29 marzo, 2024

La imagen del COVID

Estamos viviendo una época extraña, y lo es, ya que tiene de todo un poco. Tiene del pasado, tiene del futuro y la vivimos en el presente. Las pandemias no son nuevas, ni las vacunas tampoco; lo novedoso son las formas en que todo esto se presenta. 

Digo que la época tiene del pasado y del futuro porque a veces, me parece estar dentro de alguna historia distópica, sea una novela de George Orwell o de Aldous Huxley, cualquiera de ellas escrita hace años pero de una impresionante actualidad. 

Voy a hablar algo sobre el año 2020 desde mi perspectiva, para invitar a la reflexión de lo que estamos atravesando juntos, dadas las circunstancias actuales. 

Comencé el año realizando un viaje familiar a las islas Galápagos, específicamente a Isabela, ya que en Santa Cruz estuvimos de paso, el día en que llegamos y la noche previa a regresar a Ecuador continental. 

El viaje hacia Isabela fue terrible y el regreso de Isabela a Santa Cruz fue peor, ya que tomamos la opción de ir y volver en bote, lo que no recomiendo en absoluto. Lo ideal es ir y volver en avioneta. El bote de ida era el mejor de los que hay y el de regreso el más viejo. Sin importar eso, ambos se movían de tal forma sorteando el tremendo oleaje, que en las ocasiones llegué a pensar que era el último momento de mi vida. 

En mi cabeza una idea rondó la ida y el regreso: si el bote se parte en dos, cómo hago para salvar mi computadora. MI computadora iba en el equipaje que fue metido en una bodega, lejos de mi alcance, lo que aumentaba mi angustia. 

Por momentos, las olas eran tan altas, que llegó un punto en que dejé la angustia y opté por disfrutarlas, mirándolas. Dejé de sufrir por la muerte inminente que cada vez pretendía apoderase más de mis pensamientos.

Si tengo que morir aquí, será contemplando el mar y disfrutando de todo esto, me dije, y en ambas ocasiones, la de ida y la de regreso, llegué a puerto, llegamos todos, y con todos, el equipaje. También mi computadora. 

Tenía planificado entre marzo y abril hacer unos viajes fuera del país, quería irme lejos, pero una ola más grande que aquellas de la ida y vuelta en bote de Isabela estaba por llegar, la primera ola del covid 19, la que el único horizonte que permitía ver, era el cementerio. No solo el cementerio humano, sino también, aquel a donde se tuvieron que sepultar los planes, las esperanzas. 

En diciembre del 2019, mi esposo, médico especializado en imágenes, me había comentado acerca de un par de pacientes con unos signos extraños en el pulmón, detectados a través de la tomografía de tórax. Unas imágenes que él interpretó como: Infiltrados algodonosos intra-alveolares, en vidrio esmerilado, o imagen en velo de novia… Los pacientes presentaban un cuadro de insuficiencia respiratoria, dijeron tener: tos, fiebre y dolor de cabeza. 

 

Entre finales de febrero e inicios de marzo empezó la pesadilla, y para nosotros con un acontecimiento inesperado, más inesperado que el mismo covid. Mi cuñada Silvia murió, al salir de su sesión de diálisis. Silvia, pese a ser diabética, era muy vital y tenía planes para el futuro. Ella estaba un poco alejada de la familia, y aunque murió un viernes, recién nos enteramos de esto entre sábado o domingo, a través de un mensaje que dejó una extraña por redes sociales. Alguien con quien mi cuñada compartió el taxi de regreso a casa. En ese trayecto, Silvia murió de paro cardíaco, la señora la llevó en el taxi hasta la policía y la policía la llevó a la morgue. 

Mi esposo, luego de que la noticia nos llegó por redes, empezó la búsqueda, eran los días más horribles, al inicio de la cuarentena, él como tantos otros, buscando familiares desaparecidos. A los dos o tres días la encontró y pudimos darle sepultura. Pese a ser médico, tuvo que hacer largas filas y armarse de paciencia con las interminables horas de espera, para poder encontrar a su hermana e identificar su cadáver. 

Dice mi esposo que la imagen de su hermana descompuesta y el mal olor del cuerpo putrefacto, se quedaron grabados por días en sus sentidos. 

