24 abril, 2024

SANTIAGO de Guayaquil. Una leyenda de amor

Muchos nos dicen “monos” (y creen que nos ofenden, cuando en realidad hasta nos hace gracia), otros se dicen a sí mismo “guayaquileño madera de Guerrero”, somos guayaquileños, ¡y eso es lo que importa!

Recordando algo de historia en este mes de Guayaquil en sus tradicionales fiestas julianas, los guayaquileños y guayaquileñas no debemos dejar pasar al olvido la leyenda que propicio el nombre de nuestra cálida ciudad.

Primero fue “Santiago”, y, es que los conquistadores españoles rendían así culto a su patrono, el apóstol Santiago. Llamando con ese nombre a la ciudad más grande de nuestro territorio. Lo que podemos decir, constituye para nosotros un gran honor. Luego, añadirían el nombre de “Guayaquil”.

Santiago, uno de los privilegiados “doce”, que iban y venían con Jesús, era hijo de Zebedeo y hermano de Juan, predicó el Evangelio hasta su muerte, cuando fue enviado a decapitar por el entonces rey de Judea, Herodes Agripa. Cuenta la tradición que al apóstol se le presentó la Virgen María en Zaragoza, la “Virgen del Pilar”, también patrona de los españoles.

El joven universitario

Iba a cumplir diez años de vida, cuando mi papá, mi mamá, mi hermana Manena y yo nos cambiamos a vivir “solos”, (dejando la casa de los abuelos), en un departamento ubicado en el segundo piso del edificio Barcia- Fernández, en las calles Rumichaca y Alcedo, Guayaquil.

Entre los vecinos de aquel nuevo lugar, estaba un joven que acababa de ingresar a la universidad. No recuerdo o no sé si en algún momento me enteré qué estudiaba el joven, lo que sí supe yo y supimos todos, es que por su situación de universitario, él tenía algunos impases con su mamá…

Aquel departamento al que fuimos a vivir mi familia y yo, tenía en cada habitación una ventana que daba a una claraboya, por dicha claraboya no solo circulaba el aire y entraba la luz, también circulaban las palabras dichas por los demás ocupantes del edificio. Permitían tales claraboyas que todos estemos al tanto de lo que ocurría en cada departamento, en una época en que no había internet, por lo que nadie tenía Facebook ni twitter. No era necesario hacer “re-twitt” ni dar “like”; bastaba con estar o no de acuerdo con lo que le sucedía al vecino y poner caritas, triste, feliz o enojada, al momento de encontrarnos en el ascensor.

¿Qué quieres ser cuando seas grande?

Ahora que soy grande, ¡quiero ser niño! La niñez, es la mejor época de la vida, y es absurdo renunciar a ella solo porque crecemos en edad y a veces en estatura. La niñez es una época que podemos llevar siempre dentro de nosotros, en la mente y en el corazón. Así enrumbaremos la vida por el camino correcto. Los niños, suelen no complicarse, siguen a la voz que habla desde el fondo de su corazón. Esa es la voz de la conciencia, la voz del alma, la voz de Dios. La misma Voz que dijo que debíamos ser como niños para entrar al Reino de los Cielos. Reino que no está tan lejos, pues está dentro de cada uno, de cada ser que quiere ser como un niño para encontrar a su Padre y sentirse seguro y a gusto en Su presencia.

Ser niño tampoco es ser perfecto, pero es lo más cercano a aquello. Ser niño es ser auténtico. No siempre simpático ni gracioso, pero de seguro casi siempre veraz. Los niños, en su mayoría, no tienen el filtro del “qué dirán” o el “qué pensarán de mi”. Son como son, dicen lo que sienten y hacen lo que piensan. Por eso son felices, aún en situaciones lamentables en cuanto a las condiciones de vida. Y ser feliz es el objetivo de todo ser humano. Aún el masoquista busca la felicidad en su masoquismo, el vengador en su venganza y el criminal en su crimen.

