25 abril, 2024

La mañosería

Asusta ver la patente de corso que han tenido los dos últimos contralores para robar. Si bien es cierto que hay glosas reales, hay también, y muchas, ficticias y está en manos de una sola persona, la decisión de cuáles deben ser eliminadas y cuáles deben ser pagadas.

Hemos pasado por un periodo negro de corrupción, en el que la mafia correísta hizo todo lo que quiso con el país. El ex contralor Polit desvaneció todo lo de Odebrecht y nadie reclamó. Continuó Celi y ocurrió lo mismo.

Creo que es necesario cortar las garras de las personas que ocupan esos puestos pues, al parecer, la patente de corso entregada es tan amplia que le permite a la persona decidir a quien le y pido plata y a quien lo jodo.

Tiene que haber un reglamento al que el Contralor tiene que ceñirse, pero, por lo que se ha visto en estos 15 años “robolucionarios”, para lo único que ha servido es para estar al servicio de la mafia.

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Es imposible, aunque uno tenga la mejor de las voluntades de hacerlo, hablar de cosas buenas
de este gobierno, claro está, saldrán los adláteres al poder y dirán que tenemos muy buenas
carreteras, que se han mejorado y construido nuevas infraestructuras de salud y educación, y
así algunas cosas más por el estilo, obras tangibles, que sería necio desmerecerlas, sin embargo
de lo anterior, de que me sirve una excelente carretera, si su contorno sigue sin equipamiento,
y las poblaciones a su alrededor siguen abandonadas y sin servicios, o de que me sirven lujosos
centros médicos o educativos, si no tengo personal capacitado para que lo administren, peor aún
técnicos especializados para operar su implementación.

Recuerdo que en algunas ocasiones el Mashi Mayor, dijo que las obras de Guayaquil, eran
simplemente de “oropel”, lo que en buen romance sería expresar, que lo realizado por nuestros
dos últimos Alcaldes, es una pura y simple ficción, digo yo, “oropel”, sanear el Municipio de
gente que cobraba sueldos, sin siquiera vivir en el país, reconstruir el Palacio Municipal, que
antes de agosto de 1992, era una verdadera cueva de ratas y rateros, levantar el autoestima
del guayaquileño, que estaba tan venida a menos, por décadas de nefastas administraciones,
dotar de infraestructura vial a la ciudad que prácticamente estaba en ruinas, dotar de una red de
mercados física e higiénicamente adecuados, obras de “oropel”.

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