16 abril, 2024

El dolor

Hoy quiero volver a un gran poeta mexicano de comienzos del siglo pasado, del cual ya hemos hablado.

Volver a hablar de Amado Nervo, es rememorar la hermosura del sentimiento, del dolor, de la pena, sobre todo si volvemos a los versos de sus últimos años.

Leamos primero su “AMEMOS”:

Amemos
Amado Nervo

Si nadie sabe
ni porqué reímos,
ni por qué lloramos;

si nadie sabe
ni por qué vinimos,
ni por qué nos vamos;

si en un mar de tinieblas nos movemos,
si todo es noche en rededor y arcano,
¡Al menos amemos!
¡Quizás no sea en vano!

Para dar una idea de su apasionamiento, veamos su verso “Cobardía”, en el que relata cómo se aleja de la
posibilidad de amar, por miedo al sufrimiento:

Cobardía
Amado Nervo

Pasó con su madre. ¡Qué rara belleza!
¡Qué rubios cabellos de trigo garzul!
¡Qué ritmo en el paso!, ¡Qué innata realeza!
¡Qué porte! ¡Qué formas, bajo el fino tul!…
Pasó con su madre, volvió la cabeza,
me clavó muy hondo su mirada azul.

¡Quedé como en éxtasis!… Con febril premura,
¡Síguela! gritaron cuerpo y alma al par.
… Pero tuve miedo de amar con locura,
de abrir mis heridas que suelen sangrar,
y no obstante toda mi sed de ternura,
cerrando los ojos, ¡la deje pasar!

Pasemos ahora a ver como deja en manos de Dios la posibilidad de conseguir el amor, en su “Dios hará lo
demás”

Dios hará lo demás
Amado Nervo

Que es inútil mi afán por conquistarte,
que ni me quieres hoy, ni me querrás…
Yo me contento, amor, con adorarte:
¡Dios hará lo demás!

Yo me contento, amor, con sembrar rosas
en el camino azul por donde vas;
tú, sin mirarlas, en la senda posas
el pie: ¡Quizá mañana las verás!
Yo me contento, amor, con sembrar rosas.
¡Dios hará lo demás!

En el libro la Amada inmóvil, él cuenta una parte de su vida con su gran amor, por quien escribió ese libro:
Ana Cecilia Luisa Dailliez:

“… en el libro de versos Serenidad, hay unos que dicen:

No te apartes de mi vera,
muere tú cuando yo muera.
¡Yo te lleve, pues te traje!
Fuiste noble compañera
de viaje

Rimemos nuestros destinos
para todos los caminos
que habremos de recorrer
en lo inmenso del arcano,
y vayamos por la muerte de la mano,
como fuimos por la vida: ¡sin temer!

Estos versos la complacieron en extremo. Repitió varias veces los últimos, y aún vibra en mis oídos el metal de su acento, cuando insistía en el final: /sin temer!

Yo no soy más que la cuerda que pulsan manos desconocidas.

Yo no compongo mis versos: ¡únicamente los escribo!

Yo soy la mano que traza las líneas. El espíritu sopla donde quiere. Ego sum vox clamantis in deserto.

Entonces… cabe una esperanza: ¡la de haber acertado!

Oh Dios, en quien creo y a quien amo sobre todas las cosas: dame esta suprema dicha de morir ahora. ¡Hay en la otra ribera una mano amorosa, que está extendida esperando la mía
para el divino viaje! ¡No retardes la unión de las dos! Da a mis versos el prestigio de una profecía hecha por los ángeles.

Y vayamos por la muerte de la mano, como fuimos por la vida: ¡sin temer!”

El primer verso de la Amada inmóvil es este precioso Ofertorio:

OFERTORIO

Deas dedit, Deas abstut.

Dios mío, yo te ofrezco mi dolor:
¡Es todo lo que puedo ya ofrecerte!
Tú me diste un amor, un solo amor,
¡un gran amor!
Me lo robó la muerte
…y no me queda más que mi dolor.
Acéptalo, Señor:
¡Es todo lo que puedo ya ofrecerte!…

Y continúa luego con varios versos, de los que extraigo algunos:

¿LLORAR? ¡POR QUE!

