Julia
La vi dos veces en esta vida, una de las cuales fue en su velorio. Hablé con
ella una sola ocasión en la que me hizo sentir realmente bien diciéndome
que parecía una quinceañera. ¿Qué importancia puede tener en mi vida
una persona a la que apenas conocí?
Una importancia tremenda, tanto, que el día en que me enteré de su
muerte y aún días después yo seguía conmocionada.
Paula, la tercera de mis hijas, me había pedido que la acompañe un día
a sus visitas de los viernes a las viejitas del asilo. Ella les había hablado a
todas de mí, quería presentármelas y las viejitas deseaban conocerme.
Aquel viernes en el asilo fue toda una experiencia, de esas que te dejan
marcada la vida. Ni bien llegué pude darme cuenta de la desenvoltura de
Paula en aquel ambiente, parecía un ser compuesto de aire, desplazándose
con soltura, casi levitando entre una cama y otra. Sabía el nombre de
todas las viejitas y con ese nombre me las presentaba. Celinda, la mudita,
Pastora, la que nunca fue a Quito, Blanquita, y entre tantas, Julia.