25 abril, 2024

El hipopótamo que crecía

Decía un viejo agricultor, que había un hipopótamo que crecía y crecía. Cada vez que se alimentaba de las arcas del Gobierno, crecía y crecía más todavía. Y él hipopótamo seguía creciendo.

De estos hipopótamos hay muchos, muchísimos, y continúan multiplicándose todo el tiempo. Actualmente ya son manadas y no tienen empacho en asaltarse incluso entre ellos mismos, aunque sea cobrándose disque para el partido, coimas rateras por un puesto donde robar más. Estos hipopótamos que crecen (HIPO-CRECÍA), se marean con facilidad y muchas veces pueden ir a la cárcel por pasarse de la raya en sus ambiciones.

Ya con todo desparpajo venden su conciencia votando aún en contra de la lógica y de su pensamiento, por el vil dinero.

Creo que de todos habrá una docena y media de gente que piense en la patria. El resto, aparentemente tienen su precio y siempre ganará el mejor postor.

Hay unos pocos que quieren legislar y poner los puntos sobre las íes. A ellos, mis respetos.

Desgraciadamente, vivimos en la incultura del “tanto tienes, tanto vales!”, y aún gente de bien, se deja llevar por esa corriente y corre detrás de los mejores carros, las mayores ostentaciones de riqueza, viajes, las fiestas, matrimonios, invitaciones más lujosas, para aparentar tener aún más de lo que tienen, muchos endeudándose hasta niveles que ya no pueden pagar.

Es necesario recuperar la cordura y extenderse gastando menos de lo que cubren las sábanas. Tenemos que volver urgentemente al “SE ES”, y no dejarnos llevar por lo que “quisiera ser”, que termina llevándonos al exilio, o a la cárcel.

Al que le calce el guante, que se lo chante.

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Como diría el poeta, de las sombras del pasado me llegaron los sonidos del recuerdo. Un antiguo amigo me envió una nota, a su vez remitida a modo de carta al Director de un medio escrito, lo hizo con el objeto de recordar los tiempos entre nostálgicos, tristes, alegres, que vivimos allá por los años 70 en Ambato.

Por circunstancias propias de la vida de ese entonces, decidimos los miembros de mi cortísima familia irnos a vivir a Ambato, terruño con el que por ancestro teníamos algún nexo familiar, y que de todas maneras guardaba un halito de formalidad que nos daba esperanzas que permitían premonizar la posibilidad de una vida menos agitada que en la urbe que dejábamos atrás. La decisión tomada gregariamente indica un principio de respeto a la libertad de opinión que se practica en mi familia materna y en la mía hecha en los años.

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