19 abril, 2024

La concordia de la discordia

Los cirujanos experimentados, responsables y sesudos, saben perfectamente que cuando una víscera se encuentra infectada, con un absceso como fruta remadura a punto de reventar, lo último que debe hacerse es meter cuchilla al paciente, por muy doloroso que sea el cuadro clínico, por alto que suba la fiebre y aunque el propio enfermo lo pida. La ciencia, la responsabilidad y la conciencia, le dicen que lo que debe hacerse es "enfriar" el cuadro. Esto es, tratar conservadoramente la infección con antibióticos, hasta superarla, volver entonces a evaluar el caso y reconsiderar la posibilidad de la cirugía. A esas alturas y siguiendo ese protocolo, es muy probable que el proceso haya sido sojuzgado y la cirugía ya ni sea necesaria. Cuando no se sigue esa conducta, lo que se hará es abrir un foco purulento en plena cavidad abdominal, salpicando a barlovento y sotavento la infección, que se habrá profundizado, alcanzando a órganos antes sanos y corriendo el altísimo riesgo de desencadenar una fatal consumación.
 
Esto es lo que podría estar sucediendo tras la cesárea practicada a la provincia de Pichincha, que dio nacimiento a la provincia número 23. El cantón La Concordia es actualmente la manzana de la discordia en medio de dos provincias que la demandan. Cual doncella ansiada entre dos pretendientes, ella solo aspira a tener la capacidad de elegir al consorte que sea de su apetencia y conveniencia. El problema es que ninguno de los dos pretendientes está dispuesto a renunciar a lo que considera su derecho y que los ánimos se caldean, siendo que lo peor parece estar a punto de acontecer: la lucha fratricida, cruenta, feroz, causa de heridas sangrantes que poco o nunca cicatrizan. Ya hemos visto carreteras cerradas, hogueras humeantes, machetes blandidos y banderas verde-limón de Alianza País en medio del tumulto.
 
Es evidente que la causa de tanto conflicto y de las incalculables consecuencias es solo una: el irresponsable comportamiento del gobierno, azuzando descontentos, apetitos y conveniencias, no deteniéndose ante las previsibles crueles consecuencias, en un país en el que por intereses en juego, se manejan las fronteras internas como fronteras externas de países enemigos; todo con tal de conseguir la adhesión de algunos, los votos de los probables y los apoyos necesarios. El precio, las secuelas, es lo que menos importa. Al fin y al cabo, parece que la línea trazada es la de la clásica táctica revolucionaria marxista-leninista: agudizar las contradicciones donde las haya, o generarlas donde pueda haberlas. La revolución esperada y proclamada a cada instante por el presidente, precisa el despertamiento de condiciones subjetivas en los revolucionados. Para eso lo conflictos son el mejor caldo de cultivo, no importa que la sangre corra, no importa que sean hermanos los que se maten y destripen entre sí, no importa que el país se destroce. Al fin y al cabo, no es este el país que ellos sienten como suyo, sino aquel que esperan construir, destruyendo previamente, por supuesto, el anterior en el que todos crecimos y al que aprendimos amar.

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