en el más allá después de la muerte.

No lo puedo comprender, porque no creo que exista algo que me pueda hacer más feliz que la alegría que me ha sido obsequiada con la presencia de mis hijas en mi vida.

Si es que existen vidas anteriores y yo he muerto antes,la vida que hoy vivo junto a ellas debe ser el cielo; la alegría que su amor me proporciona tiene que ser el paraíso.

Nada de lo que yo haya tenido me ha dado tanta felicidad como el amor que les profeso.

Es un amor incondicional, que con el paso del tiempo se ha vuelto respetuoso de las decisiones que por su propia iniciativa toman.

Pero para que los engaño; me es muy difícil contenerme para no tomar las iniciativas para hacer cualquier cosa por ellas y con eso lograr que su vida sea más fácil y llevadera.

Cada día que las veo es una alegría que enriquece mi existencia.

Querer a sus hijos como los adoro, es amarlas a través de los seres que más quieren.

Cuando me cogen mis manos, me abrazan, me besan o me dicen que me quieren, me derrito de emoción y muchas veces lloro de felicidad.

Cada vez que me dicen papi o me hacen saber que están orgullosas de mí, me siento realizado como ser humano y sobre todo soy inmensamente feliz.

Lo que vivo con mis hijas es el cielo.

Si existe alguna forma de medir el amor que debo tenerle a dios, el amar a cada una de mis hijas, es más grande que el amor que deba tenerle a dios.

Para los santurrones, esto será una herejía.

Para mí, el amor de mis hijas constituye la prueba tangible de la presencia de dios sobre la tierra y la explicación intelectual del porqué,  estoy viviendo el cielo aquí en la tierra.

 

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Si mi caída con la enfermedad fue dura, tengo que decirlo, ¡el levantarme me costó mucho más! Y el empezar a darle cara a la vida, a esta vida que me había aferrado con toda la fuerza, luchando cada vez más para tratar de recuperarme de los efectos del cáncer.

Toda esta fortaleza que empezaba a sentir, la verdad no recordaba de donde provenía, pero siempre tenemos algo en nuestro interior que nos habla y nos dice cosas, unos lo llaman intuición yo lo llamo Dios. Cuando lo buscamos él está siempre dentro de nosotros.

Cuando todo esto pensaba se vinieron los recuerdos cual caballos desbocados y se llenó mi mente de una claridad asombrosa, recordé que durante muchos años me dediqué al estudio de la metafísica aplicada. Ésta me enseñó a reconocer mi interior y encontrar la paz y la tranquilidad, pero por sobre todas las cosas encontré a mi Cristo interior.

Esto me hacía sentir que mi espíritu lo podía elevar más alto que las montañas, y podía sentir la presencia de esa energía universal que me llenaba de amor y felicidad.

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