19 abril, 2024

Medardo Ángel Silva

He dejado pasar más de un año de haber comenzado a publicar la poesía de la semana, para hablar de un poeta ecuatoriano, aparte de lo que publiqué de nuestro Prócer y verdadero genio de la libertad del Ecuador, nuestro Patriota, Don José Joaquín de Olmedo y Maruri.

Vamos ahora a hablar del poeta romántico, guayaquileño, que perteneció a la generación decapitada, que nació en Guayaquil el 8 de junio de 1898 y falleció prematura y trágicamente, el 10 de junio de 1919, dos días después de haber cumplido 21 años. Escritor, músico, poeta y compositor, es considerado el mayor representante del modernismo en la poesía ecuatoriana.

Quedó huérfano a muy temprana edad y su madre, con la pequeña pensión que recibía, construyó una casita en la Avenida del Cementerio. Entró a estudiar en la Escuela de la Filantrópica, cercana a su casa. Es factible que su fijación por la muerte pueda venir de su niñez viendo pasar los cortejos fúnebres frente a su casa. Le gustaba la música y solía practicar el piano en el Convento de San Agustín.

A los 12 años ingresó al Vicente Rocafuerte, pero en cuarto año tuvo que abandonar los estudios por falta de recursos, empezó a trabajar en una Imprenta e intentó publicar algunos de sus poemas, en los que se encuentran influencias del modernismo de Rubén Darío y del misticismo de Amado Nervo, junto con las de los simbolistas franceses Paul Verlaine, Rimbaud y Baudelaire. Entra a trabajar a Diario El Telégrafo, en esa época el Diario de mayor circulación nacional, y en el que publica por entregas, su pequeña novela María Jesús.

En 1918 publica su libro de poesías “El árbol del bien y del mal”, del que sólo imprime 100 copias por falta de recursos, pero su poesía caló muy hondo y gustó mucho, aunque no obtuvo éxito comercial.

No llegó a casarse, pero tuvo una hija única, Mercedes Cleofé Silva Carrión, quien a su vez tuvo dos hijos: la Dra. Nancy Menéndez Silva, radicada desde pequeña en Estados Unidos de Norteamérica y el jurista René Colón Quevedo Silva.

Su muerte permanece como un misterio, ya que su amor en esa época, era Rosa Amada Villegas y el fatídico 10 de junio que fue a visitarla, de acuerdo con lo que refirieron luego, en distintas averiguaciones sus amigos, el había tenido una riña con ella y decidió asustarla, llevando un revólver descargado con el que pensaba amenazarla con pegarse un tiro si ella no volvía con él, e infortunadamente salió un disparo que acabó con su vida.
Escribió con los pseudónimos de Jean D´Agreve y Oscar René (que demuestran la influencia francesa en su obra).

Aparte de la novela “María Jesús” y “El árbol del bien y del mal”, las dos únicas obras que publicó, están unos ensayos con el título “La máscara irónica”, las poesías de “Trompetas de Oro” y la poesía convertida en pasillo, que dedicó a Rosa Amada Villegas: “El alma en los labios”. Veamos algunas de sus poesías:

El alma en los labios

Para mi amada

Cuando de nuestro amor la llama apasionada
dentro de tu pecho amante contemples extinguida,
ya que sólo por ti la vida me es amada,
el día en que me faltes me arrancaré la vida.

Porque mi pensamiento, lleno de este cariño
que en una hora feliz me hiciera esclavo tuyo,
Lejos de tus pupilas es triste como un niño
que se duerme soñando en tu acento de arrullo.

Para envolverte en besos quisiera ser el viento
y quisiera ser todo lo que tu mano toca;
ser tu sonrisa, ser hasta tu mismo aliento,
para poder estar más cerca de tu boca.

Vivo de tu palabra, y eternamente espero
llamarte mía, como quien espera un tesoro.
lejos de ti comprendo lo mucho que te quiero
y, besando tus cartas, ingenuamente lloro.

Perdona que no tenga palabras con que pueda
decirte la inefable pasión que me devora;
para expresar mi amor solamente me queda
rasgarme el pecho, Amada, y en tus manos de seda
¡Dejar mi palpitante corazón que te adora!

Amanecer cordial

A Aurelio Falconí

Ah, no abras la ventana todavía,
¡es tan vulgar el sol…! La luz incierta
conviene tanto a mi melancolía…
Me fastidia el rumor con que despierta
la gran ciudad… ¡Es tan vulgar el día…!

