28 marzo, 2024

La fuerza del espíritu: Humano y Divino.

La fiesta de PENTECOSTES pasa aún desapercibida por muchos creyentes, que se quedan o nos quedamos en Navidad, el Viernes santo, y a lo mucho en la Pascua, como fiesta de algo raro que da esperanza pero que no sabemos qué mismo es. Lo cierto es que festejamos el nacimiento-vida y nos despedimos de esta vida con la muerte. Pero no sabemos cómo vivir bien la vida. Para ello, la fiesta de Pentecostés, la fiesta del Espíritu nos puede ayudar.
Hablar del Espíritu solo será posible si valoramos nuestro espíritu humano. Y nuestro espíritu nos habla de inteligencia, de fuerza, de ánimo, de anhelos, de emociones, de capacidades, de sueños, de motivaciones. Cuando tenemos claro que nos estamos ahogando y de repente respiramos. Que tenemos sed y bebemos un vaso de agua, que nos sofocamos y recibimos un aire fresco, que estamos desanimados y nos dan una palmadita, nos reanimamos. Esto es experiencia espiritual. Cuando recibimos una ayuda, consuelo, ánimo para seguir caminando, luchando, amando, esforzándonos por alcanzar nuestros sueños, metas e ideales es la experiencia humana clara de lo que es la vivencia espiritual. Hablar del Espíritu de lo alto, como persona divina sin tener experiencia de lo humano puede ser lo más alienante que aleje o distorsione la misma idea del Dios de la vida, que nos da su aliento, que nos entrega su espíritu.
Cuando Jesús, como recurso estratégico para convencer a sus discípulos quién es él y qué vino hacer al mundo se les aparece cuando ellos están encerrados por miedo a la persecución, al qué dirán, ¨sopla sobre ellos su aliento vital¨ (Jn: 20: 19’23), les está dando una vez más su espíritu para que continúen su misión. La misma misión de Jesús de dar vida, de resurgir en medio de la nada de una comunidad deprimida y en minoría, nace la verdadera comunidad de fe. Creemos en el Dios de la vida, en el Dios Espíritu que nos da el Hijo porque lo percibimos como amigo, como compañero, como esperanza de nuestros anhelos y deseos más profundos como humanos y como personas de fe que valoran lo humano. La vida en su plenitud.
¿Cómo podemos hacer realidad nuestra experiencia del Espíritu? Los pobres de todos los tiempos, y los que sufren víctimas de la historia o desgracias naturales nos enseñan el mejor camino. Hoy muchas comunidades creyentes que han sido azotas por el terremoto del 16 de abril del presente año nos enseñan y nos pueden enseñar la fuerza de su espíritu y la plenitud del Espíritu que da Vida. ¿cómo? Viviendo los dones del Espíritu hoy:
El don de creer cada día que es posible reconstruir la humanidad con las claves de dignidad, igualdad y respeto de los derechos humanos.
El don de vivir en nuestro centro, en esa zona donde nos descubrimos hijos e hijas de Dios, que no nos abandona, que lo sentimos en las adversidades.
El don de experimentar y contagiar la Buena Nueva de la Palabra de Jesús. Una palabra valiente, audaz y misericordiosa.
El don de ser misericordia que nos convierte en íconos del Abba, que es mucho más que hacer misericordia.
El don de vivir intensamente el momento presente, con sus luces y sombras, su alegría y su dolor como una bendición.
El don de atravesar nuestros miedos sin quedarnos paralizados por ellos.
El don de reconocer a la muerte como hermana y compañera del camino y aprender a vivir con la sabiduría que nos ofrece.
Para Lucas la fiesta de pentecostés es la fiesta del Espíritu marca una nueva creación, un nuevo comienzo. Con el espíritu de Jesús la comunidad tiene fuerza para vivir el Evangelio, compartirlo, compartir sus bienes, reunirse en torno a la fracción del pan y para realizar los mismos gesto de Jesús (Hechos 2:1-11).  Esta fiesta no significa celebrar un pasado, sino tomar conciencia de que nuestra vida puede cambiar tan profundamente como cambió a aquel grupo de hombres y mujeres que se fiaron en Jesús, sintieron su espíritu. La ruah, espíritu de Dios, está presente en nuestra vida, nos recrea constantemente, re-crea las comunidades y al Pueblo que sufre, hace surgir la esperanza, renacer a la vida. Al joven que comienza su aventura del saber abre horizontes, lo invita a soñar, volar, vibrar.

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