22 enero, 2025

Juan Pablo II

Durante su largo pontificado, desde 1978 al 2005, demostró tener dos grandes preocupaciones, entre las muchas por las que sufría y oraba tanto; primero la creciente secularización y descristianización de Europa y como consecuencia, la islamización de la misma. Lo primero comenzó siglos atrás con la rebelión de Lutero, el catolicismo paulatinamente fue perdiendo seguidores y el surgimiento de las iglesias protestantes en Inglaterra y el norte de ese continente, hizo que el fenómeno se profundizara aún más.

Lo segundo, fue un fenómeno del siglo XX, con las migraciones especialmente de Turquía y Medio Oriente, después de la II Guerra Mundial, para la reconstrucción e industrialización, la mayoría provenientes de pueblos de religión musulmana, que paulatinamente han ido emigrando a Europa; fenómeno agravado por la práctica del control de la natalidad y la negativa de los propios europeos a tener descendencia. Las parejas occidentales se contentaban con tener 1-2 hijos, mientras los musulmanes muchos más.

“Veo a la Iglesia del tercer milenio afligida por una plaga mortal, se llama islamismo. Invadirá Europa. He visto a las hordas venir, de Occidente a Oriente, desde Marruecos a Libia, desde Egipto a los países orientales. Invadirán Europa, que será un sótano lleno de antiguallas, penumbra, y telarañas. Recuerdos de familia. Vosotros la Iglesia del tercer milenio, deberéis contener la invasión. Pero no con armas, las armas no bastarán, sino con vuestra fe, vivida íntegramente”.

Esa es una visión del Papa Juan Pablo II, revelada por monseñor Mauro Longhi, perteneciente al Opus Dei, que se remonta a una íntima  conversación que tuvieron en marzo 1993, el Papa Wojtyla con el entonces joven economista, en una de las muchas excursiones y conversaciones que compartieron en la montañas, alrededor de una casa de campo a 135 kilómetros al noreste de Roma, en la provincia de L’Aquila, municipio de Ocre, donde los jóvenes aspirantes estudiaban Teología y se preparaban para ordenarse sacerdotes.

Esa preocupación de Juan Pablo II, se ha transformado hoy, en una penosa realidad. No creo se haya tratado de una revelación divina, ni de una visión profética, sino simplemente una conclusión, de un agudo observador de primera línea, que reflexionaba acertadamente sobre las  tendencias que amenazaban el futuro de nuestra Iglesia. Las mujeres europeas se negaban a tener descendencia, mientras las migrantes se multiplicaban y tenían índices de natalidad superiores en toda Europa.

Yusuf al-Qaradawi, el máximo dirigente de la comunidad musulmana en el mundo, aseguró en 2005  “vamos a conquistar Europa por el vientre de nuestras mujeres. Desde muchos años atrás, estamos viendo que los musulmanes están creciendo cuatro a uno”. También Muamar el Gadafi, más tarde añadió irónicamente “vamos a conquistar Europa, gracias a las leyes y las constituciones europeas”.

En Ecuador tenemos suficientes dificultades con la migración de nuestros vecinos; no estamos en condiciones de recibir otros 5 mil afganos. Es como si China nos obligara a recibir misioneros budistas, a cambio de mejorarnos las condiciones de la deuda o el suministro de vacunas. En buena hora ya se rectificó.

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Progresivamente en la vida el ser humano busca su escalón. Se va situando en los niveles que la misma vida da a escoger como posibilidad de ubicación. Es fácil afirmar que cada cual se busca su propio destino, aunque hay veces que la vida le sonríe mas a unos que a otros y las oportunidades que se nos niegan a unos se brindan a otros. La lucha constante, el tesón, la visión de la oportunidad, abren los caminos de algunos, y sin cerrar los demás, les permiten aprovecharlos mejor que los otros.

Las opciones se dan a partir de aprender a vivir las oportunidades, de la capacidad para identificarlas. O también del tesonero esfuerzo del día a día, haciendo un camino. El resultado será: una meta esforzada en el segundo caso, rutilante y envidiada en el primero. Esta es la condición del ser humano, ese que se labra el camino o que le arranca a la vida la sonrisa por saber descubrir tras de que puerta esta, como en juego de sortilegios.

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