29 marzo, 2024

La despedida

A veces, escribir se vuelve urgente. El motivo ahora, es que no quiero desperdiciar los minutos en los que tu espíritu aún se encuentre en este mundo… Sé que viniste anoche a mis recuerdos para decirme adiós y hasta para invitarme a ir contigo, te dije que no, aún no es mi momento, reímos. Puede ser que viste algo que yo no, ya saber más, ya trascendiste.

Nos conocimos en segundo grado de primaria y desde ahí fuimos amigas, no solo compañeras. No teníamos el mismo criterio sobre las cosas, sobre la vida; discutíamos a menudo, pero un afecto mayor al pensamiento nos acogía, y ese afecto, ese animoso cariño, es el que duró hasta el final. En el año 2009 publiqué mi primera novela, La Librería, cuyo lanzamiento lo hice en el Palacio de Cristal de Guayaquil. Eras entonces ministra de economía. Te envié la invitación para que vengas a ese evento, quizá uno de los más importantes de mi vida, en el que definitivamente, perdí la vergüenza a cualquier cosa. Tu asistente, amablemente respondió que tenías actividades relevantes, dada la cartera de estado que manejabas, sin embargo, que harías lo posible por estar en Guayaquil y acompañarme esa noche. El evento transcurrió, y antes de tu llegada, un enorme ramo de rosas rojas me acompañó todo el tiempo, eran tuyas. Casi al final, a la hora de las fotos y de las firmas te vi entrando, corriendo, a darme un fuerte abrazo. Llegaste en el último vuelo de Quito a Guayaquil, ¡llegaste! Luego del evento, haciendo honor a que eras toda una ministra, pospuse la celebración con mi familia, y te acompañé a un restaurante en Urdesa, a donde, como te encantaba hacer, cantaste.

Siendo ministra de economía nunca transaste con la corrupción, la honestidad fue sin duda tu bandera; luchaste por aquello que consideraste justo; tu forma de vivir comprueba que es así. Viajando, sencillamente, en bus intercantonal, fuiste víctima de un accidente que te quebró la vida y del cuál, pienso que no te repusiste jamás.

Querida Elsita, siempre fuiste tú, aunque la sociedad absurda quisiera maquillarte, peinarte o vestirte para una portada. Recuerdo en mis quince años, hice una reunión con ropa Sport, fuiste la única en llegar maquillada y con vestido, para darle gusto a tu mamá. Todas estábamos con jean y camiseta. Nos pareció extraño verte así; también me pareció que no eras tú, la Elsa Viteri glamurosa que salió, por un momento, en las portadas de periódicos y revistas. Como te lo dije personalmente, tu alma no necesitaba maquillaje. Tal como eras, estabas bien; tal como eras te queríamos, la “Gorda bella de Carondelet”.

Así como lo hiciste conmigo, sin poses y estupideces, que transforman a la gente cuando está en el poder su cuarto de hora, fuiste una amiga auténtica. Te entrevisté en algunas ocasiones. Teniamos opiniones contrarias sobre el gobierno y sobre algunos personajes de la política, pero en todo momento te mostraste como una amiga leal. Fuiste amiga del expresidente Correa, y esa fue tu postura firme, jamás expresaste algo que pudiera ser contraproducente a su nombre y dignidad. Eso es ser amigo. Aunque el mundo se te venga encima, eres leal y eso es valioso, y ese fue tu valor, tu virtud y por eso te quisimos y te querremos siempre.

Presidenta del Consejo Estudiantil, Abanderada del Pabellón Nacional, seleccionada del glorioso equipo de volley; encarnaste en las Gincanas del colegio al personaje de “Don Buca” con lo que nuestra promoción siempre salía bien parada. Ay, Elsita, esta sensación de pena, no es inexplicable. Compartimos el último discurso el día de nuestra graduación en el colegio. Hoy, me toca escribir esto sola, y es para ti.
Contigo se van los días de la infancia, del Salón Verde, de las discusiones en las “puestas en común”, de las misas cantándole a la Virgen, del Himno de La Asunción, de las “quemadas”. Las risas y las peleas en el recreo, cuando hablábamos de fútbol, de política y de feminismo, en una época en que todo eso aún era un tabú. Hasta que la música que sonaba en el parlante, a la manera de un timbre, nos decía que había que volver a la clase de la señorita Gloria, de la señora Olga, del señor Issa o de Mr. Pasaguay. Esa letra que tarareabamos juntas, esa canción de Roberto Carlos, que dice así:

“Voy a seguir una luz en lo alto, voy a oír una voz que me llama voy a subir la montaña y estar aún más cerca de Dios y rezar. Voy a gritar y este mundo me oirá y me seguirá. Todo este camino y ayudará a mostrar como es este grito de amor y de fe. Voy a pedir que las estrellas no paren de brillar, que los niños no dejen de sonreír, que los hombres jamás se olviden de agradecer. Por eso digo Te agradezco Señor, un día más Te agradezco Señor, que puedo ver. Qué sería de mí sin la fe que yo tengo en Ti. Por más que sufra Te agradezco Señor, también si lloro. Te agradezco Señor! Por entender Que todo eso me enseñe el camino que lleva a ti…”

Esa canción que cantamos al pie de tu ventana, en la casa de siempre, la de tus padres, horas antes de tu muerte, presintiendo que esa era la despedida.

No sonaron nuestras voces como el magnífico coro del colegio que dirigía miss Solange Raad. Nuestras voces estaban mezcladas con la pena, mientras las lágrimas inundaban las mejillas y decían más de lo que la canción podía expresar. Nos vemos Gorda, adiós amiga.

 

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4 comentarios

  1. Estuve en el lanzamiento de tu libro en el palacio de cristal.. y lo compré
    Ya lo voy a releer.
    Fui unas tres veces a comer a la Hostería de Elsa Viteri en Playas (muy rica la comida), tenía la esperanza de encontrarla allí, conocerla y decirle cuanto la admiro.
    Su prematura partida es una pena muy grande, mujer valiente y valiosa.

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