24 abril, 2024

El Padre

1.      Hoy celebramos el Día del Padre. El comercio lo fomenta por sus intereses propios, que no son necesariamente malos. Lo malo no está en que los comerciantes nos vendan  regalos para nuestros papás, sino en la posibilidad de que nosotros reduzcamos el Día del padre a la simple compra-entrega del regalo (que, por cierto, lo paga el mismo que lo recibe). Si aprovechamos este día para enaltecer al padre y su papel en nuestras vidas, en la familia y en la sociedad, y tomar conciencia de lo que supone ser padre, no sólo no tendríamos que criticar el creciente fomento de este Día, sino, como cristianos que somos, hijos del Padre de todos los padres, deberíamos ser los más incondicionales partidarios de esta Celebración. Así pues, aprovechemos la Fecha para ahondar en la imprescindible imagen del padre, y para sacar algunas conclusiones para nuestra vida: los padres, para ser lo que deben ser, y los hijos para tratarlos como debe tratarlos.  

 

2.      Hay un escrito de Ángela Marulanda,[2] que podría servirnos de punto de partida para reflexionar sobre el  padre. Tiene la ventaja de todo escrito punzante: inquieta y hace pensar,  obliga a ponerse a favor o en contra de lo que se dice. Ángela Marulanda, escribe:

 

Somos de las primeras generaciones de padres decididos a no repetir con los hijos los mismos errores que pudieron haber cometido nuestros progenitores. Y en el esfuerzo de abolir los abusos del pasado, ahora somos los más dedicados y comprensivos, pero a la vez los más débiles e inseguros que ha dado la historia. Lo grave es que estamos lidiando con unos niños más "igualados", beligerantes y poderosos que nunca existieron. Parece que en nuestro intento por ser los padres que quisimos tener, pasamos de un extremo al otro.

 

Así que, somos los últimos hijos regañados por los padres y los primeros padres regañados por nuestros hijos. Los últimos que le tuvimos miedo a nuestros padres y los primeros que tememos a nuestros hijos.  Los últimos que crecimos bajo el mando de los padres y los primeros que vivimos bajo el yugo de los hijos. Lo que es peor, los últimos que respetamos a nuestros padres, y los primeros que aceptamos que nuestros hijos no nos respeten. En la medida que el permisivismo reemplazó al autoritarismo, los términos de las relaciones familiares han cambiado en forma radical, para bien y para mal. 

 

En efecto, antes se consideraban buenos padres a aquellos cuyos hijos se comportaban bien, obedecían sus órdenes y los trataban con el debido respeto. Y buenos hijos a los niños que eran formales y veneraban a sus padres. Pero en la medida en que las fronteras jerárquicas entre nosotros y nuestros hijos se han ido desvaneciendo, hoy los buenos padres son aquellos que logran que sus hijos los traten con compañerismo, aunque poco los respeten.  Y son los hijos quienes ahora esperan el respeto de sus padres, entendiendo por tal que les respeten sus ideas, sus gustos, sus apetencias, sus formas de actuar y de vivir. Y que además les patrocinen lo que necesitan para tal fin. Los roles se invirtieron, y ahora son los papás quienes tienen que complacer a sus hijos para ganárselos, y no a la inversa, como en el pasado.

 

Esto explica el esfuerzo que hoy hacen tantos papás y mamás por ser los mejores amigos de sus hijos y parecerles "muy cool" a sus hijos.  Se ha dicho que los extremos se tocan, y si el autoritarismo del pasado llenó a los hijos de temor hacia sus padres, la debilidad del presente los llena de miedo y menosprecio al vernos tan débiles y perdidos como ellos. Los hijos necesitan percibir que durante la niñez estamos a la cabeza de sus vidas como líderes capaces de sujetarlos cuando no se pueden contener y de guiarlos mientras no saben para dónde van.  Si bien el autoritarismo aplasta, el permisivismo ahoga.  Sólo una actitud firme y respetuosa les permitirá confiar en nuestra idoneidad para gobernar sus vidas mientras sean menores, porque vamos adelante liderándolos y no atrás cargándolos y rendidos a su voluntad. Es así como evitaremos que las nuevas generaciones se ahoguen en el descontrol y hastío en el que se está hundiendo la sociedad que parece ir a la deriva, sin parámetros, ni destino.