Este es el libro de mi dolor:
lágrima a lágrima lo formé:
una vez hecho, te juro por
Cristo, que nunca más lloraré.
¿Llorar? iPor qué!

Serán mis rimas como el rielar
de una luz íntima, que dejaré
en cada verso; pero llorar,
¡eso ya nunca! ¿Por quién? ¿Por qué?

Serán un plácido florilegio,
un haz de notas que regaré;
y habrá una risa por cada arpegio.
¿Pero una lágrima? jQué sacrilegio!
Eso ya nunca. ¿Por quién? ¿Por qué?

MÁS YO QUE YO MISMO

Oh vida mía, vida mía,
agonicé con tu agonía
y con tu muerte me morí.
De tal manera te quería,
que estar sin ti es estar sin mil

Faro de mi devoción,
¡perenne cual mi aflicción
es tu memoria bendita!
¡Dulce y santa lamparita
dentro de mi corazón!

Luz que alumbra mi pesar,
desde que tú ya partiste
y hasta el fin lo ha de alumbrar,
que si me dejaste triste,
triste me habrás de encontrar.

Y al abatir mi cabeza
ya para siempre jamás
el mal que a minarme empieza,
¡pienso que por mi tristeza
tú me reconocerás!

Merced al noble fulgor
del recuerdo, mi dolor
será espejo en que has de verte,
y así vencerá a la muerte
la claridad del amor.

No habrá ni noche ni abismo
que enflaquezca mi heroísmo
de buscarte sin cesar.
Si eras más yo que yo mismo,
¿cómo no te he encontrar?

¡Oh! vida mía, vida mía,
agonicé con tu agonía
y con tu muerte me morí.
De tal manera te quería,
que estar sin ti es estar sin mí.

Febrero de 1912.

¿QUÉ MÁS ME DA?

In angello cum libello.
Kempis.

Con ella, todo; sin ella, nada!
para qué viajes,
cielos, paisajes!
Qué importan soles en la jornada!
Qué más me da
la ciudad loca, la mar rizada,
el valle plácido, la cima helada,
si ya conmigo mi amor no está!
Qué más me da…

Venecias, Romas, Vienas, Parises:
bellos sin duda; pero copiados
en sus celestes pupilas grises,
en sus divinos ojos rasgados!
Venecias, Romas, Vienas, Parises,
qué más me da
vuestra balumba febril y vana,
si de mi brazo no va mi Ana,
si ya conmigo mi amor no está!
Qué más me da…

Un rinconcito que en cualquier parte
me preste abrigo
un apartado refugio amigo
donde pensar;
un libro austero que me conforte;
una esperanza que sea norte
de mi penar,

y un apacible morir sereno,
mientras más pronto más dulce y bueno:
¡qué mejor cosa puedo anhelar!

Marzo de 1912.

UNIDAD

No madre, no te olvido;
mas apenas ayer ella se ha ido,
y es natural que mi dolor presente
cubra tu dulce imagen en mi mente,
con la imagen del otro bien perdido.

Ya juntas viviréis en mi memoria
como oriente y ocaso de mi historia,
como principio y fin de mi sendero,
como nido y sepulcro de mi gloria;
ipues contigo, nací; con ella, muero!

Por último, para quitar este sabor amargo de tristeza, leamos su precioso verso “Eres uno con Dios”:

Eres uno con Dios

Amado Nervo

Eres uno con Dios, porque lo amas.
Tu pequeñez que importa, y tu miseria,
eres uno con Dios, porque lo amas.

Lo buscaste en los libros,
lo buscaste en los templos,
lo buscaste en los astros
y un día el corazón te dijo trémulo:
Aquí está y desde entonces
ya sois uno, ya sois uno los dos,
porque lo amas.

No podrán separaros
ni el placer de la vida
ni el dolor de la muerte.

En el placer, has de mirar su rostro;
en el dolor, has de mirar su rostro;
en vida y muerte has de mirar su rostro.

¡Dios! Dirás en los besos,
dirás ¡Dios! En los cantos,
dirás ¡Dios! En los ayes.

Y comprendiendo al fin que es ilusorio
todo pecado (como toda vida)
y que nada de Él puede separarte,
uno con Dios te sentirás por siempre,
uno con Dios, porque le amas.

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