“Entre la causa y el efecto siempre hay un espacio en el cual tú decides”, acostumbra a insistir Stephen Covey, insigne investigador del liderazgo. Y es cierto… siempre se impone la capacidad del ser humano para optar, para elegir, para decidir, para hacer uso de su libertad en cualquier situación, hasta en las más trágicas tal cual nos lo explica Viktor Frankl en su obra –El hombre en busca de sentido-. “Aún en las peores circunstancias el ser humano conserva su libertad última, su capacidad de decidir y ésta es suya independientemente de los demás…”. Por tanto, la libertad, es un valor inconmensurable y fundamental para la vida misma, cuando es definida correctamente, no así cuando la asociamos al determinismo o a la famélica idea de que “es hacer lo que se quiere”. Ser libre en definitiva es ejercer la capacidad de optar, de decidir, aunque elija no elegir sigo haciendo uso de mi derecho… ¡vaya pues!
Sin embargo, esa libertad individual, humana, no vive sola, no se la vive en soledad, hay mucho más… Se apoya y se enriquece continuamente de otros dones maravillosos como la vivencia consciente de la responsabilidad, asumida como la capacidad de responder siempre alineado con los principios inmutables de la vida como el respeto, la honestidad, etc. Así también la libertad –éticamente- requiere de la consciencia intelectual, que hace que aprovechemos nuestros aprendizajes cotidianos…