Y ¿para qué la luz…? En la discreta
penumbra de la alcoba hay otro día
dormido en tus pupilas de violeta…
Un beso más para mi boca inquieta…
¡Y no abras la ventana todavía…!

Aniversario

Hoy cumpliré veinte años: Amargura sin nombre
de dejar de ser niño y empezar a ser hombre;
de razonar con lógica y proceder según
los Sanchos profesores del sentido común.

Me son duros mis años – y apenas si son veinte-
ahora se envejece tan prematuramente;
se vive tan de prisa, pronto se va tan lejos
que repentinamente nos encontramos viejos
en frente de las sombras, de espaldas a la aurora
y solos con la esfinge siempre interrogadora.

¡Oh madrugadas rosas, olientes a campiña
y a flor virgen; entonces estaba el alma niña
y el canto de la boca fluía de repente
y el reír sin motivo era cosa corriente!

Iba a la escuela por el más largo camino
tras dejar soñoliento la sábana de lino
y la cama bien tibia, cuyo recuerdo halaga
sólo al pensarlo ahora; aquel San Luis Gonzaga
de pupilas azules y rubia cabellera
que velaba los sueños desde la cabecera.

Aunque íbamos despacio, al fin la callejuela
acababa y estábamos enfrente de la escuela
con el “Mantilla” bien oculto bajo el brazo
y haciendo en el umbral mucho más lento el paso,
y entonces era el ver la calle más bonita,
más de oro el sol, más fresca la alegre mañanita.

Y después, en el aula con qué mirada inquieta
se observaban las huellas rojas de la palmeta
sonriendo, no sin cierto medroso escalofrío,
de la calva del dómine y su ceño sombrío.

Pero, ¿quién atendía a las explicaciones?
Hay tanto que observar en los negros rincones
y, además, es mejor contemplar los gorriones
en los nidos, seguir el áureo derrotero
de un rayito de sol o el girar bullanguero
de un insecto vestido de seda rubia o una
mosca de vellos de oro y alas de color de luna.

El sol es el amigo más bueno de la infancia;
nos miente tantas cosas bellas a la distancia,
¡tiene un brillar tan lindo de onza nueva! Reparte
tan bien su oro que nadie se queda sin su parte;
y por él no atendíamos a las explicaciones.

Ese brujo Aladino evocaba visiones
de las mil y una noches – de las mil maravillas –
y beodas de sueño nuestras almas sencillas
sin pensar, extendían sus manos suplicantes
como quien busca a tientas puñados de brillantes.

Oh, los líricos tiempos de la gorra y la blusa
y de la cabellera rebelde que rehúsa
la armonía de aquellos peinados maternales,
cuando íbamos vestidos de ropa nueva a Misa
dominical, y pese a los serios rituales,
al ver al monaguillo soltábamos la risa.

Oh, los juegos con novias de traje a las rodillas,
los besos inocentes que se dan a hurtadillas
a la bebé amorosa de diez o doce años,
y los sedeños roces de los rizos castaños
y las rimas primeras y las cartas primeras
que motivan insomnios y producen ojeras.

¡Adolescencia mía! te llevas tantas cosas,
¡que dudo si ha de darme la juventud más rosas!,
¡y siento como nunca la tristeza sin nombre,
de dejar de ser niño y empezar a ser hombre!

Hoy no es la adolescente mirada y risa franca
sino el cansado gesto de precoz amargura,
y está el alma, que fuera una paloma blanca,
¡triste de tantos sueños y de tanta lectura…!

Se va con algo mío

Se va con algo mío la tarde que se aleja;
mi dolor de vivir es un dolor de amar;
y al son de la garúa, en la antigua calleja,
me invade un infinito deseo de llorar.

Que son cosas de niño, me dices; quién me diera
tener una perenne inconsciencia infantil;
ser del reino del día y de la primavera,
del ruiseñor que canta y del alba de Abril.

¡Ah, ser pueril, ser puro, ser canoro, ser suave;
– trino, perfume o canto, crepúsculo o aurora –
como la flor que aroma la vida y no lo sabe,
como el astro que alumbra las noches y lo ignora!

Dulce Jesús, comprendo…

Dulce Jesús, comprendo: toda sabiduría
que de ti nos aleja causa nuestra amargura,
y nuestras alas débiles sobre la tierra oscura,
se agitan vanamente hacia el eterno día.