Fuimos a ese entierro, en medio de todo lo que esta “nueva peste” significaba, sobre todo cruzando la línea del miedo. 

Asistimos unas seis personas a ese momento tan raro de despedir a Silvia, sin misa ni velorio, en medio de una emotiva carta enviada por su hija, quien vive en el extranjero y por obvias razones no pudo venir. Salimos del lugar acompañado por una llovizna de esas que son típicas de los momentos tristes. Al dejar el cementerio, traté de no mirar atrás, una época de nuestra vida se cerraba de alguna manera, con esa muerte inesperada, mientras entrabamos a otra muy incierta, llena de dolor y angustia, de noticias lamentables, de mascarillas y de un encierro que parecía no terminar jamás. 

 

Una noche, semanas antes de la cuarentena tuve un sueño. El sueño se desarrollaba en un laboratorio en China. Más de un centenar de personas morían… Sobre el mundo una densa cortina de niebla se expandía… Gente moría, yo lloraba. Días después tuve otro sueño: estaba acostada sobre el piso, mientras martillaban un clavo sobre una de mis muñecas y yo me desangraba… Era una crucifixión. Desperté y el dolor de mi mano era insoportable. 

Yo no soportaba lo que sentía dentro de mí, un dolor inexplicable, no entendía lo que era. —¿Sabes algo sobre China?— le pregunté a mi esposo— algún colega te ha comentado algo sobre una enfermedad, un laboratorio, algo… Mi esposo me miró, como de costumbre cuando le pregunto cosas extrañas. No sé nada sobre China me dijo y se fue a trabajar. 

Mientras salía, lo seguí. ¡Ten cuidado!, le dije varias veces, algo raro va a pasar. ¡Cuidado te mueres!, ¡no te vayas a morir! —No me voy a morir-dijo— se rio y se fue. 

Yo sentí angustia y pensé: algo raro hay aquí, luego de revisar las noticias tuve una certeza: a esto lo van a declarar pandemia. Así fue. 

 

Días atrás al sepelio de mi cuñada, el asunto de una enfermedad aparentemente desconocida, que estaba causando muchas muertes en Wuhan, era la noticia del momento; luego empezó el asunto en Italia, después España. La OMS anunció el 11 de febrero del 2020 que COVID-19 sería el nombre oficial de la nueva enfermedad. 

El nombre es un acrónimo de coronavirus diseaase 2019 o enfermedad por coronavirus 2019. Le pusieron así para evitar estigmatizar a personas, animales o cosas. 

Una pandemia con connotaciones extrañas y poco convincentes, al menos para mí. 

Morían colegas médicos a diario. Yo rogaba en los chats del celular, que no me pasen más listas de muertos. Tenía terror de que esas listas de médicos muertos llegaran un día con el nombre de mi esposo y de mi hijo incluidos en ellas. Sentía náuseas todo el tiempo, un dolor muy agudo el estómago y el pecho, al leer nombres de personas, que uno pensó, que nunca morirían. El contacto con la muerte, cada día era más cercano. 

Morían muchas personas, era una tragedia mundial. 

 

Durante la cuarentena, cada día me sorprendía sin los dos hombres de la casa. Kary, mi hija menor y yo, la gata y los perros, y todo lo que había que hacer… Hasta jardinería, para que las hojas de mi árbol de olivo no cayeran en el patio de mis vecinos. 

La noche llegaba en la cocina, y sus oscuros rayos entraban por las ventanas, cuando estábamos juntos tomando el té de jengibre con canela y limón, conversando sobre “cosas lindas” para no hablar más de la muerte ni de los casos de Covid. Pero a veces, no nos soportábamos. En dos ocasiones le pedí a mi hija Lidia que consulte con su esposo, quien es abogado, si podía divorciarme. Ella me contestaba: mami, no se puede, está cerrado el Registro Civil, solo funciona para lo de los muertos por Covid. Si te quieres divorciar, tienes que esperar a que pase la cuarentena. 

Yo me desesperaba. Mi esposo y mi hijo no cumplían los acuerdos. Salían de madrugada y volvían de noche. Sin comer, sin descansar, yo pensaba que se iban a morir. Demostraron una devoción a su profesión, sin horario, sin descanso. 

