23 abril, 2024

Yo Periodista

En enero del 2015 cumpliré 20 años como periodista. Y a lo largo de todo ese tiempo tengo el sano orgullo de decir que he servido más con el ímpetu con el que he vivido mi profesión que ocasionado daño con mis errores que sí, los he tenido y, sin lugar a dudas, los tendré. No he hecho periodismo para acumular medallas. Para que la gente me admire. Para adornar mi personalidad con el premio Pulitzer o el del ITV o las portadas de las revistas que aquí, principalmente “las peluconas”, siempre le dan la vuelta a los mismos. Mis causas en este camino han sido las de los menos favorecidos, las de aquellos a los que se les negó la oportunidad de denunciar. Las de los maltratados por el sistema. Las de los estafados. Las de los que fueron humillados por la indolencia y el sórdido quemeimportismo.

Versión Mujica, creo que le he dado contenido a mi vida. Porque he tratado de calmar las angustias y los dolores de miles de personas a las que ni siquiera he conocido haciendo públicas las injusticias que se cometen con ellas regalándoles un poquito de alivio al impacto que genera el desamparo. Tras cámaras, he cargado al morador enfermo a la clínica, he hecho lo posible por consolar al incomprendido. He hecho, debo reconocerlo, llamadas que rayan en el atrevimiento y pedido favores poco menos que impuestos que han permitido acortar engorrosos procesos para hacer que triunfe la dignidad de los más humildes. He buscado, molestando a amigos pidiéndoles donen o donen cuando alguien que no tiene lo ha necesitado, las oportunidades para los que pensaron nunca las tendrían. Me he metido en cuerpo y alma en la vida de muchos hogares, con la autorización de ellos por supuesto, para ayudar a reflexionar, a enrrumbar en la idea de la familia sobre todas las cosas que gracias a Dios yo la tuve muy bien. He hecho lo que muchos que he visto venir y pasar no hicieron: darles la seguridad de que no están solos. De que siempre habrá alguien a su lado cuando las voluntades y las intenciones son buenas. Que he ido más allá? Quizá… por poner en práctica la mejor enseñanza que tuve en la infancia: ayudar al prójimo, al hermano en desgracia, y porque siempre entendí desde que me habría paso por estos caminos que el periodismo tiene sentido cuando se transforma en servicio, servicio y nada más que servicio.

Me he tomado el tiempo para escuchar a todas las personas de todos los pensamientos y de todos los géneros y de condiciones sociales y he buscado el que no tengo para no sólo denunciar los atropellos de los que han sido víctimas en reportajes sino ayudar a buscar soluciones con hechos concretos. Me he expuesto incluso frente al que con una sola llamada puede destruir por su poder el típico arrogante que espeta “no sabes con quién te metes”, por demostrarle a los que han depositado en mi la confianza que el único poder que hay es el de la verdad y el de la razón. Sí, he sido reaccionario… Y seguiré siéndolo porque entiendo que la base de la profesionalización de esta profesión no es el portar mejor un micrófono ni lucir mejor ante cámara ni mucho menos ser agradable a todos sino decir las cosas como son e insistir e insistir para que el que debe actuar actúe y haga el cambio. Porque de qué sirve entonces decir las cosas si las palabras sólo quedan en el aire? De qué sirve reportar si no se reconstruye? El periodismo es vivencial, no de escritorio.

Muchas veces he sido duro y por supuesto que he pasado la dura prueba de tocar en el reportaje hasta al amigo. Pero siempre he tratado de ser propositivo. De mirar lo bueno en lo malo. De dar el derecho a la duda.

Me he concentrado en dar a conocer historias fantásticas! Ejemplos de vida que sé después han inspirado a otros más. Ahí donde pocos no veían valores porque los protagonistas eran Juan Piguave o fulano de tal yo no solo vi gente sino modelos a seguir que estoy seguro se han multiplicado. No busqué de fuentes el Palacio, la Asamblea ni los ministerios sino los barrios. En ese “Guayaquil profundo”, entre los álgidos conflictos entre vecinos, me he puesto en medio de ellos para, aún bajo el señalamiento de “sapo” o de “metido”, hacer que el desentendimiento termine en un cruce de manos y en el compromiso de convivencia básico aunque también he encarado y como agente externo comunitario invitado al orden y a vivir bien al equivocado. En la misma labor de acercamiento he trabajado en otro nivel. Pidiendo favores a los amigos para los que creo son amigos… No saben lo que he conseguido pidiendo favores!

