19 abril, 2024

La fuerza más poderosa

Existe una polémica en internet, ciertas publicaciones atribuyen a la hija del famoso científico Albert Einstein, Lieserl, haber donado a la Universidad hebrea de Jerusalem, 1400 cartas de la autoría de su padre, con la condición que se publiquen varias décadas después de la muerte del autor, ocurrida en 1955.

Una de las cartas, atribuida al científico, trataría sobre el poder del amor.  Sea auténtica o no la carta, no le resta importancia a su contenido o proposición. Según el texto, existe una fuerza superior, que incluye a las demás, que está detrás de cualquier otro fenómeno, que opera y gobierna el universo, la más invisible y poderosa de todas las fuerzas: El Amor.

Es Luz, ilumina a quien lo da y quien lo recibe; es gravedad, hace que unas personas se sientan atraídas por otras; es potencia, multiplica lo mejor de cada cual y evita que la humanidad se extinga en su ciego egoísmo. El Amor es Dios y Dios es Amor. No obstante, es la única energía, que el ser humano no ha aprendido a manejar y obtener todos los beneficios que emanan de él. Einstein, reformularía su famosa ecuación, Energía igual al amor multiplicado por la velocidad de la Luz al cuadrado, convirtiéndola en la fuerza más poderosa del Universo.

La fuerza nuclear, las armas, el maltrato de la naturaleza, la contaminación, la desforestación, el calentamiento global, el excesivo crecimiento de los centros urbanos, el mal manejo de la basura, la desigual distribución de la riqueza, todo lo que el hombre ha hecho mal, especialmente en los últimos dos siglos, todo se podría componer si nos amáramos, si dejáramos de ser tan egoístas, si nos respetáramos más, si cuidáramos mejor nuestro planeta y fuéramos más solidarios con los demás.

Si desterráramos la codicia, la avaricia, la mentira, el odio, la violencia, la corrupción, las drogas; si la riqueza se la dedicara no a lujos o placeres efímeros, si la pudiéramos usar con más inteligencia y sensatez, para invertir en proyectos sustentables de mayor provecho; si generáramos más fuentes de trabajo, si pagáramos nuestros impuestos, si dejáramos de explotar y aprovecharnos de los demás. Si pensáramos más en ahorrar recursos, en términos de una economía circular, de reciclar todo; de una economía azul, de emprender todo en términos de sustentabilidad; de pensar que lo que se nos ha dado, es para cuidarlo y multiplicarlo, para dejar un mundo mejor, a las generaciones después de nosotros.

Cada uno puede hacer una pequeña diferencia, apagando la luz cuando salimos, prendiendo el acondicionador dos grados menos, cerrando la llave cuando nos duchamos o nos lavamos los dientes, obligando a todos a ser más responsables con nuestro entorno, con la naturaleza, reciclando los envases, clasificando nuestros desechos, los aceites y pilas que se descarten en los sitios indicados. Los desechos orgánicos reciclándolos para producir abonos.

Si todos nos proponemos, podremos ayudar a corregir el mal que hemos causado a nuestro planeta y aprender a comportarnos mejor con nuestro prójimo. Si acaso no fue Einstein quien la escribió, igual Sócrates, Buda, Confucio, Cristo, nos lo propusieron muchos siglos atrás. Proponernos y practicar más amor.

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“…Esta mañana pensé por primera vez que mi cuerpo, ese compañero fiel, ese amigo más seguro y mejor conocido que mi alma no es más que un monstruo solapado que acabará por devorar a su amo. Haya paz….Amo mi cuerpo. Me ha servido muy bien. Todavía me recojo cada noche con la esperanza de llegar cada mañana. …Dentro de los límites infranqueables de que hablaba, puedo defender mi posición palmo a palmo…”

Hermosas líneas de las “Memorias de Adriano”, que tengo que volver a su lectura, cada vez que siento esa fragilidad tan sensible entre la vida y la muerte, especialmente al sentir lo hermoso que es vivir, a través de los ojos de cómo la vemos, y que sin embargo para aquellos seres que nos sembró su amor, o de padres de amigos que están próximos a partir a no ser testigos diarios de estas noches y soles, mi alma vibra en pensamientos y reflexiones sobre lo inexorable que es el paso del tiempo. Estos días vimos también en la televisión cómo se jugaba con la muerte de unos, con una indolencia ante caprichos personales, creando dolor innecesario para muchos.

1920, año en que mi padre nació. Yo también vivo desde ahí.

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