Personas amigas me enviaban mensajes tan devastadores como este: Prepárate amiga, se van a morir tu esposo y tu hijo. O me llamaban para preguntarme si ya estaban enfermos de Covid. Dejé de responder llamadas y silencié prácticamente, todos los chats. 

En mi desesperación recriminaba a mi esposo por permitirle a mi hijo ir a trabajar con él. ¡No quiero que me traigas un cadáver de regreso!, le decía. 

Como se enviaron a todos los colaboradores del Centro de Imágenes a la casa, yo me posesioné como el call center de nuestro centro de imágenes. Si yo hacía una lista con cuarenta pacientes, ellos atendían setenta u ochenta, quien sabe hasta más. Mucha gente venía de todas partes a realizarse exámenes, los hospitales estaban a reventar, y los centros particulares casi no atendían. 

Realmente sentía que me estaba volviendo loca y luché contra la depresión que se estaba volviendo mi amiga inseparable. 

Mi práctica diaria de Yoga, las Flores de Bach y las Barras de Access, me ayudaron para sobrevivir. Pero sobre todas las cosas, mi fe inquebrantable en Dios, y dos libros, uno de Paramahansa Yogananda, y otro llamado: Un curso de milagros

El estrés de la muerte dando vueltas por tu casa y por tu cabeza, día y noche, no es fácil. No lo fue para mí, y creo que para nadie. 

Cada mañana contaba y seguíamos siendo seis. Mi esposo, mis cuatro hijos y yo, además de mi papi quien también estaba vivo. 

Hablo desde el yo, pero mi historia puede ser usada por cualquiera, solo habría que cambiarle el nombre. 

¡Millones de personas en el mundo hemos vivido algo que nunca imaginamos!, como dijo mi papá, conversando con él por teléfono. Muchos de sus amigos murieron en un abrir y cerrar de ojos, en el lapso de dos semanas. 

Pero en medio de todo, los videos de Thalía y de Paulina Rubio en TicToc y subidos a Twitter, y los memes producto de la jocosidad de nuestra gente, me daban un motivo para reír. Mientras mi hija Lidia comentaba en Twitter: “Mi mamá nos preparó toda la vida para la pandemia”. 

Ciertamente, desde que era estudiante de medicina, cuando me tocó ir a los hospitales, yo veía virus y bacterias por todas partes. Cada persona era, a veces para mí, como una bacteria gigante. En mi casa, en los primeros años de mi matrimonio, yo trapeaba el piso más de quince veces al día. No dejaba que entren con zapatos. Desde pequeños, hacía que mis hijos practiquen el estornudo silencioso; no había nada que me diera tanto asco como el estornudo. A través de las gotas de saliva me parecía que se esparcían todos los males del mundo. Yo misma, no me perdonaba estornudar. Era como una maniática del estornudo y de la limpieza. En fin, un sin número de cosas por las que en su momento me odiaron, pero que ahora, leí complacida en Twitter, si les han servido; al menos para pasar esta época extraña sin mayor dificultad. 

 

La pandemia generada por el Covid o coronavirus ha unido, aunque nos percibimos como separados, a las familias sobrevivientes y a todos los países del mundo en una nueva globalización marcada por el número de contagiados, recuperados y fallecidos. Además, creo que estamos todos, en el combate diario por mejorar las curvas de contagio y regresar a lo que se ha denominado “la nueva normalidad”, que incluye distanciamiento social y la importancia de lavarse las manos con frecuencia. 

En una primera instancia, debimos estar confinados en casa y posponer los viajes, ya que las fronteras estaban cerradas en el mapa del coronavirus. 

Ahora, pese a lo que algunos pensamos al respecto de que los viajes se debieron mantener restringidos para emergencias, en ese campo, prácticamente, se ha regresado a la normalidad. 

De manera particular, pienso que Dios me concedió un aislamiento productivo que me enseño a valorar lo que tengo y lo que soy. Además de devolverme la admiración por mi esposo y regalarme unos ojos nuevos para mirar a mi hijo, cuya valentía me inspira esperanza. He optado por aceptar que se ha empezado una nueva era y una manera distinta de vivir. 

A la hora de contabilizar los casos, cada país maneja sus propios criterios, por lo que estas comparaciones no son fiables al cien por ciento. Y en sí, como toda comparación es odiosa, creo que es mejor estudiar los propios resultados.