 

3.      No cabe duda, es una visión punzante del actual rol de padre. Nos hace pensar; nos cuestiona; nos obliga a tomar partido… A mí me parece que, quitando los límites que tiene toda generalización, la imagen de padre que refleja el escrito de Ángela Marulanda se da mucho hoy: el padre desubicado y ambientalmente  errabundo, del padre proveedor que poco o nada tiene que hacer como formador y educador, del padre que no tiene autoridad. ¿La culpa? – Quizá en algunos casos la tengan los mismos padres; quizá, en otros, los hijos. Al respecto yo diría:

a.  Hoy existe t
odo un ambiente contra la figura del padre
; toda una mentalidad, de destrucción de la imagen del padre.  Como asistimos a una sociedad en la que impera la destrucción de todo valor que ‘huela’ a cristiano, ya que el cristianismo es religión que más ha acentuado el valor del padre en la familia, al haberse venido abajo la idea de un Dios Padre, necesariamente también los padres de la tierra se han quedado sin ‘piso’, sin un referente seguro.

b.  La autoridad, como la confianza, no se impone; se inspira. Inspira autoridad el padre que vive actitudes tales como: el amor, la abnegación, la prudencia, la mansedumbre y la humildad de corazón, la coherencia entre lo que piensa, siente, dice y vive (no puede vivir una cosa y pensar, sentir o decir lo opuesto). Que para corregir, prohibir, obligar e, incluso, par castigar adecuadamente y eficazmente hay que conocer a fondo a los hijos, y para conocerlos, hay que amarlos mucho: Di de él cuanto quieras, pero yo sé mejor que tú y que nadie las faltas de mi niño. Yo no lo quiero porque es bueno, sino porque es mi hijo. ¿Y cómo has de saber el tesoro que él es, tú que tratas de pesar sus méritos con sus faltas? Cuando yo tengo que castigarlo, es más mío que nunca. Cuando lo hago llorar mi corazón llora con él. Sólo yo tengo el derecho de acusarlo y penarlo, porque solamente el que ama puede castigar. [3]

c.  Por lo que a los hijos se refiere, ellos también tienen su parte de la culpa en este pisoteo del padre: son muchas veces los que no quieren reconocer la autoridad paterna: son ingratos: nunca valoran lo que reciben y siempre piden más, porque no son humildes; son cómodos, egoístas y caprichosos; no son piadosos, espirituales y religiosos; no han captado que están obligados a amar y respetar a sus padres; hablan mucho de justicia, pero en su hogar son tiranos; confunden la libertad con el libertinaje… Sea como fuere, demos algunas pistas para aportar una solución concreta a la posible crisis de paternidad que nuestro mundo adolece.

4.      La paternidad de Dios es el fundamento de la religión cristiana: Dios es Padre en sí mismo, porque da vida y ama; y es nuestro Padre porque nos da la vida y nos ama.

a.  El Credo Cristiano: La Paternidad de Dios es el detonante, el motor de arranque y el epicentro de todas nuestras creencias; incluso del Misterio fontal de la Trinidad Santísima: Dios es Padre en sí mismo, antes, incluso que nosotros, sus hijos, existiéramos. Dios es un Padre Eterno porque eternamente engendra Su Hijo unigénito. El Padre trasmite al Hijo su propia naturaleza (no lo ‘fabrica’ ni lo ‘construye’; lo engendra) en un proceso, no cronológico, sino ontológico, en un proceso espiritual: Dios de Dios, Luz de Luz; engendrado no hecho, de la misma naturaleza que el Padre…[4] Yo vivo por el Padre…[5] Porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo.[6]

b.  La Moral Cristiana:

                 i.     Dios es el Padre de Jesucristo por naturaleza; Dios es nuestro Padre por gracia: No sólo nos llamamos, sino que somos hijos de Dios.[7] Por esto, nuestras relaciones con Dios deben  están presididas por el amor filial. No por el temor, como la relación servil del esclavo con el amo. No por el interés, como la relación mercantil del cliente con el comerciante. La vida del cristiano, hijo en el Hijo, debe poder resumirse en lo que Jesús decía: “Yo nunca estoy solo, porque el Padre está conmigo; nunca estoy solo porque siempre hago lo que le agrada a mi Padre”[8]”Yo y el Padre somos uno”[9]

