29 marzo, 2024

Los ríos nuestros sueños y la vida…

Somos herencia del tiempo y presente de vida.

Nacemos más allá de la vertiente infinita.   El mundo es nuestro cuerpo y la vida con sus sentimientos son torrente de existencia hacia el cauce final de la muerte.

Nuestra historia guarda semejanzas con el nacimiento y recorrido de  los ríos.  Si comparamos lo que somos;  lo que hacemos y lo que a lo largo de nuestras vidas recorremos,  comprenderemos mejor que en el universo cada cosa y cada cual tiene que vivir su propio río.

Hay pequeños riachuelos cuyo tramo es muy corto.

A penas son suspiros de fuerza vital. Su pequeño camino termina casi cuando comienza. Nosotros los otros ríos,  grandes cuestionadores del supremo río; nos revelamos  y volviéndonos contra él, gritamos: ¿Por qué a mí?  y renegamos de la sabia e incomprensible armonía del universo.

Hay ríos que nacen como manantiales pequeños y frágiles, mas en su recorrido se enriquecen con la sabia experiencia de otros ríos y a medida que siguen en su trayecto engrosan su caudal,  convirtiéndose en ríos con cauce seguro y destino determinado.  Con el tiempo tienen tanta fuerza que a su paso dan a otros pequeños ríos parte de su propia historia,  dejando estelas de enseñanza, amor y paz.

Hay ríos que transforman lo que bañan.  Son ríos de alegría,  esperanza    e ilusión.   Cada ladera recorrida a su paso florece y siempre de sus aguas se obtendrá felicidad y conocimiento.

Son ríos que en nuestro sendero dejan huellas de su presencia.   A pesar de que su paso por nuestra orilla sea breve,  en nuestra memoria quedará un grato recuerdo y una vivencia amada.

Hay ríos que dan vida.  Lo que su líquido toca genera dicha.  Cada recodo de tierra que irrigan marca el comienzo de una nueva ilusión. Estos ríos tienen aguas multifacéticas.  Su caudal no puede ser represado y su flujo determina su propia senda.   Son ríos de optimismo que traen  dentro de su líquido,  sonrisas,  confianza y sueños.

Hay ríos de aguas negras.   Son ríos de maldad.

En su flujo no existe la palabra compartir.

Su ambición sin límites traduce una actitud maquinadora que usando la mentira como su propia verdad,  arrasan lo que encuentran  a su paso, preocupados únicamente de sus negras entrañas sin pensar en el daño que dejan atrás.

El tiempo y su destino les dará su propia cosecha: una amarga soledad.

Hay ríos que por algún tramo deben unirse para compartir.  Se enriquecerán   de su experiencia  y al final se separarán.

Cada río tiene su cauce y también su propia historia.  Así son los ríos.   Al final del tramo recorrido, lo que vale es el llegar y lo vivido.

Hay ríos que nacieron para morir juntos.  Son ríos cuyo destino final es uno solo.  Se unen en las peores circunstancias o en los momentos más difíciles,  pero con fuerza cuyo torrente  no se puede  parar.   Por muchos obstáculos que tengan o desviaciones que se les pretendan;  serán agua fuerte y eterna al terminar.

Hay ríos con agua clara,  cristalina y pura.   Su superficie y fondo serán siempre visibles.   Su actitud y ruta será siempre vertical. Son aquellos ríos que generan confianza,  transmiten rectitud.   Sus aguas siempre darán,  nunca recibirán.

Hay un supremo río.   No es majestuoso ni solemne,  sino lleno de bondad.

Tiene la experiencia del tiempo,  trae la sabiduría de siempre y lleva  paciencia infinita con un gran amor por todos los ríos,  sus hijos.

Este río supremo sufre por la conducta impropia de sus críos;  mas la alegría de uno de ellos bastará para seguir, olvidar y perdonar.

Así para siempre,  cada río con su agua y cada agua con su propia entraña.

El milagro de la vida,  cuya expresión máxima es la existencia y cuyo destino final es el cielo,  nos llevará a nuestra única gran verdad: los ríos vienen de Dios y todos regresan a Él.

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