Las nerviosas ardillas…

Consciente de que alejarme mucho tiempo de mis escritos no me es saludable, y porque la inquietud de la improductividad me llevó a casi destrozarme los dedos, me senté frente a la compu a ver que salía. Con varios proyectos de artículos e inclusive de libros inconclusos comencé la búsqueda del tema. Nada se me ocurría y lo que tengo semi preparado no arranca como para darle el fin. Me puse a revisar mails, a leer, contestar y borrar lo que ya estaba medio añejo, hice bien porque encontré lo que buscaba.

Un escrito entre pasado y actualizado de un sacerdote, el título: “Se está gestando algo nuevo”, habla ahí sobre un retiro espiritual de un grupo de jesuitas que se reunieron con su General en Nairobi, África, en el 2012.

Lo extraño del asunto es que yo no haya leído el mail y menos el artículo en mención, pero tal vez, él esperaba silencioso, ahí en algún lugar de mi computadora para decirme hoy lo que quiero compartir con ustedes.

Yoga y Vida Cristiana

Asistí a un retiro de meditación en Encinitas, California, dirigido por monjas
de SRF, Self Realization Fellowship, organización religiosa fundada por
Paramahansa Yogananda en 1920. Como se nota de entrada, no se trata de
un retiro “católico, apostólico y romano”. Fue un retiro de espiritualidad
y meditación para profundizar en la búsqueda de Dios, siguiendo las
enseñanzas de Paramahansa Yogananda, un santo de la India (de quien
hablaré más adelante).

El retiro tenía normas claras y estrictas acerca del silencio y el cumplimiento
del horario de las actividades. Entre las que, obviamente pese a las
celebraciones religiosas, no constaba la celebración de una misa católica.

Antes de viajar a Encinitas, yo había buscado por internet los datos de una
iglesia, para poder acomodar mi horario y asistir a la celebración de la misa,
en la mayoría de los días que fuese posible hacerlo. (Asisto a misa diaria).

Desterrados

¿A dónde está Dios cuando lo que es malo nos sucede?

¿A dónde está Dios cuando hay una tragedia natural, comunitaria o personal,
un dolor, una pena insoldable?

¿¡A dónde estás Dios!, cuando el alma se doblega, cuando no podemos ver la
luz, absorbidos por la oscuridad de las tinieblas?

¡¿A dónde?! Es el grito desgarrador de mucha gente, en distintas
circunstancias de la vida, pues cada quien tiene sus circunstancias.

En muchas ocasiones de mi vida me he hecho la misma pregunta, y he
reclamado al aire, he dicho: ¿A dónde estás? ¿Por qué me dejas tan sola?
¿Cuál es tu juego? ¡Sal de dónde estés! ¡Ven, te necesito! Y no hay palabras
que contesten mis preguntas, mis reclamos, mis súplicas. Simplemente, ahí, a
dónde lo busco, Dios no está.

La mala educación

¡Atrevida! ¡Atrevida! ¡Atrevida! Gritaba al son de su berrinche una jovencita
de unos 16 o 18 años de edad, al lado de su amiga, y en medio de un grupo
de gente que la miraba, asombrados todos ante los gritos desproporcionados
que la joven me dirigía en medio de la playa.

La historia comienza así: Llegué a la playa junto a mi esposo y tres de mis
cuatro hijos. Estaba dispuesta a poner toalla y pareo sobre la arena para
tomar sol; pero, mi hija menor se empeñó en que mejor tome sol acostada
sobre una perezosa, (de esas sillas para tomar sol). En el club a donde nos
encontrábamos y del cual somos de los socios más antiguos, hay ese servicio
de sillas y carpas para los socios y visitantes. Junto a una de las varias carpas
del lugar, había una de aquellas sillas, desocupada. En realidad con un
envase plástico, semi vacío, de un bronceador. Mi hija lo cogió y me dijo: se
parece al tuyo. Pero no es el mío, le respondí, así que déjalo a donde estaba.
Ella me dijo, ¿y si lo pongo encima de esa mesa y así llevas la silla para tomar
sol? Está bien, le respondí. Creyendo que alguien había dejado el frasco semi-
vacío porque ya no era de mayor utilidad. Por lo demás, carpa y sillas estaban
sin nada ni nadie. Es una opción que en esas circunstancias, algún socio o
visitante llegue y utilice la carpa y las sillas.