                ii.     La primera idea con la que el cristiano va a su oración es esta: Dios es mi Padre: “Así tenéis que orar: ¡Padre nuestro, que estás en el cielo! “  Santa Teresa de Jesús desapareció del convento. Las monjas la buscaron por todas partes. Al fin la encontraron. Estaba en éxtasis. Le preguntaron: – Madre ¿le pasa algo? Ella dijo: – No. Nada. Simplemente que me puse a rezar un Padrenuestro y me he quedado en &ldqu
o;Padre”…
Cuando Jesús pronunció el Padrenuestro, no pretendió enseñarnos una fórmula, sino trasmitirnos una actitud. Quien es consciente de lo que implica que el Dios al cual habla en la oración es Padre, le basta con decir: Vengo a pedirte una sola cosa: vengo a pedirte que se haga Tu voluntad… Hágase Tu voluntad.

5.      Paternidad biológica y paternidad espiritual. Para ahondar en el tema, podemos distinguir entre paternidad biológica y paternidad espiritual. La paternidad biológica consiste en ‘generar la vida de otro con amor’: ‘dar vida’: La paternidad espiritual, en ‘entregar la propia vida por amor’: ‘dar la vida’.

a.  La diferencia entre un buen o un mal padre, viene establecida no por la paternidad biológica, que es un hecho (tampoco minimicemos su valor: engendrar hijos es una tarea importantísima), sino por la espiritual, que es una actitud ante el hecho de dar vida. Si me entrego a los hijos que he engendrado, soy un buen padre; sin me reservo mi vida egoístamente y no la consagro al servicio de mis hijos, soy un mal padre.  Hay hombres que engendran hijos por un lado y otro, que son muy prolíficos padres biológicos (si hemos dicho que el padre biológico es el que engendra vida con amor, este tipo de padre ‘callejero’, no logra la meta; muchas veces sus relaciones está presidas por la pura pasión irresponsable, y el egoísmo); pero que, luego, abandonan a su hijos en manos de la mujer con la que los trajeron a la existencia.

b.  La paternidad espiritual es todo un proceso de vida. Hablemos a los futuros padres:

                 i.     Los buenos padres, no nacen; se hacen. La paternidad espiritual no se improvisa. Los buenos padres (omito lo de ‘espiritual’ por razones obvias), se hacen a fuego lento y a largo plazo. Nadie se trasforma en un buen padre de la noche a la mañana, de la noche de bodas a la primera mañana de luna de miel. Los buenos padres se van haciendo día a día en el hogar propio, a la luz de la vida y el ejemplo de los propios padres, de tal modo que en el hogar al que se va, y  que se forma con la propia esposa, se cosecha lo que se vino sembrando poco a poco en el hogar del que se viene y se conformó con los propios padres y hermanos. Los padres siempre deben saber que están formando a futuros padres…  

c.  Hay un profundo paralelismo entre la vocación de padre y sacerdote. Ambas suponen una seria preparación; no sólo teórica, sino sobre todo, práctica, existencial, vital: ni al sacerdocio ni al matrimonio se puede llegar por caminos de vicio, desorden, pasiones… Ambas vocaciones son de servicio a Dios; en ambas se juega la felicidad de los otos (un mal esposo y un mal cura, hace mucho daño); ambas conllevan una consagración total, desde edad muy temprana: voy a ser sacerdote, mi vida debe ser limpia; algún día seré esposo y padre, mi vida debe ser limpia…

                 i.     Lo que es el seminario para el chico que tiene vocación sacerdotal, es el hogar propio para quien tiene vocación de padre. Un buen hijo, será un buen esposo; un buen hermano, será un excelente padre: el que fue cariñoso, respetuoso, justo, servicial y honesto como hijo y hermano, lo será como esposo y padre. Si una chica quiere saber cómo será su esposo, que observe cómo se porta su novio con sus padres y hermanos.

