19 abril, 2024

Fuga hacia el Himalaya

Actualmente asisto a un curso de lectura de una obra de gran trascendencia en la espiritualidad
oriental, “Autobiografía de un yogui”, por Paramahansa Yogananda. En ella, el gran gurú oriental
narra su vida y la de varios iluminados de la India. Un capítulo de la infancia de Yogananda llamó
mucho mi atención. Desde pequeño mostró una sensibilidad innata por lo divino y desarrolló
una fe madura y sólida para su corta edad. A los doce años emprendió un intento de fuga con
dos amigos hacia el Himalaya, donde se sabía vivían los más altos yoguis (practicante de yoga) y
swamis (aquel que es uno con su propio ser).

Al enterarse de su escapada, el hermano del joven Yogananda envió un telegrama a la estación
de tren y los niños fueron detenidos en el cambio de trenes y llevados a la comisaría. Allí,
el oficial a cargo les contó una historia fantástica. Él y su compañero habían estado días
anteriores patrullando el Ganges en busca de un asesino suelto. Vieron entonces a un hombre
cuyo aspecto coincidía con la descripción del criminal. Como no respondía a las órdenes de
detenerse, corrieron hacia él y el oficial hendió su hacha sobre el hombre y le arrancó casi
totalmente el brazo. El herido, sin embargo, continuó su camino y el oficial cayó en cuenta
que se trataba de un hombre santo. Se postró a sus pies y le pidió perdón. El santo lo serenó
diciéndole que no se preocupara por lo ocurrido, ya que la Madre Divina cuidaba de él. Tomó su
brazo colgante y lo colocó en su sitio y el sangrado milagrosamente se detuvo. A raíz de dicha
experiencia el oficial sintió que su vida se había elevado espiritualmente merced a su santidad.

Carta a Paula

Querida Paula:

No me conoces, pero yo te conozco lo suficiente como para quererte y escribirte esta carta. Tu mamá me ha hablado mucho de ti. Cuenta que en vida fuiste una mujer extraordinaria. De inteligencia brillante, espíritu de servicio y calidez humana. Psicóloga de profesión, trabajabas como voluntaria en una escuela para niños sin recursos. Vivías en un departamento en Madrid con Ernesto, tu esposo, en admirable austeridad franciscana. Un par de blusas y unos pocos bluyines, tus zapatillas de piel de conejo… Te desprendiste de toda vanidad y lujos para emperejilarte con el Amor Divino. “Ando buscando a Dios y se me escapa, mamá”, le decías. A tus veintiocho años Dios salió a tu encuentro y te premió con el sueño de la paz.

“Por quién doblan las campanas”

Cada vez que termino de leer un libro una parte de mí muere y otra renace. Muere la parte que
se entierra con los personajes al terminar la historia. Mueren lentamente las horas dedicadas
a conocerlos, a acompañarlos en sus peripecias, a sentir como ellos y ser uno entre ellos. Se va
todo eso. Pero detrás de cada muerte, se esconde la vida. La vida se abre paso como el agua que
recorre la tubería buscando la salida. Con ella arrastra las lecciones aprendidas del tiempo y las
circunstancias.

No hace mucho leí la novela estelar de Ernest Hemingway, “Por quién doblan las campanas”.
Hemingway nos regala un enérgico relato sobre la lucha por un ideal, una serie de aventuras
heroicas y descabelladas y el nacimiento de un amor inesperado en tiempos de la guerra civil
española. Cabe elogiar su impecable redacción, la psicología asombrosa visible en la concepción
de sus personajes, la urgencia del tiempo; en fin, tantas cosas… Recuerdo aquella tarde cuando
terminé de leerla, sentí un gran vacío dentro de mí, como una nostalgia de algo que nunca pasó,
pero que se siente muy real.

×