28 marzo, 2024

Enrique

Acabo de verte por última vez.

A medida de que me alejaba de tu habitación, las ideas se me desorganizaban en mi mente.

Estaba en estado de Shock.

Deambulaba dentro de una irrealidad, donde no podía contestar respuestas y peor hacer preguntas.

Al salir de la clínica y cruzar la calle, un carro me atropelló a la altura de las piernas.

Los insultos que me dieron ni siquiera los oía, así como tampoco sentía el dolor que me había causado el accidente.

Una vez que llegué a mi oficina, me encontré frente a una persona, pero permanecía en silencio y sin oír lo que me preguntaban.

Te acababa de ver…

Estabas como dormido pero aun así pensando.

Cogí tu frente y la besé como todos los días.

En esta ocasión no me respondiste;

Tus ojos permanecían cerrados como anunciando que jamás se volverían a abrir.

Todo era un ruido silencioso que me molestaba por impedir que afloren los verdaderos sentimientos.

Es el insonoro mutismo del respeto público al dolor ajeno.

Te volví a besar por varias ocasiones; lo seguí haciendo hasta que comprendí que ya no me besarías.

A la salida me abracé con algunas de tus hijas, tus hermanos.

No pude ver a tu esposa ni a tu hijo.

Todo dentro de mí era una confusión.

Era como si la vida se hubiera detenido en el instante de tu muerte.

Era una realidad real.

Todo fue un raudo escenario que presuroso corría por mi mente mientras pasaban imágenes desde que éramos pequeños y veíamos a la muerte como una lejana posibilidad que les sucedería a otros pero no a nosotros.

No puedo asimilar tu partida.

Todavía creo que te voy a ver más tarde o que almorzaré contigo en unos días como cada semana.

Recorrimos tantos senderos.

Compartidos tantas cosas.

No es verdad que tu historia ha estado cerca de la mía o que la mía ha estado cerca de la tuya.

Fueron la misma historia.

Sabiendo lo locuaz y expresivo que soy, te debe extrañar mi comportamiento durante los últimos meses.

Más me cuesta callar que hablar.

Lo que te hablaba cuando te veía siempre era puntual y sobre superficialidades.

Es que si te hablaba cómo me sentía, solo hubiera llorado y no habría forma de parar que llore.

La primera vez que me diste la noticia, me puse furibundo y te reclamé.

¡Te gritaba y te increpaba que como era posible que te hayas enfermado de esa manera!.

¿Te reclamaba diciéndote que sería de mí?

¿Qué me pasaría a mí?

¿Qué haría yo sin ti?

Te decía egoístamente que no tenías derecho a enfermarte y dejarme, etc.

Lo que no me daba cuenta es que mis palabras no estaban preocupadas por ti, sino por mí.

Era mi miedo a perderte y no tenerte.

Era el terror de no volver a verte el que me hacía reclamarte de esta injusta manera.

No tenía la menor idea del daño que te causaba.

Tú necesitabas apoyo y yo estúpidamente solo te daba dolores.

El día que lo comprendí, me prometí a mí mismo no volver a reclamarte jamás.

A pesar de no ser yo, traté de seguir siendo yo, aunque porque me conoces, tu sabías que lo hacía porque era lo que tú necesitabas.

Todas esas absurdas palabras que te dije, perdónalas en el nombre del amor que te profeso.

Eran groserías provocadas por el miedo de perderte y la incertidumbre de no saber cómo sería mi vida sin ti.

Tú siempre has sido el clavo del que he colgado mis angustias.

Has sido la cordura de todas mis locuras.

Fuiste el principio de las cosas buenas que logré gracias a tu generosidad.

Eres el único hombre que ha hecho que yo haga algo que no quería hacer.

Me has hecho cambiar decisiones, has hecho que lo que había decidido no lo llegue a ejecutar.

Desde que éramos muy niños tu vida incidió en la mía, de la misma manera que la mía lo hizo en la tuya.

Hemos crecido alimentándonos de las mismas experiencias.

Durante el colegio éramos lo mismo, en la adolescencia tú fuiste más cordura, yo mucho más locura.

Tu vivías a la velocidad que te convenía, mientras yo corría por la mía traspasándola en sus límites.

Tú caminabas por la seguridad; yo corría entre el peligro.

Estas dos diametrales formas de ser, fue lo que nos complementó para fundirnos en una sola hermandad.

Tú todo lo calculabas, nada era sorpresa para ti.

Para mí todo era una aventura y mientras más peligrosa sea la misma, más valía la pena vivirla.

Hemos estado juntos en los mejores y los peores momentos.

Hemos caminado por los más grandes instantes de alegría; nos hemos levantado en los más terribles momentos de dolor.

No existe ninguna circunstancia de tu vida o la mía donde no hayamos estado juntos.

Sé que donde quiera que estés, estarás leyendo lo que te escribo.

Nunca pude decirte cuanto admiraba tu fe.

Ni si quiera te imaginas como yo deseaba tener una creencia tan sólida como la tuya.

Tú fe fue el pilar inamovible que te mantuvo erguido hasta el final.

Es la fuerza que te dio la energía para sopórtalo todo, sin quejarte, en silencio y con humildad.

Estabas entregado a dios.

Confiabas en él, creías en él, esperabas en él.

Hoy estás junto a su luz, gozas de la belleza perfecta, tienes la luminosidad eterna que te da la dicha.

Siempre tuviste mucha suerte; te han amado mucho más de lo que has amado.

Por el amor que te tengo solo te pido que me guardes un poco de ese amor para cuando yo también llegue a tu lado.

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