                ii.     La vida prematrimonial es la preparación para la vida matrimonial. Un chico que siente la vocación sacerdotal, aunque debe esperar años hasta que llega a ser sacerdote, no debe esperar la ordenación sacerdotal para vivir con un ‘corazón sacerdotal’. Un chico que va a ser esposo y padre debe desde ya tener un ‘corazón fiel’. Si chico llamado al sacerdocio no amolda su vida actual a su futuro sacerdocio, y lo deja todo para la víspera de su Ordenación, será un pésimo cura…Fiestas, tragos, farándula, amigotes… no pueden formar parte de la antesala del Orden sacerdotal. Seria escandaloso ver a un seminarista en una discoteca, bebiendo y pasándolo con chicas la víspera de su Ordenación. Igual el que se va a casar.

               iii.     Tan sacramento es el Orden co
mo el Matrimonio
. Ambos son sacramentos de servicio. Un chico que no consagre su cuerpo a la que un día será su mujer (no importa que no la conozca) y se dedica a tener ‘cosas’ con una y otra amiga o enamorada…Llegará al matrimonio a darle a su esposa los restos que le quedan de sus aventuras con otras mujeres: será un pésimo esposo y un funesto padre. Así como ningún seminarista que va a ordenarse de sacerdote puede hacer una despedida de soltería, tampoco un chico que va a consagrarse al servicio del Señor a través del Sacramento del Matrimonio. Las despedida de soltería con mujerzuelas, son una infamia y una traición permitida sólo por una novia tonta, sin autoestima y machista: a los hombres les está permitido todo. Y luego se pasan la vida llorando por culpa del esposo que eligieron…

               iv.     La paternidad espiritual es una meta futura, que marca la vida presente de aquel que siente la vocación de padre, una meta futura que marca e influye definitivamente el presente del varón llamado a ser padre. Cuando un chico sabe que su vocación es de ser padre de familia, ha de adoptar una actitud ante su vida presente que podría resumirse en  una palabra: Consagración. Lamentablemente, la mentalidad del mundo no es esta[10]

                v.     Podríamos concretar en los siguientes puntos: hogar, estudios y religión.

1.  Hogar: Sólo un buen hijo podrá llegar a ser un buen padre. El hijo que amargó la vida de sus padres, es el mejor candidato para ser un pésimo padre: hay cosas que no se improvisan, una de ellas es los valores y las virtudes (los antivalores y los vicios, igual). El mejor curso prematrimonial se lo recibe en al casa, con los padres: viviendo se aprende a vivir.

2.  Estudios: Un chico que sabe que se prepara para ser padre y valora la paternidad como una vocación de servicio, estudia con ilusión y motivado, estudia con ‘hambre’, sabiendo que se está preparando para ser padre. De la seriedad con que estudie, dependerá su ubicación laboral futura y su capacidad de conocer, comprender y formar a sus hijos.

3.  Religión: El sentido de Dios, la fe profunda en Dios, marca profundamente la vida del futuro padre. El chico que quiere ser buen padre es un hombre que vive en contacto con Dios. Esto lo logra con la sólida piedad, humus de donde brotan las virtudes básicas del futuro buen padre. 

6.      ¿Cómo podríamos resumir lo que es un buen padre? Un padre debe brillar por todas y cada una de las virtudes: Fe, esperanza, caridad; paciencia, delicadeza, sinceridad, alegría, obediencia (a Dios), generosidad, justicia, fortaleza, templanza, prudencia, valentía, humildad, paz, comprensión, servicialidad, dominio de sí, bondad, lealtad, amabilidad, castidad, responsabilidad, mortificación…[11] Pero destaquemos:

a.  Espíritu de Servicio. Jesús decía: Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve.[12] El desafío más grande de un padre es el de compatibilizar lo propio de la autoridad  (mandar, ordenar, decidir, organizar) con la actitud de servicio. La solución está en aquello que decía S. Agustín: “ama y haz lo que quieras”. Si hablas, habla por amor; si prohíbes, prohíbe por amor… Y amar es buscar el bien del ser amado, incluso a costa del sacrificio de sí.