El diario

Hacer un diario espiritual es una de las principales
recomendaciones que recibe cualquier aspirante que desee
enriquecer su vida espiritual. Y es un punto que vale la pena
considerar en esta época en la cual lo material prevalece, aunque
lastimosamente, lo sabemos por experiencia, no perdura. Se
termina.

Por todos los lados y de todas las maneras posibles trabajamos,
luchamos arduamente por fortalecer nuestros recursos materiales.
El dinero y el poder, los bienes terrenales y hasta el conocimiento
sirven para aquello. Más y más. Un día se acaba. Y ese día, cuando
todo se acaba, lo material no sirvió para nada. La seguridad de estar
vivos solo la da la vida misma. Y después, cuando la vida se termina,
solo queda el espíritu. Pero ahí es a donde menos aportamos.

¿Para qué sirve un diario espiritual? Pues para muchas cosas, sobre
todo para darnos cuenta de que somos más que esta pasajera
envoltura. En él, debemos anotarlo todo, funciona, según dicen
los que recomiendan esto, como una especie de confesionario
privado, a donde debe anotarse absolutamente todo lo que
sentimos, pensamos, hacemos y dejamos de hacer. Lo que es
bueno y lo que no. Es como irnos descomponiendo día a día en las
partes de un rompecabezas, que somos nosotros mismos. Sacar un
balance. Tener las cuentas claras. Parece que es muy productivo,

Quisiera ser un pez

Recuerdo a la academia de natación Ferretti, ubicada en plena Víctor Emilio Estrada, avenida
principal de la Urbanización del Salado (Urdesa). Ambas en pleno apogeo en esa época, academia,
y, urbanización. Habré tenido seis o siete años cuando iba con mi abuela, quien me acompañaba
a las clases para aprender a nadar. El problema de entonces se resume en que yo era una niña
muy llorona y miedosa, y mi abuela me complacía demasiado. Si yo lloraba, se acababa la clase.
En conclusión, no recuerdo si aprendí a nadar, pienso que no, porque de mayor, nunca lo he
intentado, hasta ahora.

Mi mamá hizo algunos esfuerzos fallidos para enseñarme a nadar, en mar abierto. Un mar por
demás agresivo, con gigantescas olas, el mar de Esmeraldas. Pero ahí quedo su esfuerzo, sin
resultados. No entiendo, ahora, porque siendo ella mi mamá no se encargó de “sacar” a mi
abuela de la academia y dejarme a mí, sola con mi miedo, mi llanto y el profesor. Así, seguro,
hubiera aprendido a nadar hace años. Eso es lo que yo hice con cada uno de mis hijos. Y he tenido
excelentes resultados.

¡Un pisco por el amor!

“La celebración del “día del pisco” para los peruanos, es como conmemorar
un segundo día nacional, pero para mí, es además la celebración de un
motivo muy personal. Acostumbraba a preparar pisco y brindarlo en las
reuniones que hacía con mis amigos, y justamente en una reunión en mi
casa, estaba la que ahora es mi esposa. Se encontraba entre los invitados, y
obviamente, le brindé un pisco… y desde ese momento, es la persona más
importante de mi vida”.

El párrafo anterior está entre comillas, pero no es textual. Es un intento de
reproducción de las bellas y románticas palabras que pronunció el actual
Cónsul General del Perú en Guayaquil, Carlos Briceño, con motivo de la
celebración del día del pisco, en el conocido restaurante, La Alameda de
Chabuca.

¡Un pisco por el amor!

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