19 abril, 2024

Las Balsas

Es inevitable escribir. Esa “obligación “de enfrentar los dedos ante el teclado que resiste el estallido de la mente en querer expresar un caudal de ideas. Estas, que quizás contengan más que la capacidad de expresar lo que sentimos, es nuestra intención en llegar con ese mismo sentido a quienes pretendemos o queremos que nos lean.

El hecho de vivir una primera ausencia real de un ser querido: mi padre, es la mecha de estas líneas. Un deseo de plasmar lo que siento. En que su ausencia física hace que lo extrañe, y lo complicado en conjugar el discurso aquel: “que cumplió un ciclo” ante su cariñosa presencia y saludo cotidiano de sus últimos años. Y ese saber -que con toda su lucidez y deseos de no morir pero tener que aceptarla como un enorme muro que se le venía encima sin esgrimir mas su voluntad que no estaba acorde a la fuerza de su cuerpo, y ante la inevitable aceptación familiar de ese destino, sintió que se le apagaba su vida. El saber que eso sentía él, es lo que más duele a uno. Esos pensamientos no expresados, no evidentes a la vista y que tampoco queríamos ver pero que ahí estaban… es, en mis reflexiones más íntimas las que duelen internamente. Duele el saber ese dolor desgarrador que siente mi madre por su ausencia, el de extrañarlo día a día, en que no hay palabras para expresarlas, ni forma de interpretarlo en líneas, pero que está ahí, en un rostro sentido…en esa mirada profunda y a la vez lejana, que no hay sabiduría alguna que pueda tampoco amortiguar lo que aquel corazón siente. Solo será pura fuerza de su voluntad, conjugada con lo que tiene, para sobrellevar un deseo intenso de seguir viviendo en este mundo.

Sin embargo hay que seguir, cada uno de nosotros, de sus hijos somos un mundo, de un mismo sol pero con nuestras propias orbitas y rumbos. Es prodigioso…cómo la cotidianeidad de cada uno de nosotros hace que su ausencia y presencia la sepamos llevar cada uno a nuestra manera.

Un hermano mío expresó ante la muerte de mi padre que nada se debían. En mi caso sí hay pendientes de lado y lado, pero más que eso, en la hermosa imperfección humana que tanto él como yo, fue y soy, me permitió ayudarme a construir una vida que se ha ido haciendo reflexiva en el transcurrir de los años, en que no siempre la madurez llega atada a los años, y cuando llega te has dado cuenta que has tenido el privilegio de vivir con más intensidad que si hubieran llegado juntas, y justamente eso es ya un motivo más de agradecimiento por lo que tengo y lo que hago, pero jamás conformándome a lo corriente. Su capacidad de aceptación en esto como padre es lo que lo hizo grande, sin jamás dejar de ser el hombre confiable e integro que lo caracterizó.

Sé que sintió el mar como lo siento yo. Nunca tuve una conversación con él al respecto, ni tampoco me lo dijo, pero no fue necesario. Las mañanas en la playa cuando salíamos a esperar a “don Inocencio” al recoger las redes, y ante la piedra de Portete con la marea que subía mojando nuestros pies mientras limpiaba el pescado, sentir su energía en esa comunión de acto… nos expresó que era feliz en el mar. Que su vida era buena.

Leí de un conocido: que no hay playa o isla que no tenga una historia de un hombre con el mar. Que afirmación más correcta!, y está en uno encontrar el imaginario que nosotros queremos. Yo tengo mi historia, me busco al mirar Tortuga Bay al llegar corriendo, o cuando me lanzo entre las olas con ese placer de niño que no le he perdido. O cuando tuve ahora, en días pasados, la oportunidad de navegar en unas balsas ancestrales de un grupo de extraordinarios isleños del Pacifico Sur que llegaron a mis islas con un mensaje de que la vida es hermosa guardando la sencillez de la misma, y transportándonos en una “leyenda” para salvar el planeta a través del respeto al mar.

El estar en una de esas balsas, me hizo recordar de aquellas que construyó Vital Alzar cuando era un niño, con troncos inmensos en la ría de Guayaquil. Vi cómo se iban a la mar por el Rio Guayas a mis 9 años de edad, mi mente se fue también con ellos! Y ahora, estando en una de ellas con mi hijo, viendo la orilla sur de Santa Cruz, escuchando ese inconfundible silencio del ruido del océano, en no tener que decirle nada a él sobre lo que yo siento del mar, pero verlo y sin palabras me decía que estaba bien, me di cuenta que la vida es bella. El mar hace bien a los humanos.

Nada ha sido fácil, pero nunca he perdido el optimismo. Nunca es tarde para siempre agradecer. Hay mucho que hacer, hay bastante por construir, hay cantidades por corregir, hay maratones por correr, libros por leer, hijos que educar, un gobierno con cual lidiar, mi esposa para amar, empresas para avanzar, dificultades que superar, guerras que combatir, historias que respetar, perdidas de amigos irreparables, días de carencia, voluntad para seguir, líneas para escribir, mar para vivir, pero justo por todo esto: la vida es bella…simplemente bella.

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    practicado.

No hay comentarios

  1. Hola Ricardo:
    Qué bueno es leer favorables comentarios como los de usted en su columna, haciendo referencia de la vida, de los padres, de los hermanos, de las balsas y del mar.
    Yo fui uno de los periodistas que trabajando en diario El Universo, fui prilegiado de conocer al navegante espñol Vital Alsar y «cubrir» sus famosas expediciones entre Guayaquil y Australia.
    Nunca me imaginé que usted teniendo 9 años se interesara por la expedición y volar con su pensamiento hacia las proyecciones del mar y de los que jamás le temieron pero siempre lo respetaron.
    Ma alegro que ahora haya formado una linda familia y ojalá tenga la oportunidad de conocerlo para contarle en detalle los entretelones de las expediciones.
    Un abrazo
    Francisco Medina Manrique
    Periodista Profesional
    Telé. Dom: 2-24123
    Cel: 09-5-737547

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