24 abril, 2024

Con las alas heridas

Alguna vez alguien muy querido me dijo que todos tenemos una, o varias, heridas existenciales. Algo así como un pasado que no podemos soltar, una pérdida irremediable o un ejército de demonios internos que alteran nuestra integridad. Lo más lamentable de estas heridas existenciales es que no son dolores específicos, como decir “me duele la cabeza” o “me duele que me hayas mentido”. No. Éstas se apoderan de todo tu cuerpo y toda tu alma. Están en todos lados y no están en ninguna parte. Vienen y van, pero siempre están ahí.

Piensas que la vida es buena porque tienes una linda familia y un buen trabajo. Te sientes contento. Pero llega entonces la noche, ¡Ay de esa noche! Afuera hay una paz invernal y una quietud nocturna, pero dentro de ti bailan los duendes del malestar sinsentido. De repente te invaden sensaciones extrañas, gritos ahogados de dolores sin nombre y sin razón. ¿Pero qué demonios está pasando? Pues probablemente se trata de tu herida existencial. Le entraron ganas de visitarte, a la muy conchuda esta, ¡sin avisarte siquiera! Para recordarte que aún sigue vivita y coleando y que tienes que sanar. Tenemos que sanar.

Confieso que en mi ignorancia existencial yo esperaba que la sanación viniera a mí como una gracia externa. Algo así como que el cielo se abriera y una nube divina lloviera sobre mí la anhelada cura y arrastrara consigo mis heridas existenciales; que con un baño purificador pudiera yo convertirme en una persona nueva.

Hoy reconozco que es una fantasía sumamente infantil, además de absurda. Hoy, que voy despertando, siento como una diminuta llama interna que me recuerda que todavía existe el calor y que yo puedo ser mi propio sol.

La sanación se sirve en un plato frío. Para curar las heridas existenciales primero debemos identificarlas y luego sangrarlas. Existe el peligro también de creer que no podremos vencerlas, o estamos tan cómodos con ellas que nos sentimos incompletos sin ellas. Y es que a nadie le gustaría arrancarse un brazo o una pierna porque sí, y andar cojeando por la vida. Entonces nos hundimos y dejamos que nos domine. Pero llega el momento, y hay que saber reconocerlo, una especie de alarma, parecida a mi nube divina pero más realista, donde tienes que elegir si prefieres seguir naufragando en la miseria o intentar prender fuego con la minúscula llama que se encendió en ti.

Y eso es precisamente lo que me pasó a mí. Creí haber perdido mi voz pero resulta que simplemente me estaba hablando en un idioma desconocido, y ahora que empiezo a comprenderla, no dejo de escucharla. Cuento con su guía impecable para salir triunfante de este arduo, pero liberador, camino de la sanación. Como dijo el poeta: “Como si uno tuviera que volver a escribirlo todo de nuevo, así renace a veces la esperanza”.

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  1. Elvira, quiero que sepas que me han emocionado inmensamente tus comentarios. Gracias, de todo corazón, gracias por apreciar mi palabra.

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