24 abril, 2024

La mala educación

¡Atrevida! ¡Atrevida! ¡Atrevida! Gritaba al son de su berrinche una jovencita
de unos 16 o 18 años de edad, al lado de su amiga, y en medio de un grupo
de gente que la miraba, asombrados todos ante los gritos desproporcionados
que la joven me dirigía en medio de la playa.

La historia comienza así: Llegué a la playa junto a mi esposo y tres de mis
cuatro hijos. Estaba dispuesta a poner toalla y pareo sobre la arena para
tomar sol; pero, mi hija menor se empeñó en que mejor tome sol acostada
sobre una perezosa, (de esas sillas para tomar sol). En el club a donde nos
encontrábamos y del cual somos de los socios más antiguos, hay ese servicio
de sillas y carpas para los socios y visitantes. Junto a una de las varias carpas
del lugar, había una de aquellas sillas, desocupada. En realidad con un
envase plástico, semi vacío, de un bronceador. Mi hija lo cogió y me dijo: se
parece al tuyo. Pero no es el mío, le respondí, así que déjalo a donde estaba.
Ella me dijo, ¿y si lo pongo encima de esa mesa y así llevas la silla para tomar
sol? Está bien, le respondí. Creyendo que alguien había dejado el frasco semi-
vacío porque ya no era de mayor utilidad. Por lo demás, carpa y sillas estaban
sin nada ni nadie. Es una opción que en esas circunstancias, algún socio o
visitante llegue y utilice la carpa y las sillas.

Luego de disponer todo para pasar un día de playa, y, obviamente colocar
toalla y pareo sobre la silla, nos quedamos parados sobre la arena
conversando con un amigo, que se acercó a saludar al grupo. Habían pasado
unos veinte minutos, cuando dos chicas se acercaron a la carpa vacía. Una de
ellas se aproximo al grupo y preguntó: ¿por si acaso, ustedes cogieron esa
silla para tomar sol, que estaba aquí?, porqué es de mi amiga y la va a usar.
Yo le respondí, las sillas de aquí son propiedad del club, pero sí, yo cogí la
silla. Ella siguió, yo dejé el celular y el bronceador encima de la silla.

Respondí, ¡no!, no había ningún celular, en realidad no había nada, por lo
que asumimos que la carpa estaba vacía y que nadie iba a ocupar la silla. Ella
insistió en que su amiga necesitaba la silla. Mientras ella insistía, y yo
pensaba en decirle: bueno, cógela nomás, e iba a proceder a retirar toalla y
pareo, la amiga le dijo gritando: ¡Ya pues! ¡Sácale la toalla!, bótala ahí, y trae
la silla. ¡¿Cómo?! –Dije-, a manera de reacción. ¡No vas a sacar la toalla! y
ahora sí, no te voy a dar la silla. Mientras yo decía eso, el amigo que se había
acercado a saludar al grupo, cogía la silla y la ponía bajo nuestra carpa,
diciendo: tomemos posesión completa de la silla y listo. Pensé que ahí
quedaría el asunto. ¡Pero no! “La amiga de la chica que necesitaba la silla
para tomar sol” empezó a gritar como una loca: ¡Atrevida! ¡Atrevida!
¡Atrevida! Y gritaba más y más, desde el fondo de su indignación y su
impotencia. Todos mirábamos, y lo que hicimos fue alejarnos un poco y
seguir conversando. “La amiga de la chica que necesitaba la silla para tomar
sol” seguía gritando otras palabras más, que no alcancé a escuchar. Pasada la
furia inicial, la chica que necesitaba la silla para tomar sol, se fue en busca de
un mesero, quien gentilmente le llevó otra silla. Ella colocó su toalla y su
pareo, y se puso a tomar sol, no sin antes dirigirnos unas centelleantes
miradas llenas de furia.

Le pregunté al mesero ¿quién es la chica?, a lo que él respondió que era la
hija de un nuevo propietario de unos de los departamentos que están dentro
del lugar.

Quedan varias conclusiones. La primera que se viene a mi cabeza y la que
pensé en el mismo momento de lo relatado, es que el dinero te puede
proporcionar cosas y comodidades, pero no una verdadera educación, la
misma que sin duda, comienza en casa. La segunda, es que el ser socio
o miembro de una institución no te da la potestad de pensar que eres
el dueño de las cosas que hay en ese lugar, y debes estar a disposición
para compartirlas con los demás; la tercera, que con amabilidad podemos
conseguir lo que deseamos, (tal es el caso, al inicio, cuando yo me prestaba
a “devolver” la silla). Si lanzas piedras, no esperes que te devuelvan flores.
Vale aclarar, que tengo un esposo excesivamente calmado, no sé como

hubiese reaccionado otro en su lugar. Y yo misma, la verdad no presté mayor
atención a los insultos que siguieron a la palabra “¡Atrevida!”. Podemos
pensar un poco qué tipo de educación estamos dando a nuestros hijos, ¡con
el ejemplo! Vale que nos aclaremos a tiempo, porque tengas mucho dinero o
pertenencias, siempre habrá que dejar un espacio para un convivir armónico,
salvo que quieras ser el primer habitante de Júpiter.

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No hay comentarios

  1. Mi solidaridad con usted, ahora la patanería y el abuso se imponen, seguramente era una nueva rica a quien el dinero no le da buena educación.

  2. Dicen que «lo que natura no da, Salamanca no presta». Sobran comentarios, hay que escuchar el tango «Cambalache» que hoy tiene más vigencia que cuando fue compuesto, hace ya varias décadas…

  3. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Es muy difícil, pocos son tan fuertes para actuar así, te pido perdón por el comportamiento de aquellas jóvenes, ninguno de nosotros es inocente

  4. Estimada Karyna, lo que usted describe lamentablemente en estos tiempos ya no es un lunar, sino la forma en que los chiquillos tienen como costumbre comportarse. Los valores estan completamente perdidos y en completo abandono, pero no es culpa de los chicos es culpa de los padres que teniendo la responsabilidad de educarlos correctamente simplemente los dejan a la buena de Dios. Yo recuerdo perfectamente cuando mi Padre me daba mis buenos «estatequieto» por no responderle como se debia y ahora a mis 40 años, cuanto valoro esa enseñanza cada vez que me encuentro con este tipo de «mozalbetes» que piensan que el mundo les pertenece solo por estar en él. No hay mejor educacion que la de la mano del padre que castiga con amor para corregir las equivocaciones de los hijos.

    Saludos

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