La enfermedad por coronavirus se identificó por primera vez en diciembre del 2019 en la ciudad de Wuhan, capital de la provincia de Hubei, en la República Popular de China, al reportarse un grupo de personas enfermas con un tipo de neumonía desconocida. La Organización Mundial de la Salud (OMS) la reconoció como una pandemia global el 11 de marzo del 2020. 

El 13 de marzo enterrábamos a Silvia, pero meses atrás, mi esposo, ya me había contado de unos casos raros…

Es fácil, relatar los hechos, vivirlos no lo es, y sobreponerse a ellos es un trabajo de paciencia y en mi caso, como en el de algunos, un acto de fe. Muchos ya no están y eso es lo que duele, duele esa ausencia a muchas familias en el mundo.

Esta crónica la tenía pendiente, pensé que sería apropiado compartirla ahora, ya que si el mismo nombre del Covid fue determinado para evitar la segregación, recordemos que le pusieron así para evitar estigmatizar a personas, animales o cosas, no sería lo adecuado, que la vacuna, que se coloca en nombre de su prevención, sea quien genere discriminación entre la gente.

 

No tengo intención de entrar en controversias, pero si soy defensora de la libertad y de la justicia. Simplemente la vacunación como proceso voluntario para quienes deseen ser parte de él, es algo adecuado, pretender separar en dos grupos a la humanidad, por el mismo hecho es descabellado, presionar  a vacunarse, lo es más. 

Así como en tiempo de cuarentena tuvimos el valor de enfrentar al Covid cuando pocos lo hacían, ya que muchos colegas, y con justa razón, atendían solamente a través de telellamadas, y diagnosticamos oportunamente el covid para ayudar a salvar vidas, ahora vemos casos de personas que presentan efectos adversos post vacunación y algunos graves. Por lo que sería oportuno ir con cautela, las vacunas pese a su utilidad para prevenir también están causando efectos secundarios serios, por lo que las personas deberían hacerse un chequeo médico previo para asegurarse de que pueden recibir la vacuna, ya que hay casos en que están contraindicadas y casos en que se debe esperar, como por ejemplo, cuando la persona tiene los anticuerpos  por haber padecido la enfermedad. 

 

Muchos compatriotas murieron durante la cuarentena, muchos siguen muriendo, según informan los expertos, la vacuna (cualquiera de ellas) atenúa los síntomas, pero no evita el contagio, por lo que hay que seguir con los cuidados. Familiares, amigos y colegas cuyos rostros se quedaron grabados en nuestra memoria y en la historia de una época nefasta, tal como los rostros de una publicidad. Sus caras serán para siempre: ¡la imagen del Covid!, que nos recordará lo afortunados que somos de haber sobrevivido a esta pandemia. 

No nos separemos más, estemos juntos para vencer a este invisible extraño acechador, y respetémonos, los derechos humanos y la libertad de consciencia son inalienables, ese es un paso importante que deben dar todas las sociedades del mundo. 

 

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6 comentarios

  1. Te amo y te comprendo muchísimo.
    También sentí y siento esa angustia por mi papá y toda mi familia que se expone pero con amor a su misión día a día al virus.
    Y también me siento como que un día desperté dentro de una película. Cada vez que pasa el camión de basura dando el mensaje sobre el covid, el otro día fui al mall del sol y cada cierto rato daban un mensaje por los parlantes sobre bioseguridad me siento como en esas películas futuristas que hablaban de un planeta contaminado

  2. Esta pandemia afecto a todos unos murieron por coviv otros por enfermedades catastroficas que no fueron atendidas por estar todos los esfuerzos dirigidos al coviv y otros como el caso de mi suegra que fue una victima indirecta termino falleciendo por un derrame cerebral porque temia enfermarse de esta.
    Estuve rezando mucho esta pandemia me dio fuerzas para seguir adelante, y trate de estar presente aunque fuera por mensajes con familia y amigos.

  3. Conmovedor relato Karyna, entiendo que para las familias donde hay médicos fue más difícil aún. Un abrazo solidario por los momentos vividos.

  4. Maravillosa redacción cronológica y científica de los acontecimientos relacionados con la pandemia covid 19. Felicitaciones por el estilo para escribir. Vivimos realmente momentos extraños y duros que coinciden con el relato.
    Saludo cordial.

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