21 enero, 2025

Distritos Metropolitanos

El actual gobierno de su majestad Rafael I, dentro de las reformas geopolíticas que pretende alcanzar con la fundación de la Nueva República Revolucionaria Bolivariana del Ecuador, habla de que Quito y Guayaquil pasarían a ser Distritos Metropolitanos, es decir separadas de sus provincias y consideradas entes geopolíticos de excepción
    
Osvaldo Hurtado fue el inventor del término. Introdujo “inocentemente” aquello de Quito, Distrito Metropolitano, en el articulo 1 de su tenue reforma Constitucional de 1982, cuando heredó accidentalmente la Presidencia de Roldós. La soslayada intención capitalina durante esa década fue lograr financiamiento directo por parte del Estado por su privilegio de ser Capital del Ecuador. No cuajó. Once años después, sustentados en ese gazapo constitucional, se engendró la Ley de Régimen para el Distrito Metropolitano de Quito,  que exceptuó a la Capital, de la ley de  Régimen Municipal vigente para todo el país. La intencionalidad en esa ocasión fue quitarle al alcalde cargas de responsabilidad administrativas y consecuentes riesgos políticos para depositarlas en un Administrador General y Gerentes Zonales. Cosas de quiteños, y nada más. Se suponía que los Alcaldes de Quito (Paz, o Mahuad, deberían llegar  a la Presidencia de  la República) En esa Ley, algún diputado guayaquileño alcanzó introducir un pequeño inciso, mediante el cual esta Ley podía acogerla cualquier otro Municipio que tenga mas de un millón de habitantes. Febres Cordero y Nebot despreciaron esta situación y manejaron su gestión administrativa bajo su responsabilidad centralizada.

Ahora su Majestad Rafael I, lo quiere introducir en su propia Constitución no como reforma al sistema de administración municipal, ni como mecanismo para abrir paso a un aparente régimen de autonomías, sino como mecanismo político de enfrentamiento de las zonas rurales del país contra las dos ciudades que reúnen al cuarenta por ciento la población ecuatoriana. Prácticamente cercena a las provincias de Guayas y Pichincha de sus respectivas provincias. Ha declarado que con esto quiere frenar los afanes separatistas de “algún sector”. Este nuevo diseño geopolítico encaja perfectamente con eso de sus gabinetes itinerantes, con aquello de los pelucones de Samborondon, con aquello del Ministerio del Litoral, la provincialización de Santa Elena, con la recentralización que prepara SEMPLADES para darle al Gobierno Central el control seccional. Su Majestad sin duda busca en la dádiva rural sustentar su popularidad hasta que la muerte lo separe del poder.  

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Luego comencé a distinguir entre la realidad y la posibilidad de las cosas y, ya en mi adolescencia, vislumbré que en el país existía una especie de hemiplejia intelectual de la que se aprovechaban políticos e historiadores. Comprendí, incluso, que la historia no había sido narrada – peor interpretada – con sobriedad y aseo mental y que la fantasía había primado sobre la verdad y trascendencia de los hechos. Con el pasar del tiempo, alteré mi particular diagnóstico: la distorsión de la historia no obedecía sólo a razones intelectuales sino principalmente éticas. Respondía a intereses regionales, a las subjetividades y ópticas de sus relatores.

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