Qué no he hecho? Complotar, desmerecer, perseguir. Tramar para molestar a quien me cae mal que de esos hay muchos. Tampoco he buscado la quinta pata al gato. Nunca me he servido de las puertas que en cierto sentido este oficio abre para lucrar: periodista que hizo fortuna hizo de todo menos periodismo siempre digo. Nunca busqué la fama vanidosa porque no me interesa sumarle más honor a los apellidos que en herencia me dejaron mis padres (más no podré). Huyo de las fotos, de los autógrafos. De las grandes fiestas con las cámaras afueras. Trato de pasar desapercibido para que no me miren porque sé que el que está arriba, por la ley de la gravedad, se aleja, se aísla y no escucha (y siempre termina cayendo) y la única sabiduría que sé puedo adquirir a estas alturas de mi vida, además de la que naturalmente regalan los años, es la que puedo obtener escuchando y viendo en lugar de que me vean.

A evento que me han pedido acuda a dar mi contingente he ido y lo he hecho gratis y he adoptado como mías esas causas donde el objetivo ha sido el reencuentro con la sensibilidad. He cometido imprudencias como el de “Santa Isabel” por el que pedí disculpas a mis jefes, a mis compañeros, al Gobierno y al país. Todos saben que me tocó pero que también aprendí. He cometido otras imprudencias más y me he rendido ante el afectado con franqueza al punto de que con muchos de ellos ahora soy amigo. Pero ojo, no he sido alfombra de nadie. Las buenas ideas y propósitos incluso de quienes me son antipáticos las he apoyado y les he dado espacio por eso de que hay que hacer el bien sin mirar a quién. Nunca he cogido de sorpresa al entrevistado. He procurado siempre hablar con él para explicarle de qué se trata antes de noquearlo con preguntas que no estuvo preparado a responder. No hay persona incluso públicamente cuestionada que se haya despertado, por mi parte, con el vértigo de la sorpresa en su estómago por alguna denuncia anunciada “vendrá ya mismo” sin que le haya llamado antes a decir lo que saldrá. Lo he hecho no sólo porque hay que “contrastar”, como enseñan en las aulas y manda ahora la Ley, sino porque ha sido condición sine qua non en mi existencia “no hacerle a otros lo que no quieres que te hagan a ti”. Y aunque en la nota o reportaje inicial no haya salido su versión porque no se lo encontró o porque no quiso hablar primero, después lo he ido a buscar personalmente para darle su derecho al descargo con respeto. Es más, con todos mis señalados, he hecho el pacto de honor y publicado lo que hemos quedado los dos debe salir. Y así ha sido.

No he sido santo. He sido demasiado humano y mundano y por eso he errado. Pero el mío ha sido un exceso de pasión jamás de mala fe con el que incluso, debo reconocer, he fastidiado a mis compañeros de trabajo.

Qué aprendí en todo este tiempo? Que aunque molesté “sin querer queriendo” el ejercicio de la rectificación en este y otros apostolados permite GANAR al que lo aplique como humano y que, además, nos ubica, nos despierta, permite transformarnos.

Precisamente por esa convicción quiero celebrar la mitad de la vida que he tenido pidiendo disculpas a todas aquellas personas con las que con la labor con la que me he ganado la vida he herido. Y a manera de guiño de ojo, a las nuevas generaciones de comunicadores que vienen yo periodista les digo que ese es el camino: la humanización de esta profesión que no podemos permitir se enfríe en los esquemas de una época en la que la mayoría sólo quiere alimentar sus egos, escribiendo y haciendo notas de cosas que ni ellos mismos entienden, y sus odios, sencillamente porque nacieron para odiar. Que para todo esto no está un periodista? Que sólo debe informar? Creo que no. El periodista es un agente social de cambio.
Está, sobre todas las cosas, para servir.

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