b.  Espíritu de Mansedumbre y humildad. Jesús decía: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y encontraréis descanso para vuestras almas”[13]Un buen padre es un buen luchador. Pero lucha, no tanto por formar a sus hijos, sino por formarse él como padre. Sólo el padre que intenta seriamente que el Bien triunfe en sí mismo, está capacitado para intentar que el Bien triunfe en sus hijos. Un buen padre es manso porque es humilde. Un mal padre es violento porque es soberbio. Toda la problemática entre padres e hijos radica muchas veces en esto: el padre vive la ley de embudo (la parte ancha para mí, la estrecha para mis hijos). Todo se solucionarí
a muchas veces si se diera la vuelta al embudo. Porque sabe que él tiene defectos, es humilde; porque sabe que sus hijos son naturalmente defectuosos,  es manso de corazón: nunca se deja vencer por el mal que brota de sus hijos, sino que intenta vencer el mal con al abundancia de bien.  Cuando él, en su intento de mejorar a sus hijos y de corregir sus fallos, parta de que él también tiene fallos, tratará a sus hijos con dulzura y ese trato dulce generará en él mucha mansedumbre y humildad.

7.      Terminemos recordando a los padres de los padres: los venerables abuelos, a los que y hoy nuestro mentiroso mundo llama ‘adultos mayores’, a los que no tiene miedo que se les llame ancianos, pero tienen pánico a ser maltratados por serlo:  

§  Benditos los que se dan cuenta que mis ojos están nublados y que mis reacciones son lentas.

§  Benditos los que se dan cuenta que mis oídos tienen que esforzarse para escuchar las cosas que ellos hablan.

§  Benditos los que entienden mi paso vacilante y mi mano temblorosa.

§  Benditos los que con sonrisa alegre me conceden un rato para charlar cosas sin importancias.

§  Benditos los que con disimulo desvían la mirada al ver que derramo la taza de café sobra la mesa.

§  Benditos los que nunca dicen “ya lo ha contado dos veces”.

§  Benditos los que me hacen comprender que soy amado, que no estoy abandonado ni solo.

§  Benditos los que me facilitan el paso final hacia la Patria Celestial hablándome de Dios y de la Virgen y ayudándome a recibir los Sacramentos.

§  Benditos los que piensan ante mis limitaciones: Será un padre equivocado, pero ante todo es mi padre. Será un padre con pecados; pero ante todo es mi padre. Será un padre con defectos; pero ante todo es mi padre.


[1] Las homilías del P. Paulino Toral las puede encontrar desde el viernes anterior al domingo en el que toca la homilía en: https://www.desdemitrinchera.com/  y en http://www.samconline.org/

[2] Educadora familiar colombiana, escritora, consultora.

[3] Tagore, La Luna Nueva, poema 11, El Juez

[4] Credo de la Misa

[5] Jn 6:5

[6] Jn 6,57; 5,26

[7] 1 Jn 3,1

[8] Jn 8: 28-29; 16:32

[9] Jn 10:30

[10] Un día confesé a un hombre que iba a casar
se, me dijo: Padre, me caso esta noche. Quiero confesarme. Padre tengo muchos pecados; sobre todo de lujuria. Me voy a casar con una mujer maravillosa, pero sé que no la voy a hacer feliz, porque soy un hombre dominado por su cuerpo, sus pasiones… Sé que no voy a poder serle fiel a mi mujer. Me domina el sexo. Todo comenzó en mi adolescencia: revistas, masturbación… luego pasé a las chicas… luego anduve con mujeres de la vida… Padre quiero ser puro, pero no puedo. Padre, hubo un tiempo en el que yo pude se casto, pero no quise; ahora quiero, y ya no puedo. Y quien dice castidad, dice todo lo demás: responsabilidad, trabajo, respeto, sacrificio, etc. Toda su vida debe quedar marcada por la meta que un día alcanzará.

[11] Jn 14, 6; 2 Co 6,6; Ga 5,22-23;1 Tim 6,11; Ef 5,9; 1Co 13, 4-7

[12] Lc 22:27

[13] Mt 11:29

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  1. Ante tan detallada explicación, no queda mas que recordar lo que dice la escritura «..hijo respeta a tus Padres y no sientas mas fuerte, ahora que son mayores y chochean…»…

    Y si así se nos recomienda para los con los Padres de la Tierra, con mayor incapié lo deberemos hacer con aquel Padre del cielo, que a pesar de nuestras caídas, sgue estando al lado, para levantarnos una y otra vez…

    … Solo cuando tenemos plena conciencia de esto, podemos decir desde adentro, gracias Padre Dios, por tu ayuda, y por permitirme conocer estas cosas, para bien mío y de los demás…

    Alberto Rosales
    ralberto68@hotmail.com
    Ibarra,

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