Los medios de comunicación, especialmente las redes sociales y la televisión, son los llamados a ser canales de unidad y comprensión entre los hombres; pero lastimosamente, muchas veces, son instrumentos transmisores de una visión deformada de la vida, presentando el vicio y el desorden como algo digno de ser imitado, ocultando con sutileza, digna de mejor causa, lo perjudiciales que son.
Ninguna persona normal, puede considerarse inmune a los degradantes efectos de la pornografía. Incluso quien no quiera ser afectado por ella no puede evitar encontrarla a cada rato en los medios de comunicación.
Son los niños y jóvenes los más vulnerables a ser turbados en una sana y real concepción de la vida, pues por razón de su experiencia limitada, son incapaces de diferenciar en forma clara lo real de lo fantástico, llegando incluso a considerar como normal y aceptable lo que es inmoral.
Bien advertía el Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales: «La pornografía y la violencia sádica deprecian la sexualidad, pervierten las relaciones humanas, explotan a los individuos –especialmente las mujeres y los niños-, destruyen el matrimonio y la vida familiar, inspiran actitudes antisociales y debilitan la fibra moral de la sociedad… La pornografía favorece insalubres preocupaciones en los terrenos de la imaginación y en el comportamiento…. La pornografía, además cuestiona el carácter familiar de la sexualidad humana autentica… La pornografía y la violencia suprimen la ternura y la compasión para dejar su espacio a la indiferencia, cuando no a la brutalidad» .
Estas consideraciones, debería llamar a reflexión a los responsables de los medios de comunicación. Es tan grande el bien que pueden hacer entregando a su público o a sus clientes programas seleccionados, como irreversible el daño que producen a las relaciones humanas, especialmente a la vida familiar, al invitar a través de sus programas, a buscar el placer como meta primaria de la existencia, olvidando la integridad ética.
Frente a esta avalancha de lucrativa inmoralidad, se requiere una enérgica y organizada reacción. ¿Acaso hemos sido afectados de ceguera o nos volvimos mudos? ¿Adónde se esconden las autoridades y los padres de familia?
¿Y la Iglesia?…
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