¡Nuestra mentira, nuestra verdad: cuánta ironía,
ante el amor que pasa y el dolor que perdura,
hasta venir la Reina cuya región sombría
empieza donde acaba todo lo que no dura!…

Yo también como tú, por piedades divinas,
tengo mi cruz y tengo mi corona de espinas,
una sed infinita que mitigar no puedo.

Y como tú, sollozo, Jesús crucificado:
Padre mío: ¿por qué me habéis abandonado?
Sufro tanto…, estoy solo, Señor…, y tengo miedo.

El alba de Jesús

Señor, en mí me busco y no me encuentro…
¿Dónde la claridad del nuevo día
cuya luz inmortal fulgura dentro
del corazón sin pena ni alegría?

Tú eres la paz, y yo soy la contienda;
tú eres la luz, la noche va conmigo…
Mis ojos, ciegos por la negra venda,
no distinguen amigo ni enemigo…

¡Pero una voz en mi interior te nombra
y dulcemente hacia tu fin me lleva,
porque tú estás en mí como en la sombra
la luz celeste de la aurora nueva!

La muerte perfumada

Convaleciente de aquel mal extraño,
para el que sólo tú sabes la cura,
como un fugado de la sepultura
me vio la tarde fantasmal, huraño.

Segó mis dichas la Malaventura
como inocente y cándido rebaño
y bajo la hoz de antiguo desengaño
agonizaba mi fugaz ventura…

Cual destrenzada cabellera cana
la llovizna ondeó tras la ventana…
Y aquella tarde pálida y caduca

sentí en mi dulce postración inerte
la bella tentación de darme muerte
tejiéndome un cordel con tu peluca.

Lo tardío

Madre: la vida triste y enferma que me has dado
no vale los dolores que ha costado;
no vale tu sufrir intenso, madre mía,
¡este brote de llanto y de melancolía!
¡Ay! ¿Por qué no expiró el fruto de tu amor,
así como agonizan tantos frutos en flor?

¿Por qué, cuando soñaba mis sueños infantiles,
en la cuna, a la sombra de las gasas sutiles,
de un ángulo del cuarto no salió una serpiente
que, al ceñir sus anillos a mi cuello inocente,
con la flexible gracia de una mujer querida,
me hubiera libertado del horror de la vida…?

Más valiera no ser a este vivir de llanto,
a este amasar con lágrimas el pan de nuestro canto,
¡al lento laborar del dolor exquisito
del alma ebria de luz y enferma de Infinito!

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Un Brindis

Voy a presentar ahora dos poesías más de José Ángel Buesa: la “Balada del mal amor” y “Brindis”.
La Balada del mal amor es la historia de amor de un hombre mayor con una joven. En la historia se rechaza ese amor, por considerarlo tardío. La respuesta la da Buesa con la poesía que publicamos la semana pasada, y “Brindis” es un soneto precioso de amor, que recomiendo degustar cuando hay un amor sensible y sublime que valga la pena brindar.

Veamos estas dos poesías:

BALADA DEL MAL AMOR
José Ángel Buesa

Qué lástima, muchacha,
que no te pueda amar…
Yo soy un árbol seco que sólo espera el hacha,
y tú un arroyo alegre que sueña con el mar.

El padre

Siguiendo con mi tema de volver a los tiempos de antaño, la época feliz en la que el respeto, las buenas costumbres, la honorabilidad, el trabajo y la sencillez de vida, eran […]

No hay comentarios

  1. Gracias por este obsequio. Medardo Angel es sin duda alguna, uno de los mejores poetas ecuatorianos.
    Me gustaría alguna vez volver a leer posías de Rafael Angel Blacio Flor, cuyo libro se me perdió hace mucho y también algo de José María Egas.
    Una vez más lo felicito por matizar este espacio, con tan gratas publicaciones.

  2. Excelente publicación para refrescar la memoria guayaquileña.
    Como conseguir su publicación sobre Don José Joaquín de Olmedo?
    Gracias

  3. Gracia por publicar sus datos y algunos de sus poemas. Que pena que ya sean pocos los que tienen el sentimiento para escribir asi.
    Creo que Medardo es un icono del Modernismo ecuatoriano. Y digo es porque en sus letras sugue viviendo.

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