29 marzo, 2024

Existió un sueño llamado Ecuador.

Desde los primeros gritos de independencia del nuevo continente, y quizás mucho antes, existió esperanza en esta tierra. Victoria tras victoria, crisis tras crisis, se repitieron las mismas frases de fe, de lucha y de ánimo. Un día nació un sueño llamado Ecuador y de él, nacimos todos nosotros.

Existió la ilusión de un país próspero y poderoso; de una nación que parte de un linaje de fuerza y de libertad. Se generó la leyenda de Cañizares, de Montalvo y Espejo. Se crearon las historias de Sáenz, Jaramillo y hasta Carapaz. Existió la convicción de dar pasos hacia adelante y absolutamente, ni uno hacia atrás.

Existió un sueño llamado Ecuador, pero hoy nos preguntamos si ese sueño sigue existiendo.

¿Desde cuándo viramos la cabeza ante injusticias? ¿Desde cuándo normalizamos bajar la voz por miedo a no poder volver a hablar? Un día creímos en este sueño, pero hoy nos preguntamos si realmente lo vale. Nos preguntamos si las mentiras y los robos son parte del mismo. Nos cuestionamos si este espejismo vale la vida de un gran hombre, y de los muchos otros atrás que se fueron en silencio. El sueño que una vez fue Ecuador, NO es la pesadilla que hemos permitido que se desarrolle en este país. El sueño que una vez dirigió a nuestros más grandes ideales, no son las migajas de pobreza y miedo con las que nos dejaron los corruptos del pasado.

Hoy, la incertidumbre hace que la línea que separa el sueño de la pesadilla sea agobiantemente indiscernible. ¿Qué puedo hacer yo, tan insignificante? Cuando la lucha parece estar torcida hacia la corrupción. ¿Qué puedo darle yo al Ecuador? Cuando el país parece estar comprado por mafias intocables.

Un día creímos en este sueño. En la belleza de nuestra gente y su carisma, en la fructífera tierra que nos rodea, y el potencial de nuestras manos trabajadoras. Nos preguntamos si el sueño todavía existe, y descuidamos que los únicos sueños que se cumplen son por los que uno trabaja. El futuro que queremos para nosotros y nuestros hijos, no nos lo van a regalar aquellos que quieren robarse el mañana. La solución está en que nosotros mismos decidamos que no se lo lleven.

Un día existió un sueño llamado Ecuador, y es en semanas como esta que nuestro voto es la mayor revolución que podemos comenzar. El mayor acto de rebeldía ante la decadencia es decidir creer que el sueño que existió un día, todavía existe. En palabras de Juan Montalvo, “si la suerte nos fuere adversa, nos quedará al menos el consuelo de haber hecho nuestro deber”. En semanas como esta, está en nuestras manos decidir si el sueño que una vez existió será una realidad, o una profecía que nunca se cumplió. Este domingo, nuestro voto define que el sueño que una vez se llamó Ecuador, vuelva a nacer.

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1 comentario

  1. Descalificar la intención de voto del prójimo es invasivo e indecente. Y, forzar el voto, es criminal. Una cosa es insultar a un candidato (para algunos puede ser parte “del juego”), y otra muy distinta es insultar a sus votantes. En redes he visto como individuos incapaces de articular una oración y con faltas de ortografía hasta en monosílabos, se refieren a grupos de votantes como ignorantes y otros cuantos epítetos. Otros son tan arrogantes que, sin la menor idea sobre el arte de análisis de escenarios, creen tener el don de predecir con pelos y señales lo que ocurrirá si gana tal o cual candidato. Menos mal, en esta ocasión, los votantes tenemos antecedentes para comparar. Entonces, el ejercicio no es anticipación sino retrospección. Cada uno sabe en qué rango de tiempo estuvo mejor o, de alguna manera, sintió sus intereses representados. En esta elección se vota desde la experiencia personal de cada votante, por tanto, los insultos están demás. Votar es quizás una de las pocas situaciones en que todos somos ciudadanos iguales, sin reparo de condición social, económica, etaria, étnica, de salud, de vulnerabilidad o de género. Por último, no es como dijo un experimentado político a quien creí más sagaz… el electorado no es culpable de nada… quien ha vivido exclusión sistémica tiene toda la libertad y solvencia moral de rechazar a sus excluyentes. ¡Que votar sea inalienable y que el domingo gane el país!

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